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El Tuco


'Realmente no recuerda, pero como iba a recordar' pensó Gonzalo mientras intentaba leer ya bajo las sábanas. Estaba seguro que entonces se lo había contado, todavía entonces le contaba las cosas. Le pareció normal que su padre quisiera pensar que su época de preparatoria fuera alegre y que las pocas veces que le habló de sus inseguridades constituían eventos aislados en un mar de alegría sin preocupaciones. A él también le gustaría que hubiera sido así, en vez de la búsqueda continua por encajar, por complacer a todos y ser gustado. Lo que más recordaba de la prepa en el Tec era muy diferente a lo que creía que imaginaba su padre, la repetición una y otra vez del círculo interminable de intentar ganar amigos haciéndoles favores solo para descubrir más tarde que esa era la única razón de su interés. Y ahora le venía a nombrar a "El Tuco" Chavarri, que representaba más claramente todo lo que no le gustaba recordar de aquellos años. “¿Por qué no le hablas a Jacobo?, me dice su papá que a veces pregunta por ti” le dijo su padre. “¿Al Tuco? ¿Para qué, si tengo años de no verlo y nunca me ha caído bien?” dijo él sin ocultar su disgusto. “Pero si era de tus mejores amigos” replicó su padre con aparente sorpresa. ¡Mi mejor amigo!. El cabrón del Tuco, que no le veía nada de malo a llamarte un día para que lo llevaras en tu coche al centro y luego no invitarte la semana siguiente a la cena en su casa a la que iban el resto de tus amigos. Le molestaba que su padre pensara que había sido su amigo, ¿Qué se podía esperar? Jacobo, el hijo de don Miguel Chavarri, su gran amigo. Ahora lo recordaba, una vez le contó como se comportaba el Tuco con él, los apodos humillantes, las burlas públicas. 'No te tomes las cosas tan en serio, Gonzalo. Jacobo es un buen muchacho" le dijo y, sin más, continuó leyendo su libro. 'Muy buen muchacho' pensó Gonzalo, que todavía sentía rabia al recordar la manera en que se había interpuesto la primera vez que, sobreponiéndose a su timidez con las mujeres, había cortejado a Marcela Riaño, la niña de sus ojos desde que la viera por primera vez en la fiesta de quince años de Titi Iturriaga.
La de Titi habían sido de pocas de la interminable serie de fiestas a las que fue que recordaba con verdadero agrado, el resto se mezclaban en su memoria como una amalgama de expectativas no logradas y sentimientos de alienación. Los quince años de Titi fueron diferentes, fueron los primeros en celebrarse en Dulcinea, la discoteque del entonces Hostal del Quijote. Estaba sentada en una de las mesas que daban al pasillo circular que rodeaba la pista de luces por lo alto. Todavía recordaba con detalle como iba vestida: un vestido rojo, con estampados muy discretos de pequeñas flores blancas. La parte superior era holgada, como estuvo de moda por esa época. Una pequeña perla por arete en cada oreja y una gargantilla a juego. Desde entonces llevaba el pelo corto, Gonzalo siempre había profesado preferencia por el pelo largo y sin embargo, salvo contadas excepciones, las mujeres que más le habían gustado siempre eran de pelo corto. Investigó entre sus amigos quien era y si tenía novio, no tenía, había tenido pero ya no. Después de dar tres vueltas a toda la pista, reduciendo el paso cada vez que pasaba por la mesa de ella, logró vencer el miedo al rechazo que invariablemente se hacía más patente en proporción a su interés, y se acercó a pedirle que bailara con él. Cuando sonriendo se levantó para dirigirse a la pista, su primera reacción fue pensar que había entendido otra cosa y recordó lo que le había dicho a Martín minutos antes cuando éste le daba ánimos para que la sacara "¿Y si me dice que sí?". Pasaron entre un grupo apretado de muchachos que cerraban el paso a la pista y Gonzalo le puso suavemente la mano en el hombro para guiarla. Sintió su pelo suave y ondulado que alcanzaba a rozarle los dedos.
Conforme entraban en la pista y se ponían uno enfrente del otro para bailar, las luces multicolores dejaron de palpitar en clara señal de que la música lenta iba a comenzar. Gonzalo no había previsto esto y sintió como la ilusión de confianza lo abandonaba. En vez de ponerle las manos en la cintura y dejar que ella hiciera lo propio en sus hombros, se acercó para preguntar "¿Cómo te llamas?" que era la primera pregunta obligada en tales ocasiones "Marcela", "Yo Gonzalo", 'Taaake me now!' se oía la voz de David Gates y Gonzalo se mantenía como clavado en el suelo, enfrente de su pareja, mientras el resto de la pista se meneaba suavemente en abrazos, algunos estrechos y otros menos. Finalmente fue ella la que hizo el gesto de alzar sus brazos y un segundo más tarde se encontraban en el ritual de intimidad que proporcionaba ese abrazo entre extraños.
