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Cuando comencé a escribir el cuento, casualmente, me di cuenta que la historia donde debería terminar empezaba, y donde debería empezar terminaba, así que comenzaré por el final.

Cosmovisión

Las trescientas estacas clavadas en el corazón de Arón Sindulfo no lo mataron, contrariamente a lo previsto, lo reanimaron. Se sacudió el pelo y se frotó los ojos. Se sentía mejor que nunca. No creía lo que veía, santos y mariposas, mariposas y santos. Subió y bajó la colina con su bicicleta supersónica y del otro lado una dama muy bonita con un collar de diamantes y una correa atada a un palo le dio la bienvenida. Había algo muy extraño en su rostro, no tenía boca. Donde debería haber una boca, sobresalía una oreja puntiaguda como la de un duende. Siguió a pie y llegó a una vivienda flotante donde unos monos le convidaron una cucharada de mermelada de pescado con salsa golf, pagó con su tarjeta electrónica y, miraba el colorido cielo azul cuando recordó el techo que ya no estaba y que era un puñado de cristales pegados y que se había abierto para dejar ver al descubierto las desnudas constelaciones junto a los corales. La vivienda voladora se trasladó hasta el norte de la mítica ciudad de las penumbras, y el norte de la ciudad se trasladó al centro, al mismo tiempo, en direcciones opuestas. Se deslizó por la rampa y con una pirueta acrobática se frenó en seco a dos centímetros de un rosedal con alfileres largos y espinas filosas, que crecía sobre el asfalto húmedo de un toldo de lona oblicuo. Los helicópteros destruidos y apilados formando una torre de babel, ocupaban la mayor parte de la calle que giraba como una hélice, y su símbolo: X, +, X, obstruyendo el paso en pasillo del cielo. Volvió a mirar hacia el espacio infinito y exclamó: My God, it's full of stars! Se sorprendió de ver como dos brujas montadas en sus escobas mecánicas barrían las nubes y como caía el polvo cósmico de un edificio en demolición. La pirámide volaba hacia abajo como una espada, atravesando la corteza terrestre y apuntando directamente a los elefantes que sostienen el mundo, directa y punzante al origen del mal, pero los monstruos se abrían como dos compuertas de las aeronaves permitiendo su paso, a la flecha que indicaba el camino a su objetivo va. Entonces, la pirámide volvió a ascender a la velocidad de la luz, esta vez sí, rompiendo el cubo de cristal del aerolito, para ser atrapada entre las compuertas que con fuerte presión la hicieron estallar en bloques de piedra maciza descuartizada en bloquecitos rocosos desparejos que quedaban flotando por el universo, es de sospechar que eternamente, y se alejaban cada vez más mientras más lejos llegaban. Les advirtió que mejor se queden en Júpiter. No perdía tiempo el manto de nieve fundida. Cubría con sus copos de nieve la vapuleada corteza terrestre de profundos cráteres. Arón comprendió que con éste natural mecanismo y de este modo se mantenía el planeta frío, ya que las rocas se iban substituyendo lentamente por bloques de hielo, impulsadas por las inmensas palas que las catapultaban desde los polos al centro-núcleo del planeta para que el hielo que escupe el volcán tiritando de frío sea transportado desde Hercólubus con cargueros espaciales navegados por los buitres plutónicos de alas de frambuesa que recorren el mar polar estelar una vez por año, ya envueltos y refrigerados por la nieve. Arón Sindulfo se dio vuelta y pidió un helado de frutilla con rhum y coco, a su lado, una extraña silueta de hombre le llamó por su nombre artístico: ¡Arón!
Arón se dio cuenta a tiempo y con voz seca dijo: ¿tú me has salvado? No, en realidad, nosotros cumplimos pero tu no. -¿Qué no cumplí?- preguntó sorprendido.
Ayer era tú último día en la tierra, ¿quiere seguir viviendo? Para eso debes pagar el viaje. ¿Seguir viviendo? ¡Pero si estoy vivo! Pero no en la tierra sino aquí, ¿o no quiere? ¡Oh no! Entonces…Ahora sí, las trescientas estacas lo mataron y sus cenizas esparcidas le dieron vida a la tierra desértica.


Texto agregado el 18-11-2008, y leído por 191 visitantes. (0 votos)


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