Piel pálida. Rostro ausente. Pelo encrespado. Manos Frías.
Cual estatua esculpida en puro mármol, descansaba entre las cruces de un olvidado cementerio. La nieve caía a su alrededor, pausada, en pequeños copos que resbalan por su capa, manchando su helada carne ajena a la temperatura invernal.

Sobre una lápida, una rosa, rojo carmesí, descansaba en su granito negro y él no paraba de mirarla. Contemplaba impasible aquella flor que batallaba con la nieve. Sus ojos rojos destilaban tristeza, su mirada perdida lo alejaba de aquella realidad a la que pertenecía, de ese mito que lo atrapaba en la vorágine de siglos que pesaban en su espalda.
El viento arrastraba los vaporosos copos que al caer acariciaban las tumbas del lugar, mecía los cipreses que hacían de guardianes del cementerio de los sueños olvidados.

El silencio de la noche, roto por los graznidos de los cuervos que asustados huían de su propio destino, que intentando huir del tiempo que parecía haberse detenido en aquel lejano rincón escondido en la tierra revuelta, agitada por los temblores provocados por pasos iban haciendo mella en la nieve marchita.
A pocos metros de la rosa, se detuvo a observar a aquel que la contemplaba, una mujer de largos cabellos negros y boca roja, una esbelta figura escondida tras una capa, un rostro angelical escondido tras una capucha. Finas manos de largas uñas portaban una guadaña.

Sus ojos se cruzaron. El cielo y el infierno se unieron en aquella mirada, los ángeles observaban aquel duelo, los demonios hacían apuestas acerca del destino qua a ambos amparaba.
- Aún sabiendo lo que te esperaba, has acudido a la invitación. Aún sabiendo quien venía a buscarte, has respondido a la llamada. Nunca pensé que fueras tan idiota.

- Nunca rechazo una invitación, tenía una cita a la que no podía faltar, que no podía eludir ¿no es cierto?
- Y la leyenda se cumplió...

- La leyenda siempre fue cierta...
- El amor te convirtió en aquello que no eres...¡¡¡Enamorado de una mortal!!¡¡¡De una humana!!Y la dejaste morir sin convertirla!!

Solo un silencio pudo responder a aquellas palabras que la dama de la guadaña le increpaba. No había palabras para responder a aquellas. Ni afirmar ni contradecir podía, un silencio ahogado era lo único que le dejaba tansmitir la inmesa pena que habíase instalado en su corazón maldito.
- Pudiste hacerlo. Te brindé miles de oportunidades y aún así, la dejaste escapar, la dejaste marchar, dejaste que me la llevara, con tal de que no corriera la misma suerte que tú, ¡¡¡para no convertirla en el monstruo que eres!!!

Su angelical voz se mostraba furiosa, cansada, llena de ira y confusión, no podía entender como aquel despiadado ser que le había enseñado todo lo que sabía, aquel del que fue discípula, quien convirtió su sangre en hielo podría haber realizado semejante acto. ¿donde quedaron los años en los que le había enseñado como alejarse de los sentimientos? ¿Donde quedaron aquellos años en los que le enseñó a transformar la carne de su corazón en puro mimbre? ¿Ante quien se postraba en estos momentos? No podía ubicar ante sí aquel rostro tan conocido, pues ya no era el mismo.
- Hace tiempo que todo había dejado de tener importancia - pudo responder al fin - Ni ángeles, ni demonios, ni cielo ni infierno, ni siquiera los vampiros existían ya en mi mundo, tan solo estaba ella...Y ahora...ahora - siguió relatando con lágrimas rojas que manaban de sus ojos - ahora ya todo carece de sentido, solo me queda esperar a la muerte, esperar a que tu quieras llevarme hacia la barca de Caronte. Como azote de los mortales que he sido durante tantos años, de nada sirve ahora pedir perdón por mis pecados, aceptaré el sitio que me toque en el infierno, aceptaré el destino que me haya sido asignado. Por ello, no podía faltar a mi cita contigo, pese a saber aquello que me esperaba tras este encuentro.

¿¿CONTINUARA??