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Atardecía aquel día de tibia primavera. En aquella ciudad del sur del Gran Buenos Aires, las residencias llenas de árboles y flores solo distaban una cuadra del centro, pletórico de confiterías y ruido.
El hombre caminó de la mano de ella mirando los brotes verde tiernos de los árboles, y aspirando el perfume de jazmines recién nacidos.
Se sentaron a la mesa de una confitería, y hablaron. Hablaron de su juventud, cuando soñaban formar una familia. Hablaron de cuando se conocieron, más de treinta años atrás. Hablaron de sus dolores, de sus alegrías. Hablaron de su amor.
Ella estaba hoy cariñosa e insinuante. Estaba mas linda que nunca, y se la veía contenta. El hombre la amaba profundamente, y verla hoy, tantos años luego, deseosa de él, lo conmovía. También él la deseaba, y esa noche, en la misma cama donde descansaban, estallaron fuegos artificiales y ritmos mágicos. Se amaron como la primera noche, otra primera noche.
Ya no eran sus cuerpos firmes y esbeltos, tantos años después. Eran el producto de haber vivido, y juntos, creado vidas, amado vidas, creado amor. No eran estímulos visuales, belleza o seducción lo que los acercaba. Se deseaban porque habían vivido toda la vida juntos, y porque se amaban.
Agotados, acalorados, se durmieron. Un rato después, el hombre se despertó. Se levantó y se acercó a la ventana. Era una ventana dibujada en la pared. Se asomó y vio un jardinero cuidando un jardín lleno de flores. Lo regaba con amor. De pronto, se acercó a una hermosa flor roja, la mas hermosa del jardín tal vez, y la tomó cariñosamente en sus manos. Con dolor, la arrancó y mimosamente la colocó en una bolsita que colgó sobre su corazón. El hombre vio su vida en aquel jardinero. Y supo lo que aquello significaba. El se había enamorado de la alegría de aquella flor, de su color vivaz y su fragancia profunda. Y vio como el jardinero se recostaba junto a un roble, un eterno roble, ahora lleno de hojas nuevas, reverdecido de primavera. Pero el jardinero recordaba el invierno y el otoño pasados, donde el roble fue cada vez mas bello, adquiriendo un rojo cobrizo que lo hizo hermoso. Y como en un cuento ya escrito, vio en el roble su amor por su mujer, cada vez mas hermoso y firme, aun llegando el otoño y se recostó en él. Y en la flor roja, el amor intenso, cálido, quemante, voraz y transitorio del enamoramiento.
Siguió mirando el hombre por la ventana dibujada, y encontró al pescador y sus islas. Y lo vio deseando enamorado el cuerpo de la mujer de la isla, soñando en transcurrirlo con sus manos. Y vio como el mundo brillaba de colores al verla, colores tan intensos que se convertían en música estridente al verlos. Y vio como mirando a su mujer, los colores se apagaban, se hacían colores pastel, profundos y silenciosos, que le invitaban al reparo y al descanso. Acogedores, le aseguraban amor. Y cada vez mas, aprendía a distinguir amor de enamoramiento.
Y luego encontró al noble caballero, que seguía alegre. El solo estaba enamorado. No amaba.
El hombre se alejó de la ventana dibujada por ella, la hechicera de la sonrisa que lo esclavizó. Muchos meses, mas de un año, esa sonrisa lo hizo soñar. Pero hoy, la realidad lo había despertado. Amaba a su mujer mas que a nada, y por otra parte, la mujer de la sonrisa no lo quería. El mundo real llenó la escena, y los sueños se retiraron. El hombre, aquel escritor de cuentos, ya no escribiría cuentos de enamoramiento. Tal vez historias de amor.
Se recostó nuevamente en la cama. Recordó la plegaria que había escrito una vez, y oró. Y en silencio, se dirigió a la mujer de la que se había enamorado. “Mónica, princesa de ensueño, flor roja hermosa, me he enamorado de ti” “No has podido amarme, o no has querido tal vez, y agradezco al Señor, que sin duda existe, que no me ames” “Amo a mi mujer, mucho mas ahora que antes, luego de haber deseado serle infiel” “Pero por ti la vida se hizo mas colorida para mi, mas intensa y valiosa” “No he de olvidarte, ni después de muerto”
Cerró los ojos para dormirse, cansado de un día lleno de sensaciones. Se preguntó si por la mañana seguiría la ventana dibujada en la pared. Se preguntó que haría si la ventana cerrada le impedía ver la sonrisa de ella. “No importa”, se dijo, “tengo su sonrisa junto a mi corazón”
Las imágenes se hacían borrosas mientras se ensoñaba. Supo que todo había terminado. Se durmió.

Texto agregado el 26-10-2008, y leído por 167 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
16-11-2008 "El fin del cuento" o el principio... maravillas
28-10-2008 Muy bueno, se siente su gran sensibilidad. Mis 5 Maresa
26-10-2008 Bueno, ya sabés lo que pienso, como noble e inteligente que sos prevaleció el sentido común que es el menos común de los sentidos. Es el único fin posible, el mejor para todos. Beso Mónica PENSAMIENTO6
26-10-2008 Me gustó, derrocha sensibilidad. MariBonita
26-10-2008 Lo siento, pegasoso, insoportablemente ciclico, aporta poco. estilo caducado torroja
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