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Los artistas son los únicos que, no teniendo que mendigar, mendigan: de todos modos, mendigan. Una excepción.
Osvaldo Lamborghini – Sonia (o el final)


Se me parte la cabeza. La mano autómata, la mía, arranca, va a la nuca: requisito para rascarse. La siento, a la mano, una garra inapelable y no queda otra alternativa. Arranco. Se puede empezar de una manera y terminar de otra, exagerar, ejemplificar, adornar incluso. Pero se empieza. Así, por poner un ejemplo, de la ventana no queda nada, del marco para allá, no hay nada, ni siquiera para acá: todo lo que queda es la vista. ¿Cuántas cosas se dijeron de una ventana? Nada nuevo. ¿Y de una flor? Son sólo ejemplos, cualquiera, con tal de hacer el intento. No me malinterprete, quiero que quede claro: dejando de lado el múltiple trazado de lo que va a ser o pudo haber sido, los gentiles movimientos telúricos, la inclinación a cierta clase de expresión, o mi mirada fija en este claro ventanal, en el contrafrente con vista a la ropa tendida en los cables de la terraza contigua; lo cierto es que descreo de las brujerías. Es una cuestión de tiempo y de efectos secundarios. De un cristal se desprenden miles y así a la inversa, de miles uno, algo que no puedo ver, no me obligue a revisar si ya sucedió, la situación es incorregible, no hay vuelta atrás, ya pasó, clarísimo, es física: el resto es literatura. (Despertáte) Nosotros que podemos, hagámoslo. Nada perdemos si nos rociamos con combustible y encendemos, la carne chamuscada, inapelable. Esto ya pasó, doctor, esto es otra cosa. De una flor, ¿cuántas cosas? No se confunda. De una flor incinerada queda, como una flor, decenas, miles de pétalos en una flor y es lo que hay, entre la flor entera y el último pétalo de fuego hecho cenizas está esto: el tiempo. Suele pasar que ahora todo esto se asemeje a una justificación. No, no se confunda. Cuando todo parece acabarse somos perseverantes y recortamos hasta quedarnos con la base, la piedra fundamental, y le aseguro, en casos como éste al suicida no se lo toca: el acto en sí es la manifestación más acabada. No importa lo que usted diga, lo que vea. Solo, estoy, en la habitación fría, esperando. Sólo el tiempo que resulta de algo que ya pasó, no sucederá, sucedió, pasa como la mano al rostro rasgado, sucede. Soy el paciente ejemplar, doctor, anótelo en su cartilla. Paciente, espero, a que me mire, a que se digne, se saque la mano de la cara, ella, de la actitud caprichosa de la indiferencia. En el bar, nuestro bar, nos solíamos perder en charlas limbóticas, es verdad, en el bar, espero, todo se fue dando repentinamente, llegamos incluso a decirnos algunas palabras, llamarnos por nuestros nombres, divagar entre ironías con alguna expresión de amor del tipo pancarta en la calle, usted ya sabe. (Tranquilo) La habitación está demasiado congelada para permanecer inmutable. Todavía no quiero apresurarme pero el encargado ya me lo había avisado: hay que tener cuidado. Es un vidrio frágil. Por ejemplo, la señora del 5° B una vez apoyó sin querer la mano y el vidrio comenzó a resquebrajarse. Después cayó de neumonía. Es gracioso. ¿Probó alguna vez la ciencia del médium? Así estoy yo, ¿lo ve?, suspendido. Podemos empezar o terminar, pudo haber sido ayer, puede ser ahora mismo, un día de estos: no voy a ensayar una definición. Intento, como siempre, idiosincrasia argenta, un epílogo a modo de prólogo, llego tarde a tratar de narrar lo que sucedió de la ventana para acá, del cristal de mil vidrios, el ojo que gotea y el rojo de gotas rojas descendiendo a mis pies, las palabras, los recuerdos, la purga de un rasguño en la imagen, la incisión profunda en el pómulo izquierdo, el tajo en la frente, rojo, para