MUJERES

He escuchado con atención e interés varios programas en esta radio y leído diversos artículos en los diarios y revistas, defendiendo a la mujer de los hombres que las atacan. Como hombre estoy absolutamente de acuerdo en que deben ser respetadas como se merecen, pero también los hombres debemos salir en nuestra defensa, ya que es una minoría la que castiga corporalmente o con la muerte, las reales o presuntas infidelidades u otras potenciales fallas del sexo débil, lo que amerita poner las cosas en su lugar. Porque cuando tienen los medios para actuar con crueldad, abuso y engaño contra los hombres, numerosas mujeres actúan de igual o peor manera.
Lo que digo y diré a continuación es sólo con el propósito de equilibrar la balanza de la Justicia, ya que hay quienes colocan al Hombre moderno como un monstruo y a la mujer como una víctima, cuando en realidad tenemos la misma índole.
Como la mayoría, creo que si la Mujer no existiera habría que inventarla, en cuyo caso creo que los hombres donaríamos gustosos una de nuestras costillas, a pesar de la dura reflexión anónima, que repite en la tapa de su libro “La Mujer”, Isidoro Lois: “Si la mujer fuese buena, Dios también tendría una”, reflexión que no comparto.
Creo que el problema de que muchos hombres lleven en su índole la convicción de que tienen el derecho de vejarlas, castigarlas y convertirlas en sumisas, radica en nuestra formación genética ancestral. La Biblia dice “de que es la culpable del pecado original”. Confucio de “que la mujer es lo mas corruptor y corruptible que hay en el mundo”; Pericles agrega “las mujeres, los esclavos y los extranjeros no son ciudadanos”; Aristóteles no le va en saga: “de la mujer puede decirse que es un hombre inferior”; a eso se suma San Pablo, Santo Tomás de Aquino y otros santos. Enrique VIII, que ordenó cortar varias cabezas femeninas presuntamente infieles, ordenó que: “las mujeres casadas, los niños, idiotas y lunáticos, no pueden legar sus propiedades”.
Todo lo anterior va en el inconciente colectivo y hasta hace poco la legislación chilena permitía matar a la mujer sorprendida in fraganti en adulterio, porque esto correspondía a “un impulso irresistible”.
Yo creo que los hombres hemos asumido el hecho de que las mujeres tienen los mismos derechos y deberes respecto a los estudios, trabajo, oportunidades y que, o paradoja, somos igualmente infieles. Esto último lo demuestran importantes encuestas nacionales e internacionales.
Entonces la desigualdad radica esencialmente en la violencia intrafamiliar, producto del abuso de la mayor fuerza física del hombre, cosa que debe ser sancionada a través de la ley; porque es difícil cambiar por decreto la naturaleza humana. Pero esta violencia no es sólo de los hombres. Muchas mujeres han superado por otros medios esa fuerza física masculina. Casos como el de la Sra. Maria Soledad Pérez, “La nueva Quintrala”, a quien conocí ya que su padre era el dueño de la panadería que quedaba a cien metros de la casa de mis padres, la cual parece sobrepasar a la mayoría de los criminales masculinos con su frialdad, crueldad, premeditación y alevosía. Una réplica de doña Catalina de los Ríos y Lispenguer, la Quintrala criolla, capaz de asesinar, torturar, flagelar y mutilar a varios de sus numerosos amantes o enemigos. La historia nos habla de Cleopatra, de Catalina la Grande en Rusia, de una condesa húngara que bebía la sangre de las doncellas y muchas otras que en este corto espacio me es imposible enumerar en detalle.
Entonces debemos ir al meollo del asunto. Llegaremos a una convivencia sana, equilibrada, armónica y los más feliz posible; si erradicamos la violencia como forma de dirimir nuestros conflictos; si inculcamos el respeto por el honor del otro u otra; si eliminamos la mentira, la infidelidad y la envidia de nuestras vidas; si acabamos con las drogas de todo tipo y aprendemos a beber moderadamente; si terminamos con la desigualdad social y el abuso.
Lo anterior es una dura tarea que comienza en el vientre de la Madre, cuando el niño o niña escucha al Padre tratar con amor a su esposa embarazada y esta corresponderle en igual forma; después al nacer y ser bien alimentado y tratado con cariño; luego en la educación de la escuela compartida con la formación y el ejemplo dado por sus padres y finalmente en estudios superiores técnicos u otros.
Jamás superaremos estos problemas de otra forma. Ni el enfrentamiento o competencia entre sexos; ni el culpar a los otros del mal que es de todos; ni el abusar de los resquicios legales para culpar casi siempre al hombre, solucionarán el problema de fondo que es mucho más profundo.
Cuando un hombre se separa “dejó a su mujer” y si encuentra otra “es un mujeriego”. Si la mujer se separa “es porque era un flojo, borracho” y cuando encuentra otro “está rehaciendo su vida”.
Seguramente hay muchas personas que no estén de acuerdo con mi planteamiento, pero creo que la mayoría de los hombres lo comparten y muchas más mujeres de las que se imaginan. Porque nadie quiere ser superior al otro; el hombre y la mujer nacieron para formar entre ambos un solo ser, por lo que el agredir, engañar, deshonrar a su otra parte, es agredirse, engañarse y deshonrarse a si mismo o misma. Así lo expresa Miguel Serrano en un ensayo que escribió “Elella”, en que dice que somos una parte de un todo que se complementa cuando encontramos esa otra persona.
Y para que nadie de una interpretación errónea a mi manera de pensar, nada es más valioso para un Hombre que la Mujer que ama, ya que ella es dueña de hasta la última gota de nuestra sangre.


San José de Maipo, 15 de Noviembre de 2008. Juan Carlos Edwards Vergara