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EL GUIÑO

Habían pasado muchas semanas desde aquel fatídico atardecer cuando la vida de Adriano Herrejón dio un vuelco terrible. Tuvo un infarto cerebral o apoplejía que lo postró para siempre en cama. Este traumatismo fue como un cortocircuito en el tronco cerebral, rompió la comunicación entre el cerebro y sus funciones motrices. Le sobrevino cuando su prometida Berenice Berk rompió el compromiso matrimonial entre ambos para casarse con otro tipo.

Después de veinte días de coma y varias semanas semiinconsciente se despertó en el hospital más lujoso del norte de su país. No podía comer, ni respirar sin asistencia. Sólo podía mover el párpado izquierdo y, un poco el cuello. Un terapeuta le enseñó un alfabeto ordenado por la frecuencia de aparición de las letras. El asistente lo repetía y él parpadeaba en la letra deseada. Un guiño le servía para decir “sí”, dos, para indicar “no”. Lo maravilloso para Adriano fue el aceptar en poco tiempo su nueva condición de vida, toda la energía conservada en su inanimado cuerpo se concentraba ahora en su ojo izquierdo, desde ahí reflejaba una decisión y fortaleza de ánimo dignas de encomio.

Sus padres y hermanos contribuyeron en la medida del gran amor filial hacia el enfermo y de la inmensa fortuna acumulada por la familia. Contrataron dos excelentes neurólogos quienes lo atendían cotidianamente, tres enfermeras organizadas por turnos para no dejar solo ni un instante al apopléjico, además del terapeuta quien lo ejercitaba para desarrollarle la capacidad de comunicarse con los demás. A este equipo se sumó por indicaciones de los neurólogos una ortofonista de gran prestigio, quien a través de la eutonía, una disciplina corporal de carácter terapéutico y educativo basada en la experiencia sensitiva del paciente, ayudaría a Adriano a tomar plena conciencia de su cuerpo y de sí mismo, integrando todos los dominios de su ser. Porque para la ciencia médica, la eutonía puede desarrollar en grado superlativo la sensibilidad y la percepción en los apopléjicos. Es además un invaluable recurso para llevar al enfermo a un nivel de conciencia, permitiéndole tomar contacto no sólo con su cuerpo inmóvil, sino también con la integración de todas sus partes, la postura, los apoyos, con sus pensamientos, emociones, sentimientos y estados de ánimo.

De esta forma llegó Alma Delia Quiroz al entorno de Adriano. Cuando la mirada del ojo izquierdo del enfermo se cruzó con los ojos verde mar de la ortofonista hubo empatía entre los dos. Alma Delia era una mujer de una belleza sobria, enamorada de su profesión, irradiaba confianza, ternura y poseía paciencia inagotable.

Después de haber auscultado a su paciente, la especialista comprobó con agrado los progresos considerables en Adriano, tomando en cuenta la gravedad y el estrés postraumático derivados del accidente. Ahora el enfermo podía emitir algunos sonidos guturales que médicamente auguraban buenos resultados. De inmediato Alma Delia se dio a la tarea de atender la disfonía del apopléjico, utilizó el oscilograma y el espectrograma como métodos de análisis acústicos de los sonidos emitidos por el tracto vocal del paciente para descifrar el mensaje emitido.

Con el paso de los días se dio entre Adriano y la ortofonista una dependencia extrema, para el enfermo la presencia de Alma Delia era casi vital, el gran interés mostrado por la mujer en él, lo animaban para querer mejorar su calidad de vida lo más pronto posible. Para la profesionista, el caso clínico de Adriano ponía a prueba su capacidad y experiencia médica. La obsesión por encontrarle cura a la discapacidad de locución del paciente la orilló a vivir en la mansión del enfermo a solicitud de los familiares de éste.

Finalmente la relación médico-paciente llegó a ser simbiótica, Alma Delia vivía pendiente del parpadeo del apopléjico y de los sonidos desesperados emitidos por aquél. Mientras Adriano sobrevivía consumiendo el mismo aire de la doctora, se alimentaba con su presencia, de sus olores, paliaba la sed en las tranquilas aguas verdes de sus ojos y la acariciaba, ¡Sí, le hacía caricias imaginarias!, con manos ávidas de hombre, sólo guiadas por sus recuerdos. Porque Adriano había perdido la movilidad del cuerpo, ¡pero no la memoria!, recordaba muy bien cómo acariciar a una mujer.

Una mañana, mientras Alma Delia de espaldas a su paciente revisaba unas notas médicas para comentarlas luego con los neurólogos quienes llegarían más tarde, se estremeció cuando creyó sentir unas manos amorosas acariciándole el cuerpo, entonces vio a través de un gran espejo colocado frente a ella, la mirada a medias por ser del único ojo útil del enfermo, prendida amorosamente de sus nalgas. ¡Sintió un escalofrío!, un gran desasosiego, convertido después en ira. ¡¿Cómo pudo ser tan estúpida?! ¡Tan poco profesional! Ahora comprendía los arrebatos, los estados de ánimo tan disímbolos manifestados en los últimos días por el paciente, causa principal para convocar con urgencia a los neurólogos.

