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Inicio / Cuenteros Locales / Jonh / Kirslor - Cap. 03 - Rojo

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Las botas no eran muy altas, un pantaloncillo poco suelto y no muy largo cubrían sus muslos bien formados a su edad y una blusa que se veía muy pesada y que resultaba muy ligera; componían la vestimenta de Milagros. Así la vio salir Alberto, luego de haber llamado a Solfhon a pedido de ella.
- El agua es segura – le dijo Milagros desperezándose con el cabello ligeramente húmedo – aunque no creo que debas usar los artículos de limpieza.
- Que bueno que estés mas feliz – le dijo sonriéndole mientras levantaba su ropa para ingresar a bañarse.
- Aun tenemos que hablar seriamente – le dijo en tono alegre pero ligeramente amenazante mientras se cruzaba con él, Solfhon subió la puerta y Alberto se perdió tras la gelatinosa pantalla.
Solfhon se dirigió a la entrada nuevamente, Milagros, dejando su vieja ropa raída a un lado, fue ha acompañarlo.
- Todos los grupos del norte han desaparecido, estamos en una isla en medio de la destrucción. ¡Tenemos que escapar!
- Lo sé, pero los “humanos” – le dijo Solfhon con Sainlafhe a su lado frente a varios otlanas – recién han llegado. No podemos abandonarlos. Además no tenemos medios para escapar.
- Me cuesta creer que esas criaturas de piel débil puedan hacer algo.
- A los que enfrentamos también son de piel débil, pero de fuerza y armamento superior al nuestro – les dijo Sainlafhe.
- No importa, la cuestión es que tenemos que abandonar este lugar, nos tienen rodeados. ¡Tenemos que hacer algo!
- ¡Los humanos nos salvarán! – exclamó Solfhon.
- ¿¡Como crees que ellos con sus extrañas armas podrán vencer a todo el ejercito que se nos viene encima!? – Les preguntaron varios otlanas mientras la mayoría comenzaba a desesperase.
- Ellos…
- ¡Nosotros lo haremos! – Dijo Milagros haciendo callar al gentío – Hemos enfrentado demonios, hemos vagado en el infierno y hemos estado a punto de morir. No sé por que estamos aquí. Pero… ¡Confió en Alberto! – “¿confío?” se preguntó ella en sus pensamientos
- Aun así… - trató de contestarle uno de los presentes.
- No hay nada que discutir, cuando el enemigo venga nosotros los cubriremos mientras huyen, se supone que eso vinimos a hacer. (Se supone)
- Y nosotros – dijeron Sainlafhe y su hermano seguros y expresando alegría.
Los otlanas se retiraron de a pocos, desmembrándose lentamente la masa que conformaba el poblado, se fue desmembrando en silencio con unos cuchicheos a la distancia totalmente ininteligibles.
Los hermanos se quedaron viendo a la joven que aun reflejaba un semblante serio y seguro que despareció bruscamente luego de un suspiro de Milagros siendo reemplazado un rostro lago preocupado.
- Cuando Alberto salga de bañarse nos tienen que decir que sucede – les dijo a los otlanas los cuales afirmaron con un gesto.
Milagros regresó al interior de la viviendo algo cabizbaja hasta llegar a la puerta del baño tras la cual pudo oír la voz de Alberto.
- Milagros… – le dijo el del otro lado – diles que me abran la puerta, por favor.
- Espera un momento – le respondió ella y luego le señaló la puerta a Solfhon que ingresaba a la morada con su hermano tras él.
Solfhon abrió la puerta tras ella, Alberto con una camisa sin mangas, un pantalón y botas de colores derivados del marrón; salía con el cabello húmedo y con su antigua ropa colgada del hombro.
- ¿Les parece si hablamos mientras comemos? – les dijo Sainlafhe a los humanos. Milagros asintió y Alberto la vio extrañado.
- ¿Aun no lo han dicho todo? – le preguntó a Milagros.
- Les faltó lo mas importante – dijo avanzando tras los otlanas y dejando a Alberto algo confundido yendo tras ella.

