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La mentira

“Te voy a contar una mentira” Le dije. Ella me miró con esos ojos azules e inclinando a un lado la cabeza sonrió expectante desde el otro lado de la mesa. “Bueno, te voy a contar cuatro cosas sobre mí de las cuales una es mentira y las otras tres son verdaderas, tú tienes que adivinar cual es la mentira y después te toca a ti hacer lo mismo”. El bullicio permanente del restaurante, los fuertes olores a curry y especias y los ornatos exagerados parecían haber desaparecido. Su presencia daba un refinamiento exótico y una especie de pureza a aquel lugar normalmente mundano. No podía esperar a oír de su boca todas las cosas que repetiría a mis amigos y familia en las semanas que seguirían a aquella noche. Mi juego era la herramienta perfecta para incitar el intercambio, la comunión de confidencias. Lo propuse al final, cuando nos trajeron el té dulce. Lo que nos contáramos abriría un nuevo nivel de conversación que pasara de las trivialidades que habían sido el objeto de nuestra conversación hasta ese momento. Ya tendríamos toda la vida para hablar de deliciosas inconsecuencias.

Si el problema conmigo es que me enamoro en un dos por tres. Llevaba pensando en ella y queriendo invitarla a salir casi desde que la había conocido. Su aspecto era impecable, buena figura, de vestir como una mañana de primavera en París, cargado de sobriedad y elegancia. De la primera vez que hable con ella, en la cafetería de la oficina a donde había entrado a trabajar hacía un mes, supe que era culta y refinada. Ya me veía presentándosela a mi madre. Seguí viéndola en la cafetería, comiendo a veces juntos, usualmente en compañía de más compañeros y así conocí detalles de su vida que no hacían sino corroborar mi imagen inicial. Una alma gemela, si se me permite el lugar común. Dos o tres viernes después de nuestro primer encuentro finalmente tuve el valor para llamarla a su extensión e invitarla a salir. Quedamos para cenar al día siguiente en el restaurante indio donde ahora nos encontrábamos.

Yo había hecho el juego antes, así que tenía mis tres anécdotas y mi mentira preparadas. Eran cosas que mostraban partes de mi personalidad que no eran necesariamente obvias de un trato cotidiano y superficial. La mentira vendría segunda y la diría en el mismo tono que las otras. Le conté como había hablado en un mitin político ante más de dos mil personas. Luego le conté la mentira, diseñada para que pareciera común en comparación con el resto. Aseguré haberme recibido como el primero de mi clase cuando en realidad fui de los últimos. Luego le conté que de muy joven había estado en el seminario. Por último le conté de la vez que me enfrenté a un tipo gigantesco en un lejano pueblo de Rusia central para defender a una muchacha a la que agredía.

Tal como lo imaginé aventuró que la mentira era, en ese orden, primero la última, luego la primera y por último la tercera. Mi imagen de intelectual había funcionado, nadie imaginaba nunca que no hubiera sido un muchacho estudioso. También como esperaba, las anécdotas facilitaron la conversación y pude hablar de mis ideas y valores personales. Consciente de no monopolizar el tema a los pocos minutos le dije que era su turno. Mientras ella pensaba en lo que habría de decir, yo disfrutaba observándola abiertamente y sin distracciones como por primera vez podía hacerlo. Su cara tenía una cualidad de virgen renacentista que solo hacía que la encontrara aun más atractiva. Ella sonreía coquetamente y miraba hacia arriba de vez en cuando al tiempo que pensaba, obviamente divertida, sus experiencias a contar, o tal vez su mentira. ¡Qué guapa era! Pensaba, tal vez al despedirme esa noche podría robarle un pequeño beso, no creía que fuera demasiado atrevido. Después de tres o cuatro minutos dio un pequeño aplauso, soltó una carcajada traviesa y dijo que estaba lista. Yo esperaba atento.

Lo primero que relató fue como había dado la vuelta al mundo durante ocho meses con una amiga durmiendo en una tienda de campaña y haciendo trabajos eventuales para sobrevivir. Deseaba que fuera verdad y así lo imaginaba, podía verla como una mujer independiente descubriendo la belleza del mundo. Asentí con la cabeza para mostrar que había entendido y permitirle proseguir. A continuación contó como a los veinte años había posado desnuda para un grupo de pintores durante el verano. Reí de buena gana, por un lado era atrevido contarme aquello pero por otro la hacía todo demasiado fácil para mí. Había escogido la misma posición que yo para la mentira. Después me contó que sabía chino mandarín a nivel conversacional. De sus viajes, concluí. Aparte resultaba poco inusual en una persona de su cultura. Fue su última anécdota la que realmente me sorprendió. Agachando la cabeza volteó hacia arriba los ojos para verme juguetonamente. No era buena actora, pensé, se había ruborizado un poco descubriendo que lo que contaría era probablemente verdad. Habló y al final se cubrió la risa con las manos. Confesó haber tenido un menage-à-trois con dos hombres. “¿Sí?” Alcancé a decir mientras tragaba saliva. Tratamos entonces de seguir la fórmula de adivinar cual era la mentira pero yo había perdido el interés y la conversación se fue secando. Sentía la necesidad de estar solo.

Seguí viéndola de vez en cuando en la oficina, incluso algún día que otro comíamos juntos o intercambiábamos chistes por correo electrónico, pero nunca volvimos a salir. Me siguió pareciendo atractiva, aunque cuando la veía pensaba no en el beso que me había dado ella misma cuando la dejé en su casa al final de la cena, sino en lo que hubiera pasado de haber aceptado su invitación a pasar. Pero de eso prefiero no hablar. En cualquier caso, hace tres semanas me apunté a un club de tenis y hace pocos días conocí a una mujer interesantísima que se ve que es de buenas familias. No dejo de pensar en ella.





Texto agregado el 08-05-2004, y leído por 276 visitantes. (1 voto)


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