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Inicio / Cuenteros Locales / aashajuijekechi / Otro arrebato del viejo Alirio

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Al viejo Alirio nunca le gustó ningún yerno. Sus once hijas podrían pasar horas refiriendo anécdotas de todos los calibres sobre las afrentas que este hacía a los pretendientes que despertaban sus celos de padre, como la vez que botó a uno de la terraza de su casa porque según él olía a manteca rancia, o el desafío a muerte con un saxofonista de banda papayera que insistente pretendía a Martica, su hija mayor, a quién le advirtió que si quería un músico tendría que ser por lo menos un cantante, pero un cantante de verdad, como Pedro Vargas o Pedro Infante, no como esos maricas de ahora que se peinan con trencitas y usan gafas oscuras hasta en la noche. Es bien radical el viejo Alirio, y arrebatos como estos se repitieron en las últimas tres décadas cada vez que aparecía otro pretendiente de cualquiera de sus polluelas como él les dice.
Con el peso de ese antecedente llegó Camilo anoche, primer domingo de noviembre, resuelto a buscar la aprobación del viejo para casarse con la hija menor.
Miriam, la hija menor, quién de sus veintiocho años ya tiene dos de amores con Camilo y tres meses de un embarazo furtivo que la subió en el tren sin retorno de legalizar la situación, recibió a su amor en la terraza y sin muchos rodeos lo llevó de la mano a la sala, como chivo al degüello. Camilo a pesar del tiempo que llevaba frecuentando la casa apenas si saludaba al viejo, no era para menos, sabiendo que cualquier cosa podría ser utilizada en su contra, así que con modales de seda dio las horas y se sentó en el sofá al lado de la poltrona donde estaba tumbado el suegro, casi acostado, con el control remoto sobre la prominente barriga apuntando hacia el noticiero de la noche.
El viejo no respondió el saludo y no dio señales de vida por varios minutos. Después en un cambio que la presentadora del noticiero hizo a comerciales Camilo aprovechó, buscando no importunarlo.

- Señor Alirio – dijo armado de valor – yo…
- ¿Qué quiere? – tajante inquirió el viejo con la mirada de piedra todavía en el televisor.

La garganta se secó y Camilo sólo atinó una tos falsa, apretó las manos y repasó las miradas compasivas que salían de todos los flancos, la de la suegra que ya sabía todo asomada por el tragaluz de la cocina, y la de algunas hermanas y primas de Miriam que estaban detrás de las cortinas en el umbral de los cuartos. Esas miradas cómplices fueron su asidero y en seguida retomó, hizo que la frase saliera directa a pesar de lo disonante de su voz de susto:

- Señor Alirio… Miriam y yo nos vamos a casar.

En seguida un débil carraspeo, y lo único que se escuchó a continuación fue el runruneo de la presentadora de nuevo. Así pasó un tiempo más, sin respuesta, nadie dijo nada hasta que un rato después el noticiero cambió a la sección de deportes, el viejo todavía con la mirada profunda en la pantalla por fin musitó algo, pero fue para quejarse de su equipo de futbol que empató jugando de local. Actuó como si nada, como si nadie le hubiese dicho nada.
Angustiada Miriam se hizo al lado de Camilo, tomó su mano y sintió en ellas el frío de la situación. El viejo sin pestañar cambió de canal, sin inmutarse. De nuevo los resultados de la jornada del torneo local, y otra vez se quejó del pobre marcador. Mientras todos esperaban de un momento a otro el huracán.

- Papi… Camilo te habló. ¿qué dices? – se animó Miriam
Sin mirarlos, absorto todavía en el televisor, el viejo los despachó.

- Hija ya usted es una mujer hecha y derecha… y ya decidió. Suerte, no es más.

La madre se esfumó del tragaluz y bajó la mirada en la cocina. El atisbo tras las cortinas desapareció y las miradas de Miriam y Camilo se encontraron sin entender. Nadie entendía. Fue como si luego de esperar sin esperanza, acurrucados y con los ojos cerrados la embestida de un monstruo este hubiese desaparecido dejando un soplo cálido.
Miriam incluso alcanzó a tener la sensación incomoda de que a su padre no le importaba su futuro, sin embargo después supo que la mirada del viejo, fija hacia el televisor, irónicamente no era una señal de indiferencia sino todo lo contrario. La procesión iba por dentro como dicen.
De todas maneras Camilo y Miriam entendieron que si bien los había tomado por sorpresa su actitud y no entendían muy bien lo que pasaba no podían haber sorteado mejor aquella situación. Se levantaron suavemente y dieron la vuelta. Sólo avanzaron dos pasos hacia la terraza y el viejo de repente los interrumpió.

- Un momento joven. – dijo, frenando a la pareja.
- Si… si señor, dígame. – salió al paso Camilo, observando que el viejo todavía no los miraba, seguía concentrado en el televisor.
- Hace rato, quizás dos meses tengo una pila de piedras en el patio. Es un viaje de volqueta completo, y lo tengo allí para hacer los cimientos del cuarto de huéspedes ahora que me caiga una plata, ¿usted lo ha visto? – preguntó.
- Si… si señor, si lo he visto. – contestó Camilo soltando las manos de Miriam y retrocediendo los dos pasos que había dado.
- Bueno. Si usted se quiere casar con Miriam tiene que venir mañana temprano, necesito que saque todas esas piedras por el portón y las acomode en el frente de la casa. Una por una.

El prometido estaba sabido de que el viejo Alirio era un tanto incomprensible, sin embargo vivir sus modos y escuchar sus palabras lo ubicaron en la real dimensión de lo que eso significaba. Las cosas estaban salidas de lo que él alcanzó a imaginarse, pero al fin y al cabo no le estaba yendo tan mal, después de todo un montón de piedras no es gran cosa y en eso pensó cuando respondió a la confusa petición.

- Bueno… claro… si señor, con gusto…
La suegra en la cocina soltó una sonrisa que apagó de inmediato mordiéndose levemente el dedo índice.

Conocía esa actitud de su esposo, y a pesar de que en sus años mozos le había costado acomodarse a ella, entrada en años aquello lo aprendió a ver como una travesura senil de su esposo, digna de gracia. Era la típica resistencia del viejo Alirio a que le lleven la contraria, la única diferencia era que anoche la contraria se la llevó él mismo cuando aprobó sin más allá ni más acá la unión de su hija. Pues bien el testarudo viejo estaba reaccionando ante su propia ociosidad, algo así como evitando su propio autogol.
Las miradas de la pareja se reencontraron, los rostros eran de sorpresa, pero también de regocijo. Esperaban un arrebato de ira o un insulto ofensivo, cualquier cosa, pero nunca se hubieran imaginado que su aprobación a esta unión pasara por una tarea tan inverosímil, que no sacrificaba para nada la percepción que tenían de haber salido bien librados, incluso, antes de escuchar el remate de la faena del viejo Alirio.

- Oiga joven. – dijo, frenando a la pareja otra vez.
- Si… si señor, dígame
- Mañana, cuando haya sacado todas las piedras, no las vaya a dejar allá en frente. Si de verdad se quiere casar vuelve y las mete, las acomoda donde están…Una por una.

Apagó el televisor y se fue a la cama.


Texto agregado el 16-11-2008, y leído por 536 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-03-2009 Celebro tu ingenio, tu buen humor y tu buen oficio. 5* ZEPOL
02-02-2009 Muy buen retratado este viejo gruñón. así habían muchos antes...Un saludo! galadrielle
17-11-2008 !Delicioso relato! margarita-zamudio
16-11-2008 muy original y con mucha gracia. Me encanto. Bellisimo carolina52
 
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