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… entonces entró una chica en la tienda. Toda la tarde sin entrar nadie y ahora entraba ella: alta, guapa, vestido marrón, y un bolso de saco más grande que ella. No dijo nada, ni buenas tardes, se dirigió a la estantería del fondo, donde las infusiones. Parecía estar muy interesada en las mentas, cogía las cajas, las leía, las volvía a dejar, pero en realidad se notaba que no estaba mirando nada. Se hacía la distraída, la interesante, y yo no le pregunté nada. Sólo la miraba y admiraba sus movimientos cadenciosos, su cuerpo frágil detrás de aquél bolso enorme. Ella se dio cuenta y se acercó al mostrador. A través del cristal pude ver cómo agarraba con fuerza las tiras de su bolso. Estás buscando algo en concreto, le pregunté yo; ella bajó la mirada y me dijo véndeme un poco de olvido. Sus ojos negros se estremecieron al volver a cruzarse con los míos. Un dedo pasó suavemente por sus labios, o los labios caminaban por su dedo, no lo sé, sólo recuerdo que se movía armoniosamente, como una diosa, toda ella parecía una fiebre caliente y dulce.

“¿No me has oído?” inquirió. Le pedí perdón, y mi rostro se turnó entre todos los colores imaginables con su voz de mariposa, leve, muy leve. Le pregunté para qué lo quería, “No puedo dártelo sin saberlo, lo siento”, conseguí musitar al cabo de un rato de embelesamiento. Ella no me miraba, los ojos bajos apuntaban al mostrador, en un punto indeterminado entre. Se acercó un poco más y, todavía sin mirarme, susurró
“Para sobrevivir”. Su voz de ángel caído sonó decidida ahora, pero le tembló un poco el labio inferior.

“Para sobrevivir”, repitió, “Para dejar de verla, para desaprenderla, para no tener que enfrentarme jamás a ella, para recuperar mi feliz ignorancia”
Yo le expliqué las consecuencias que tendría ese producto, lo fulminante que podía llegar a ser. Me respondió que estaba dispuesta a correr el riesgo y a renunciar a todo lo vivido hasta entonces.

Entré en el almacén preguntándome si debía dárselo, era tan linda y tan joven, era como un melocotón, como sólo Ella podía ser. Al rato volvía yo a la tienda con el frasco, sucio de polvo y, mientras lo limpiaba, me atreví a preguntar: “¿Qué es lo que te aterra tanto?”

Ella se hizo todavía más pequeña, todavía más indefensa, más asustada: “La Belleza”.

Entonces puse el frasco delicadamente en sus manos. Tras una sonrisa efímera, atravesó por segunda vez la puerta, pero esta vez para marcharse. No volvería nunca, yo, en cambio, no podría olvidarla.

Y se había llevado mi frasco.

Texto agregado el 06-05-2004, y leído por 143 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-03-2005 la historia es buena, pero tu lo eres más. puedes redactarla mucho mejor. kassandra
06-05-2004 Brillanteee, un hermoso cuento con un final a su altura. Un poema enorme escrito en prosa. Digno de verse en imágenes sepia venicio
 
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