- Estarían llegando mañana en la mañana a menos que algo los retrase, lo cual dudo. Son solo un batallón, pero un general va con ellos. Y no tenemos armas del ejército. – Les decía Sainlafhe a Milagros y Alberto sentados alrededor que una mesa con la forma de una pirámide invertida y que los humanos se preguntaban como no se balanceaba.
- En pocas palabras – dijo Alberto – mañana a primera hora tenemos que pelear.
- Sí.
- Maldición – dijo Alberto e igualmente lo pensó al verse sin el mínimo de descanso luego de haber salido del Infiernillo.
- Lo siento, - dijo Solfhon sacando algo de un aparador que exhalaba un aire frío y el cual cumplía la función de un refrigerador – solo hay frutas. Ayer nos acabamos las carnes.
- Tampoco pensamos que tendríamos que guardar comida – le dijo su hermano con sosiego.
Luego de lavar una multitud de frutas, en un lavabo con un caño en el centro que apuntando hacia arriba y con rendijas en los bordes que servían de desagüe, las sirvió en la mesa como si esta fuese el plato.
Las sillas era idénticas a las de la sala de arriba y en lugar de un paisaje la cocina estaba adornada de comestibles. La gran mayoría sin preparar, habían frutos que no eran azules, aunque ninguno se vio de algún color calido habían verdes, marrones, morados y muchos de colores difíciles de definir. Se veían trozos de carne de un color marrón que hizo pensar a Milagros y a Alberto en un buen trozo de carne de res. Estas imágenes se reflejaban en tres paredes dejando la última para todos los aparadores y extraños electrodomésticos que, a fin de cuentas, cumplían muchas de las funciones de los aparatos humanos y hasta más.
Sainlafhe y Solfhon comenzaron a comer tomando una fruta cada uno y llevándose a la boca masticando con su par de dientes que cubrían toda la zona bucal, uno arriba y otro abajo. Alberto les siguió, cogiendo una fruta azul que se asemejaba a una manzana, Milagros lo imitó tomando el mismo fruto.
De forma casi simultánea mordieron el fruto y no demoraron en expresar el placer que sentían sus papilas gustativas ante aquel sabor nunca antes probado, más delicioso que algún sabor terrestre. No tardaron en ser los principales comensales y sin disimulo comían vorazmente las frutas.
Los otlanas si bien pensaron que era algo tosca su forma de comer, también creyeron que así debía de ser la forma de comer humana y siguieron comiendo a su ritmo. Los humanos tardaron en salir de su trance por la fascinación con la comida. Tras recomponerse de la experiencia se levantaron de la mesa y agradecieron la comida.
- Parece… que quedaron muy satisfechos – les dijo Solfhon, algo sorprendido por su voracidad mientras su hermano limpiaba los desperdicios.
- Nunca habíamos probado una comida así de deliciosa – dijo Milagros un poco avergonzada, Alberto miró a un lado y asintió con la cabeza.
- Espero que no les afecte si nos acompañan a la azotea, sería bueno que viesen algo – dijo Sainlafhe mientras dejaba caer los desperdicios a través de un tubo al lado del lavabo.
Milagros y Alberto recordaron el embrollo en el que estaban, sin mencionar palabra alguna siguieron a los otlanas, otra vez por la rampa circular. Ya arriba Sainlafhe abrió la primera puerta del ala izquierda dentro de la cual había una rampa más, aunque recta.
Los cuatro subieron por la rampa hasta llegar al techo de la casa totalmente despejado y rodeado con un muro algo alto para Alberto y Milagros pero bajo para los otlanas. Los hermanos miraron con tristeza el paisaje mientras que los humanos lo veían con suma sorpresa.
Tras las casas aledañas se podían ver los rastros de destrucción. Las viviendas a lo lejos se veían desquebrajadas y muchas ya habían colapsado, otras parecían incluso haber explotado quedando solo los cimientos quemados y los restos desperdigados por la calle y estrellados en las casa que las rodeaban. A lo lejos difícilmente distinguible por una ligera niebla se veía un bosque por el norte, hacia otros lados el pueblo destruido se extendía por todos lados. En ese momento, en el bosque, se vieron destellos rojos. Alberto comenzó a sudar frío.
Solfhon recordó que durante su infancia el y su hermano habían encontrado en ese bosque lo que tanto anhelaban los grises, hasta ahora los otlanas no habían logrado darle un uso práctico a aquel mineral; sin embargo, parecía tener un gran valor para los grises. No se atrevía a decirlo por su hermano, Sainlafhe lo había olvidado, el trauma fue demasiado para él.
El día que encontraron un fragmento, fue el día que supo de la vida alienígena y de la vida después de la muerte. Mientras el sol se ocultaba regresó al presente notando el rostro confuso de su hermano y la perplejidad de los humanos.
Mientras el sol se ponía nadie dijo nada, hasta que la luz desapareció del cielo.
- Creo que todos aquí necesitamos descansar – dijo sacando a cada uno de su trance – los llevaré a su habitación si desean – les dijo a los humanos cortésmente – Aunque hay un pequeño inconveniente.

