Entré a la universidad, por fin lo logré, no volví a ver a Andrea, y pues su número se me perdió, los demás nunca vieron a alguien tan de malas como yo… Poco a poco vi mis compañeros de nivel uno, veinte en total, todos igual que yo, penosos. Solo algunas lindas niñas que hablaban y hablaban de cosas que nunca entendí, ahí me di cuenta que una de ellas era muy muy muy bonita, quizás demasiado… Y creí aquel momento eterno, el día claro.
Yo iba a nivel 2, pero mi fortuna me llevó a aquel espacio, normal terrenalmente, pero fantástico en nuestros corazones. Conocí a Manuel, un amigo responsable, chévere, recochero, pero igual que la niña, demasiado, (no lindo, no piensen mal de mí, sino recochero). Mas tarde encontré amistad con Edward, Raúl, Paolo y Andrés… Con él me acorde de Andrea, y pues decidí buscar su número.
La “teacher”, una mujer re chistosa, simpática y chévere, nos dejó una tarea, y no lo pude buscar.
Se acercaba el día del amor y la amistad y teníamos que dar un regalo, temía que embarrara todo con mi sal encima, pero la sacudí a tiempo y di mi regalo; me quedó muy bonito, y sabía que a Quinny le gustaría, lo que se me olvidó fue la endulzada, eso siempre sucede…
En el descanso, siempre jugábamos todos juntos micro, y yo era el “ídolo”, hasta después supe que se burlaban de mí, aunque jugaba mejor. Bueno, ese descanso tenía que dar dulces, y los compré, me demoré media hora haciendo la cartita en origami con los chocolates adentro, y me dirigí a entregarlo… Pero, ¡tenía que ganarme la fama de salao¡, y mi destino decidió que espichase mi yogurt dentro de mi maleta con la manzana que olvidé comer; pos ahí me la comí mientras todos se reían.

Corriendo y sobre el tiempo fui y limpié la maleta en el baño, la carta estaba en mi bolsillo, y corrí como en las carreras del Cole hacia el salón, llegué explicando todo, y me dejaron entrar… ¡Pero mi destino no había acabado¡, y me di cuenta que en el camino se me había caído la carta. Le conté todo a mis amigos y me bautizaron como el “gran salao”. Mi destino estaba satisfecho.
Me tocaba entregar esa bendita vaina, y me regalaron dos “choco breaks”, hice otra famosa carta, y lo único que se me ocurrió fue escribir: “Para Quinny de su amigo secreto, de yo pa sumercé”, y la entregué deseando que le gustara… Claro que le gustó, todos se rieron y el famoso amigo secreto destapó su descendencia boyaca. Comimos una pizza tan grande como mi… perrito, bueno no tan grande, pero si exagerado, y quedamos llenísimos.
Entregamos los regalos, el mío fue uno de los más chéveres, y creí que me darían algo de Santafé como lo pensé, pero más choco breaks me obsequiaron. Aún así me conformé y me di cuenta lo especiales que eran todos.
Poco a poco, sábado a sábado como son los cursos, me despedía de aquel lugar que ahora recuerdo con la cicatriz que dejó en mi memoria.
Andrea ya no era nada, la niña linda e inteligente única entre muchas tampoco, solo pensaba en mis amigos, mis amigas y los momentos que todos juntos pasamos. Cursi pero cierto, y no me da pena decirlo, porque aunque fui maldecido con el infortunio, siempre entre desgracia y desgracia nos divertimos, aprendimos y vivimos como pocos lo hicieron, por eso en esta página, y en este momento, deseo la mayor de las gracias que yo no tuve, a todos mis amigos y amigas, y a ustedes también que sufrieron tal vez como yo, jaja. Pero lo bueno no es tener suerte, sino aunque sea nula, buscar ser feliz y reírse de lo que vivimos.