Durante los siguientes dos meses siguió viéndola, al principio en fiestas como aquella y los domingos a la salida de misa en las Tres Aves Marías, después, cuando con el pretexto de una presentación de "Evita" dada por una compañía de la Ciudad de México en el Teatro de la Paz, la invitó por primera vez a salir solos. Conciertos como ese, por su relativa rareza, proporcionaban oportunidades perfectas para invitar a salir a una chava sin que se creara el estigma de que se les tomara como pareja hecha. Se propuso evitar dar respuesta a las preguntas que sabía que vendrían de todo tipo de amigos que se sentían con el derecho a una respuesta o que simplemente no veían nada malo en preguntar abiertamente '¿Te gusta Marcela?'. Así que cuando lo hicieron él contestaba que eran amigos, lo cual en esos momentos era cierto, pues no había pasado nada entre ellos que diera a pensar otra cosa, ni le había pedido aún que fuera su novia. Actuó de esta manera por respeto hacia ella, pero también por miedo a que se convirtiera de tal manera en dominio público, que fuera a molestar a Marcela y dañara sus oportunidades de lograr hacerla su novia, pues de que eso era lo que quería lograr estaba seguro.
Su intención de ser discreto no impedía que los vieran ir juntos a misa o a caminar por Carranza y tomar un helado en la Danesa, y Gonzalo tenía la seguridad de que todos sabían que él salía con Marcela. Por eso le causó un gran choque cuando el Tuco se le acercó un día, durante exámenes finales, en el patio del Tec y le dijo "Oye, Gonzalo ¿Eres amigo de Marcela Riaño, verdad?". Parecía especialmente amable, que no era lo usual en él por esas fechas en que su apodo favorito para Gonzalo era 'El Tojo', por 'to´jodido', después de que se hubiera desmayado durante un entrenamiento de futbol, donde además, por su escasa corpulencia, resultaba frecuentemente lastimado. "Si ¿Por qué?" le contestó al Tuco. "Es que esa chava me gusta y quiero invitarla a salir. ¿Tienes su teléfono? Es más ¿Por qué no le hablas primero tú y le dices que quiero invitarla al cine y luego ya le hablo yo?". El Tuco, a pesar de lo engreído que le parecía a Gonzalo, tenía mucha suerte con las chavas, tenía pegue, lo que estorbaba para que se lo tomara como una más de las bromas pesadas del Tuco. Gonzalo dudó si de verdad no sabía que él mismo estaba saliendo con Marcela o si simplemente le importaba poco y le servía para divertirse nuevamente a su costa. Lo único que se le ocurrió fue decirle que no se sabía el número de memoria y se despidió inventando una cita inexistente con un profesor. Trató de no darle importancia al episodio, pero internamente empezó a desarrollar la premonición de que no tendría éxito en lograr que Marcela fuera su novia. Buscó entonces acelerar las cosas y empezó a buscar la situación para declarársele, pedirle que fuera su novia. Antes de cada ocasión en que la iba a ver, visualizaba el momento en que la conversación fluiría naturalmente hacia la inevitable declaración de los sentimientos de ambos, solo para encontrarse con que la realidad no se presentaba como la había imaginado y, con el miedo atorado en la garganta que le impedía expresarse en una situación no idílica, decidía postergar sus intenciones hasta la siguiente vez, en que estaba seguro que se darían todos los elementos.
Así llegó a la semana anterior a la fecha de partida al campamento en Arkansas, cuando sin atreverse a descubrirle sus razones, le pidió a su padre que lo dejara quedarse en San Luis, poniendo como pretexto que quería avanzar dos materias durante el verano. Fue en vano, su padre mismo lo llevó al aeropuerto en la Ciudad de México aprovechando un viaje para ver proveedores. Cuando regresó dos meses más tarde, habiendo pasado al menos uno en que no recibió contestación a sus cartas a Marcela, se encontró con que el Tuco ya había logrado lo que él había buscado.
¿Y el muy cabrón sigue pretendiendo que somos amigos? Si no lo fuimos entonces ¿Por qué lo íbamos a ser hoy que ni nos vemos? ¡Pinche Tuco cabrón!

Texto agregado el 07-05-2004, y leído por 396 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-12-2004 Parece imposible que esta lectura me llevara hasta ese lugar de nostalgias. Casi como si hubiera estado alguna vez cuando nunca salí de mi barrio. Otro pais, otra cultura, diferentes vivencias y sin embargo, tan familiar. Felicito al escritor que alcanza chapa de ciudadano del mundo. Merecidas estrellas. ergozsoft
 
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