- ¡Una cama! – dijeron Alberto y Milagros casi al unísono al entrar en la habitación de huéspedes. Si bien antes habían dormido en el mismo ambiente, nunca habían ocupado el mismo mueble.
La ajetreada mañana que se avecinaba, el agitado día que habían tenido, el cansancio de la batalla en el Infiernillo, que sentían había sido ayer y un profundo sentimiento mutuo, acabaron por hacerlos terminar espalda contra espalda en la oscuridad de la habitación.
La cama estaba unida al suelo y era bastante elevada; a sus pies ya hacían dos pares de botas caídas, alumbradas por una pequeña ranura en la parte superior de la pared contraria a la puerta de la habitación que dejaba entrar un poco de la luz lunar que eventualmente se combinaba con el fulgor rojo del bosque.
Alberto no podía conciliar el sueño, el brillo rojo lo mantenía tenso; Milagros tampoco dormía, se sentía muy preocupado por su acompañante. Dudosa logró formular su pregunta.
- ¿Sabes porque vamos a pelear? – dijo ella mirando la pared.
- Para proteger a los otlanas – le dijo, sin estar convencido de su propósito.
- Nos temen, Solfhon y Sainlafhe no, pero si los demás habitantes.
- Si ellos estuviesen en la Tierra también serían temidos.
- Vamos a matar, Alberto – dijo apagadamente – los grises no son inmortales.
- No hay mucha diferencia, al final, me imagino, también tendrán algo similar al alma. – le dijo ganando seguridad.
- ¿Crees que merecen morir? – le dijo Milagros preocupada.
- Sí – dijo sin titubear.
- ¿¡Por qué!? – dijo exaltándose ligeramente.
- Por que con solo mencionarlos siento que la piel se me escarapela y la presión se me baja. Cuando algo me indica su presencia, siento miedo de…
- ¿…Morir? – le dijo ella algo molesta.
- No, miedo de que te mueras – dijo Alberto con seguridad – miedo de que todos mueran.
- No es necesario ser tú para sentir ese miedo, yo lo sentí en el Infiernillo y lo siento ahora – dijo Milagros en tono melancólico.
- Lo siento, es mi culpa. Duerme – Alberto se acomodó la frazada gruesa con la que se tapaban y cerró los ojos, a pesar de demorar en dormir, no quiso volver a abrirlos.
Milagros tenía los ojos vidriosos, los cerró con fuerza dejando salir un par de gotas saladas que mojaron sus pómulos.

Él la abrazaba y la juntaba a su cuerpo mientras besaba su rostro mientras ella reía llena de dicha antes de juntar su labios. Mientras el sol se ponía, una pesada niebla los envolvía y él la soltaba lentamente para luego alejarse. Apenas pudo ver su espalda irse subiendo una ladera, Milagros lo siguió, a través de la niebla que la enceguecía hasta ser abrumada por una fuerte luz.
Ante ella se desplegaba su habitación, tal cual la había dejado; su cama, su equipo de sonido, su armario y sus ropas; todo estaba allí, podría haberse quedado a descansar, pero recordó que él se había ido dejándola atrás. Dudó; ella quería quedarse en su habitación y olvidarse de todo. La puerta, la puerta la llamaba y la tentaba a abrirla; aun sabiendo que no habría retorno, giró la perilla temblorosamente y ante ella no había nada.
De entre la nada apareció un camino blanco bajo sus pies, era recto y luminoso, más adelante se veían los recodos de caminos retorcidos y aparentemente difíciles de transitar; mas allá vio la espalda de él. Lentamente andaba por el camino recto, paró en seco como si hubiese sentido su presencia; dijo “ven, sígueme” sin voltear siquiera y ella lo siguió, por que no había algo mas que seguir.
El camino recto y amplio se veía fácil de recorrer y lo era, comparado con los otros caminos angostos y retorcidos, en pendiente y subida. Sus pies la guiaban tras él mientras apreciaba los difíciles caminos que no seguía y mientras los apreciaba se dio de cara contra el camino.
Pensó que se había caído, pero al ver bien el camino se dio cuenta que se elevaba en una pendiente con un ángulo recto por la cual él seguía caminando, aunque ahora en vertical y Milagros lo veía sin poder seguirlo. Volteó pensando en regresar por el camino y tomar otro, pero el camino de retorno había desaparecido e iba desapareciendo rápidamente.
No pasó mucho para que el camino la alcanzara y desapareciera bajo sus pies, ella desapareciera en la nada; sintió terror y cerró los ojos sin poder emitir sonido alguno, cuando se dio cuenta estaba sobre la espalda de alguien, con un par de manos sosteniéndola bajo sus muslos y con sus brazos alrededor del cuello de su salvador; al abrir los ojos se dio cuenta que era él, era Alberto.
- Perdón, – dijo él – el camino es algo difícil, mas adelante es peor, pero… resiste por favor.
Sonrió y ella se acurrucó en su espalda antes de ver el camino mas enredado de todos con pendientes de ángulos graves, espirales, vueltas y formas extrañas; concentradas en el espacio mas compacto que se pueda imaginar; luego de ver esta imagen se durmió placidamente.

El sueño se volvía más borroso cada cuanto que se hacía más consciente, al terminar de despertar no tenía nada claro; pero estaba feliz de que Alberto estuviese a su lado aún dormido. La luz que entraba del sol matinal se veía reluciente y clara; “¿hermoso día para una hermosa batalla?” pensó Milagros sonriendo con una sonrisa triste, se acurrucó nuevamente, esta vez en la espalda de Alberto.
- Las batallas no son hermosas – se dijo tratando de volver a dormir con algo de miedo.

Poco después Alberto se despertó con el sonido de la primera explosión y Milagros simuló seguir dormida.

Texto agregado el 26-10-2008, y leído por 136 visitantes. (0 votos)


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