acá, lo que sucedió y sucede: un pasado conjugado ad eternum en presente. Dígame señora, usted que cayó, qué hago con este retazo de piel, de perfecta y entera cobertura ósea, a mis pies. (¿Qué?) Así dicen ciertos libros de Historia: desensillar hasta que aclare. Nosotros que podemos, no lo vimos. Nos perdimos, como una farsa, aquello tan parecido a una suerte de vandorismo sentimental o algo por el estilo. No es el lugar sino el tiempo. Lo perdimos. Lo perdimos. (Empecemos, de nuevo) Llegó tarde doctor: hace tiempo me automedico. A algo hay que acudir cuando lo miran así, cuando lo tratan de esta manera, ocultando que acá pasó algo. Muchas cosas. Mejor dicho, no me trataron. Nosotros podemos pero no abusemos: no hay que exagerar tampoco. Hagamos una excepción, si eso es lo que somos. La muy turra se esconde. No importa si ya pasó, si todo es por esto que ya sucedió, si todo lo que hago requiere una ilustración a falta de testigos, porque usted, doctor, es un boludo, perdone que se lo diga así, un imbécil más sondeando una pregunta a destiempo, si es sólo una ventana, cuántas cosas se dijeron de una ventana; una sala de espera, doctor, usted. Perdón. A veces se me va la mano. Se me parte la cabeza. (Tranquilo) Podemos empezar de una manera y terminar de otra, es así siempre, el final o el final anticipado. Yo, doctor, señora, quedé en el medio, eso es lo que importa. Es un intento. La contusión ya estaba de antes, nada preocupante, a veces la muy frívola se muestra y no puedo hacer nada, en serio, no se aflija. ¿Quiere verla? Llegó tarde. Ya estaba, como le conté o le voy a contar, estaba. No puedo hacer futurología, adelantarme, decir lo que pasaría si algo pasará más adelante, en un tiempo, si esto es volver atrás, a otro plano de mi rostro, y hacer de cuenta que acá no pasó nada. En lo que va de mi vida he visto muchos inmolados y, créame, el ojo no me engaña. No sé si alguna vez habló usted con un muerto, por ejemplo, volver a repetir lo ya dicho antes de acceder a esa condición, eso, lo irreversible, el tiempo que no se repite. Aprovechemos el momento, el presente fugaz, todo desaparece y se desensilla en la ausencia. Y sin embargo, ser uno mismo. Como en el bar, al decir hoy día, ahora, mientras va sucediendo, ¿no lo ve? Qué importa si la taza es de dejarse beber, si me tengo que tranquilizar, si la letrina sucia, si los periódicos clase media, si los opiáceos, si la avenida vuelve a seccionarse ahí en el próximo auto, si soy capaz de dejar todo como está y acomodarme en la invisibilidad incruenta de estos desdentados taxistas bordó. (¿Qué pasó) No lo vi. Y es verdad. Me tomo mi tiempo porque de eso se trata: estoy clavado en el tiempo. Acá la mañana es un retroceso, un leve y apacible valle de descensos. Cuestión de efectos secundarios. Primero la puerta, antes la dirección, o la costumbre, o la dirección de la costumbre que empuja a espaldas las piernitas de siempre en un único trayecto: la puerta, primero, la elección de la mesa, sector fumadores, la silla, y después el pedido, el café doble que se derrama sobre mi mano, tres medialunas, azúcar ensobrado, tres; antes, buenos días, la costra en los ojos, cepillo de dientes, Lexotanil 3 Mg., temblor, cuestión de efectos secundarios. (Empecemos) La señora antes de caer insistía con la belleza de las serpientes: ella tenía una en el living. Insistía en el recambio de piel, en la novedad constante, el cambio radical e inevitable, melodías de anís disfrutadas únicamente por algún loco, o algún mendigo, de boca de una vieja. ¿A qué viene todo esto? ¿Y el fuego? Los inmolados cruzando la calle y la mirada como difusos conos de fuego, como rasguños imposibles de sanar –por eso usted no tiene nada que ver con esto- con la crueldad que sigue