Salió de prisa de la habitación sin decir palabra al enfermo. Luego, sentada en una banca del hermoso jardín de la casona reflexionó sobre el asunto. A pesar de estar sola, se sentía vigilada por la mirada de un ojo de aspecto lastimoso. Le quedaba claro, Adriano se había enamorado de ella. Desde su óptica profesional, esto le agradaba, pues su paciente demostraba haber recobrado gran parte de la confianza en sí mismo; su autoestima se había elevado de donde estaba postrada cuando empezó a tratarlo. También entendía que estas emociones contenidas provocaban en Adriano un estado de tensión emocional muy peligroso pues lo orillaban a un nuevo colapso neurológico. Escondió el rostro entre sus manos, dejó rodar unas lágrimas de pesar y tomó una resolución.
Más tarde, sentada frente Adriano, empezó a hablarle con ternura, mientras él la observaba muy atento con su único ojo.

—Mira Adriano, es preciso decirte antes de la llegada de los neurólogos el gran afecto hacia ti como mi paciente.

—Tu caso clínico es un gran reto profesional, desde el principio lo tomé con gran interés, luego se fue acrecentando en el proceso de conocerte y con el trato a tu familia—

—Te haré una pregunta, piensa bien antes de contestar, no te desesperes y trata de conservar la calma, si crees no poder lograrlo suspendemos de inmediato la comunicación, más tarde la continuamos—

—Recuerda, un guiño quiere decir ¡sí!, dos guiños ¡no!— Le recordó vehemente la mujer.

Una emoción incontenible empezó a acumularse en el pecho del enfermo, tal vez fuera la oportunidad para decirle a su doctora cuanto la amaba, hacerle saber la gran ilusión que significaba en su vida. En forma acelerada la emoción crecía en su ánimo, Adriano empezó a sentir un hormigueo en la parte izquierda de su cara, en el único sitio de enlace con la vida, ¡su ojo izquierdo!

Comenzó a escuchar muy lejana la voz decidida de Alma Delia, quien le decía: —Adriano, la cercanía, el trato médico-paciente entre los dos ha sido mal entendido por uno de nosotros.

—Quiero dejar ahora bien claro lo siguiente, estoy dedicada únicamente a mi profesión— Luego, mirándolo fijamente al único ojo le dijo:

—Deseo con todo mi corazón quedarme junto a ti como tu doctora y amiga— —Por favor no esperes nunca algo más de mí, estoy muy segura de no poder ofrecerte nada más—

—Ahora dime, ¿Quieres que me vaya?—

Adriano sintió una gran desesperación, entendía perfectamente lo dicho por Alma Delia. Quiso gritarle ¡Por favor no me dejes!, pues él se conformaba con la limosna de su afecto y servicios profesionales, pero de su garganta sólo salían ruidos, remedos de la voz varonil de otros tiempos. El hormigueo en su ojo útil iba en aumento en la misma medida crecía su desesperación. En medio de la crisis recordó la forma de comunicarse con el parpadeo, en el momento justo cuando Alma Delia le repetía aquella pregunta:

—¿Quieres que me vaya?—

Adriano en un agónico esfuerzo intentó decirle con dos guiños que... ¡No se fuera!, pero sus últimas fuerzas sólo alcanzaron para hacer un guiño y luego el único contacto con la vida externa se le paralizó y entró en un sueño vegetativo en donde no existían el amor, la traición, tampoco había lástima ni ningún otro sentimiento.

Mientras Alma Delia se encaminaba hacia la puerta de la habitación ocultaba sus lágrimas frente Adriano, en el momento de alejarse para siempre de su lado, con la frustración por haber fracasado como profesionista.

¡Si al menos hubiera hecho un guiño más…! Se fue pensando.


Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion.

Texto agregado el 06-11-2008, y leído por 993 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
24-09-2013 Me ha llegado profundamente,es como todo amor no correspondido.Así lo veo,porque podría ser diferente aún con esa enfermedad***** Victoria 6236013
26-05-2009 Tanto el contenido de esta historia como tu narrativa son de de altura: contagia de emoción, te lleva a los limites de lo increíble, de la desesperación, hasta arrástrate a la misma impotencia física-emocional que siente el sujeto autor de este maravilloso relato, debido a su discapacidad para expresar sus sentimientos. Aunado a ello, el sentir de la terapeuta profesional, se convierte en otro tipo de discapacidad –emotiva- al no poder llegar hasta las fibras más humanas, psicológicamente hablando, de Adriano. Tu relato despiertas muchos tipos de sensaciones: cuál más importante que la otra, sin embargo, la que te arroja y te da contra el suelo es aquélla que nos hace reflexionar sobre la realidad latente cuando, por mucho que deseamos, no podemos ayudar a otro. Admiro tus escritos, todos son lingüística y literariamente bien manejados y humanamente bien plasmados. Un abrazo amigo, mis respetos. Sofiama
23-05-2009 Una imaginacion sin limites. Te felicito por tu excelente prosa. Un abrazo inkaswork
14-11-2008 Las cosas no salen siempre como uno quiere.Excelente cuento , lo he leido dos veces ValerioCuervo
13-11-2008 ¡Que bien escrito! Todas mis felicitaciones. neige
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