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Vuelve a caer el sol. Las nubes negras vuelven a ocultar la luna. Las estrellas tiemblan. Ya es de noche...y mi vida comienza con ella. En mi mente enferma vuelven a formularse preguntas, a encajar piezas en el puzle que completaré en unas horas. Mi siguiente víctima comienza a tomar forma mientras esbozo una sonrisa que se queda en una simple mueca. A través de mi ventana observo el mar, y decido que sus ojos han de ser como su reflejo, azules. Y su pelo, negro azabache como la noche que va a envolvernos.

Salgo a pasear por las aceras armado con mis utensilios de trabajo. No puedo dejar al azar ningún argumento, pues siempre me miente. No puedo tentar a la suerte, que siempre me olvida. No puedo mirar a los ojos de la gente, solo inspiran temor, pánico ante mi siniestra sonrisa. Curiosidad sobre mi aterciopelada gabardina. Solo por ser un asesino no debo descuidar mi atuendo, ni olvidar mis modales.
Busco entre los pocos transeúntes que a mi alrededor pululan a aquella que encaja con el perfil de mi víctima. Ninguna respondía ante mis expectativas....Hasta que apareció ella en el horizonte...Parecía perdida, desorientada, triste...Me asomé a sus ojos y no encontré ningún temor. Saludé superfluamente, y ella me devolvió el saludo, sin mucho interés, pero tampoco desánimo.

Siguió caminando sin rumbo, y yo me dediqué a seguirla. Sabía que podía sentir mis pasos en su espalda, que no tardaría en echar a correr. Tenía que darme prisa. No era la primera caza que hacía, y tampoco sería la última.
Un golpe seco, con eso bastó para que se desplomara sobre sí misma. Era tan débil...Algo de sangre salpicó mis zapatos. Sangre fresca. Tenía que darme prisa antes de que se fuera demasiado rápido, antes de que la diversión se acabara sin ni siquiera haber empezado a jugar un poco.

La trasladé en volandas hasta mi sótano. Allí me esperaban mis queridas máquinas...Oh...cuanto las amaba...Cuanto sufrimiento, cuanto placer en ellas se había generado...La até con sumo cuidado de no dejar ningún cabo suelto, y esperé a que abriera los ojos. La función pierde la gracia si no puedo sentir el terror dibujado en su rostro. Me gusta sentir su ira, su frustración bajo mi atenta mirada demente...Sin gritos no hay caricias. Sin lágrimas no hay infierno, y necesito sentir el calor de las llamas en mis pensamientos.
Despierta...Nunca tardan tanto en despertar...Vamos, abre los ojos, empiezas a ponerme nervioso...

Cuando por fin abrió los ojos, pudo verme inclinado sobre ella, con el látigo en la mano, esperando, sin prisas, la cámara está preparada para empezar a grabar. No puede perderse ni un detalle, por ínfimo que sea. El ángulo perfecto, la situación correcta. Empiezan los balbuceos....¡¡¡oh, cuanto he esperado tus súplicas!!!. Grita...Puedo sentir tu mirada asustada...¿quieres que comience el juego? Solo tienes que gritar...Vamos, grita...llora un poquito, no es tan difícil pequeña. ¿Realmente crees que no te va a doler?¿cuanto te queda de inocencia? Voy a robartela...
Y así fue como comenzaron los golpes, uno a uno la furia de mi látigo se fue descargando sobre su cuerpo, magullando su frágil carne mientras sus gritos retumbaban en el eco de la estancia. Se retorcía sobre sí misma, sus muñecas se magullaban en las esposas que la ataban a la tabla. Temblaba de miedo y de frustración. Y en cada sacudida podía sentir como su vida pendía de un hilo, del hilo de un alma rota.

Succioné sus heridas, como un animal salvaje me abalancé sobre la sangre que de ella manaba y lamí su vergüenza. Saboreé cada centímetro de ese líquido espeso con sabor a hierro que de su cuerpo se derramaba. Calmé la sed de mi locura con cada una de las gotas que de ella se escapaban.
Pude sentir como el calor de su piel se iba evaporando, como su corazón tronaba cual conejo da golpes en la jaula que lo tiene cautivo. Pero ya no podía verla. Ya no podía sentirla. Mis pensamientos estaban impregnados de nuevo por aquella vieja habitación mohosa, por el olor agrio del whisky barato que su aliento desprendía.

Volviendo a mi mesa de juguetes, solté el látigo. Ya estaba bien de golpes. Ya me había alimentado lo suficiente. Ya estaba harto de gritos y lágrimas. Ahora necesitaba el silencio. Así despacio una jeringuilla y la hundí en un bote de transparente líquido. Esperé a que estuviera llena y volví a acercarme a ella.
- La velada está siendo encantadora...¿No crees querida? No te preocupes..aún no hemos terminado...Quiero que esta noche sea tan inolvidable para tí como lo será para mí. Pero ha llegado el momento de hacer una pequeña visita a Morpheo. No te preocupes cariño, no te
pasará nada...

Clavé la jeringuilla en su cuello y, mientras el calmante hacía efecto, con un cuchillo fui rajando su cuerpo. Mientras iba cerrando los ojos, iba despidiendo su vida...
- Inolvidable...Lástima que no podrás repetirla....

Sonó de mis labios mientras cerraba los ojos. Terminada la función, apagué la cámara, guardé la cinta junto al resto de rostros asustados que componían mi filmoteca. Lo subí en el coche, abrí la puerta del garage y me dirigí hacia el acantilado.
Como cada noche, las olas devoran un nuevo cuerpo mientras me despido de mi diablo, me dirijo a mi guarida, lleno un vaso con hielos, y mientras saboreo aquel whiskie barato que antaño tanto me repugnaba, entre sombras y soledad, os narro una nueva muerte a través de los infiernos.

Y no me arrepiento, muchas muertes me avalan, soy el ángel segador de la vida. Toda una eternidad por delante y solo una salida. Matar es mi destino. Mi placer. Mi dolor. Mi satisfacción. Mi amor y mi muerte.
Mataré cada noche, cada día debo cobrarme una vida. Es lo que soy. Y no me arrepiento.

Texto agregado el 05-11-2008, y leído por 299 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
13-11-2008 Justo el tipo de textos que me encantan. Lo disfruté un montón. Un abrazo... gerardwalt
05-11-2008 Buenisimo. Mildemonios
05-11-2008 ***** KARLAJ29
05-11-2008 Ayy que impresión!!! pero muy bien redactado, la muerte, me gustó silvimar
 
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