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Era un domingo por la mañana, como casi todos en la capital mexicana, a las nueve con treinta minutos de la mañana de hace aproximadamente treinta años. En ese momento yo no hubiera creído que estaba a punto de vivir un episodio de mi vida, macabro y misterioso, que nunca olvidaría. Un día de esos que el sol únicamente da luz, pero no calienta. Los parroquianos salen al Tianguis, nombre prehispánico que aún se utiliza en México para nombrar a los mercados ambulantes, a buscar la manera más agradable de curarse la resaca de la noche anterior, con un buen caldo caliente y cerveza.

Yo me encontraba en la esquina de mi casa, en el cruce de las calles “Montiel” y “Botirini”, a la espera de que apareciera alguno de mis amigos para compartir juntos el desayuno. Yo había llegado a la capital la noche anterior, proveniente del Puerto de Vercaruz, de la Escuela Naval donde estudiaba; Era un fin de semana libre.

Tenía deseos de ver especialmente a Rosario, una joven de mi edad con quien tenía amistad a grado de ser hermanos. Creo que la mayoría hemos vivido alguna vez la experiencia de tener una amiga, o amigo en el caso de las mujeres, a quien uno quiere como hermana y al final termina enamorándose de ella y sin tener la esperanza de llegar más allá por miedo a romper con la hermandad. Definitivamente era mi caso.

En esas fantasías se ocupaba mi mente cuando, de repente, ví pasar a Danielito, el dueño del molino de maíz. Caminaba por la acera de enfrente, con ese paso cansado que le caracterizaba, fruto de una vieja dolencia de riñones. Su sonrisa era sincera e ingenua, como sincero e ingenuo era él.

--Hola Dani – le grité desde mi lugar haciéndole la típica señal con mi mano derecha, que simula una bebida cuando se lleva a la boca apuntando a esta con el “dedo gordo”.

Danielito volteó a verme. Me regaló una sonrisa. Pero me dio la impresión de que esa sonrisa no la expresaba para mí sino que la tenía pegada al rostro, como una máscara; era, además, una sonrisa incompleta pues le faltaba el brillo de sus ojos. No dijo palabra alguna, siguió su paso lento y pesado como queriendo abrir un surco en el piso. Lo vi perderse al final de la calle, como se esfuman los recuerdos.

Horas después me encontraba en compañía de mis amigos, charlando y compartiendo el desayuno; me ponían al tanto de los sucesos en mis casi dos semanas de ausencia. Tocamos el tema de las parrandas, las riñas callejeras, las redadas de la policía y todas esas linduras de la vida de barrio.

—El único que se pone una buena parranda y siempre sale bien librado es Danielito –comenté—, porque él se porta bien.

Todo mundo calló. Se miraban unos a otros, como jugando a la ruleta rusa con la mirada, a ver a quién le tocaba la “suerte” de abrir la boca para dar la noticia. Ninguno se animaba. Me levanté a apagar la radio que sonaba alto de volumen.

¿Y bien? —pregunté— ¿qué es lo que sucede?

—Hace dos semanas murió don Daniel —me dijo Rosario con voz temblorosa.

Quedé mudo por la sorpresa. Se me fue la fuerza de las piernas. La cabeza me daba vueltas y mis pensamientos daban vuelta dentro de mi mente como trozos de chile en la licuadora cuando se prepara el tomate para la sopa del día.

—Lo acabo de ver hace unas horas —dije con voz quebrada—, le saludé y me respondió el saludo con un ademán de “vamos a beber cerveza”.

—¡No es posible, estás loco! —dijo esta vez José, el hermano de Rosario—, lo sepultamos hace exactamente diez y seis días. Seguramente lo confundiste con alguien más.

—Seguramente sí —respondí y continué la reunión como si nada hubiera ocurrido.

Ya de regreso a casa me detuve justo en el lugar donde horas antes Danielito se detuvo a saludarme. ¡Un escalofrío recorrió mi cuerpo! Por varios días no pude dormir pensando en lo sucedido. La imagen de ese hombre me persiguió por mucho tiempo. Hoy día, cuando lo recuerdo, el escalofrío me visita nuevamente.

En el momento de escribir esta historia me invade esa misma sensación de espanto y presiento que las miradas de mis lectores la compartirán conmigo.




(es una experiencia real, vivida hace uuu muchos años)



Texto agregado el 06-11-2008, y leído por 183 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
09-08-2009 ...muy bueno***** anablaumr
23-11-2008 Senti ese escalofrio. Yo a los 15 dias... que murio mi madre la vi sentada en su cilla caracol (cilla de rueda) sonrriente y feliz nunca la soñe, ni se me precento mas... aunque quiciera verla otra vez. mis 5* y un 1000 de besos para ti amigo querido nilda yo_nilda
22-11-2008 Buen relato***** zumm
20-11-2008 Te creo ,es asi ,espero no te dure el espanto.Me gusto mucho tu relato ******* shosha
18-11-2008 Yo pienso que muchas personas a las que queremos,pueden presentarse ante nuestros ojos para darnos el último adios. Creo que me gustaría que me sucediera,pues es una prueba de mucho afecto. Tambien sentiría esos escalofríos;pero en el corazón sentiría algo así como paz. Me gustó tu escrito querido amigo******* Besitos Vic 6236013
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