siendo nuestra, por sobre todas las cosas. ¿Y el tajo? Tal vez sea cierto aquello de que ésta es la más sucia de las democracias: por sintonía política, porque por alguna extraña unanimidad musical siempre suena de fondo, se lo juro, Last train to London o algún folclore sobre fondo de diatribas de sentido común, por verosimilitudes estéticas o porque siempre redondeamos para arriba, no lo sé pero acá todos podemos ser taxistas. En este bar. O en ese supermercado chino donde se escuchaba The Smiths, no, el Argenchino, no, no viene al caso. No sé porqué le digo esto. Usted no existe, eso es lo gracioso, es más, quizás termine existiendo o mejor aún, lo estoy delineando por completo mientras todo esto sucede. Pero eso no es lo importante. Espero que a esta altura ya se haya dado cuenta. Herida, ventana, final, son palabras desacomodadas. Final y final anticipado parecen lo mismo pero no lo son. Alguna vez nos quisimos tanto. (Tranquilo, empezá) El café no sale, se quedó pegado a mis dedos. Todo pasó de golpe. El bar es una forma de decir, ahí está la gracia. Sentado enfrente mío un gordo, asqueroso, un gordo de goma espuma me hace gestos obscenos, sorba el café con leche, me mira, no para de preguntarme (¿Quién sos?) Me mira. Me irrita pero yo espero. En vano. Ella pasa y hace de cuenta que no me ve. Me ve pero hace de cuenta. Se sienta y me habla. Lleva el rostro impoluto, transparente, ninguna marca de lo que supimos, ningún dulce caramelo de urucú como beso tintóreo. Hay algo, entiendo, que no nos dijimos. Interpreto, eso es lo peor, que tal vez el gordo ocupa todo el plano de realidad que me debería pertenecer. ¿Adónde se supone que van todos? Si afuera no hay nadie, nadie en la ventana, nadie aturdiendo, nadie paseando las vidrieras, llamando la atención, nadie en la habitación fría. La casa se reserva el derecho de admisión. (Ahora sí, empezamos) Tal vez sea cierto que en estas condiciones –ahora me adelanto- sólo queda un final anticipado. El final que no queda lejos y se anticipa, una y otra vez mientras, yo, espero. Un gesto. Me llevo la mano a la nuca, ya sucedió, mis manos manchadas sobre la ventana, la cabeza que se acerca, antes de que llegue el final y todo desaparezca, esperando, el estallido, los vidrios, la presencia intermitente a efectos de estar de espaldas a ella, de frente a la vista rota de la terraza, mis dientes zanjando los labios, la sangre entre los orificios, la incisión profunda en el pómulo izquierdo, la marca roja en la frente, nada grave, entre las cosas que pasan sobre lo que ya pasó está esto: el tiempo. Sepa disculpar, son los efectos. Alguna vez, yo, la quise. La cabeza, la llevo ensangrentada. No me malinterprete: no sabe usted las dimensiones del accidente. Sobre el suelo de cristales, la marca queda, espero, el final, terminar de otra manera. Aparecer. Es sólo una forma. Estaba todo anticipado, de antes. Quedó este tiempo, la marca, mía, la imagen de lo que dejamos, las perlitas de sangre gateando entre los dedos, en serio, nada grave, las manos manchadas de café. Se tapa y yo, abandonado en el tiempo de la nada, no lo entiendo, por qué, dejamos de ser, ya no somos, y se tapa -y yo- con sus uñas ciegas reticuladas la última huella de su presencia, la nuestra, yo, mientras tanto espero, me muevo mientras cubre su acristalado cutis, ella, justo ahora que no tiene cara para mirarme, la muy ella, se cubre, no me pida, si se cubre y se recubre como la perrita que es: entre las patas la cola, entre la cutícula el rabo, entre la rabo la borra de nuestras manos que no supimos interpretar. (Y ahora, empezamos) Se me parte la cabeza.

Texto agregado el 05-05-2004, y leído por 143 visitantes. (0 votos)


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