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LOS REGALOS

Era una noche larga enclavada en el invierno, afuera el viento traía y llevaba confundidos el ruido de los gatos y los árboles; en el estupor del sueño, dos pequeñas manos se movían sobre las sábanas palpando anhelosas.
Eran manos de un niño que lanzaban piedras a los pájaros, manos que recién comenzaban a dibujar pequeñas letras deformes en un cuaderno rojo con tapas de cartón, en los helados días en que las aguas se cubrían con escarcha, esas manos apretaban un paquetito de papel de diario en cuyo interior había una piedra recién sacada del fuego, que mantenía su calor por largas horas.
La noche es un mar con distintas aguas, los hombres navegan en tempestades de vino, los ancianos y los niños dulcemente duermen; el sueño comienza al final de un cuento y el vino en el último beso, una tela de araña no es más que un recuerdo, ambos vibran al ser sorprendidos.
Un grillo perdido entre los adobes llora, llanto melancólico y profundo, suavidad oscura de muerte , lejanos clamores de la infancia, de las viejas casas de adobes ya casi destruidas. ¿En qué altas ramas se enredan las noches largas?, ¿Acaso las noches tienen anclas de espinas que se clavan en los árboles? y así aferrada amenaza con oscurecer por siempre al mundo.
Fantasía de terciopelo, de manjar, de caballos blancos, una espada de oro y cinco hadas danzando. El cuento se ha enredado con el sueño, el niño rubio suspira despertándose, sus ojos ansiosos buscan un poco de luz en las ranuras de las ventanas, siente la noche inmensa, se acostó con las primeras sombras para vivir pronto el nuevo día, sus manos palpan nuevamente alrededor como buscando un frágil cristal, delicadamente silenciosas.
Ahora, desde esa noche hay una enorme distancia, noches de la infancia, lejanas, solo el color de los cabellos y el mismo temblor de las manos, pero no la misma alma, alma cristalina de los niños, frágil al vaivén del tiempo.
El hombre no ama al hombre, puede desangrarse silenciosamente, sin sangre, interiormente doblándose ante el recuerdo y su conciencia. El hombre es solo, sin la unidad de la primavera que sin excepción pinta los rosales y los árboles.
Aquel desesperado estaba solo, derrotado, consumido en el recuerdo, despidiéndose de sus lejanas cosas , ahora la noche no era larga como aquella de su infancia, no anhelaba el día, el amanecer sería fatídico, su cuerpo se estremecería violentamente y después el profundo abismo del silencio.
Sus manos que el observaba dejaron un día de ser pequeñas, de jugar con los pájaros, de arrancar la fruta verde de los árboles, de apretar la piedra tibia en el invierno. Igual que el día que se transforma oscuro en el crepúsculo, como el desierto que sorprende los ojos después de tanta arena, como un oasis, como la luna que se deforma entre las nubes, como todas las cosas, esas manos crecieron y se transformaron violentas, entre los cinco dedos nació otro de acero frío y cruel que penetraba el corazón de los hombres destrzándolos.
Nunca el grillo pudo penetrar en el cemento, solo el viento que no se sabe si juega o llora, penetra por las ventanas de reja de esa pequeña celda, donde ahora solloza un hombre.
A lo lejos se agudiza la amenaza en el canto de un gallo, está cediendo la noche, las sombras se fugan, huyen las estrellas y la luna impotente palidece silenciosa.
Las manos que en la noche apretaron suavemente una pequeña cruz de madera de olivo, desesperadamente se aferran a la reja de fierro y cae resignada hacia lo largo. Por el pasillo avanza un grupo de hombres que se detiene en la celda del condenado, hombres que no ríen ni lloran, totalmente inexpresivos, ¡Quizás ellos también lloren interiormente¡.
Era invierno como ese amanecer lejano, cuando dos pequeñas manos palpaban anhelosas las sábanas, buscando los regalos de cumpleaños que en esa fecha su madre depositaba en su cama, envuelta en la débil claridad del alba.
Invierno lo más que persiste, puede que no esté en el viento, en el crujir de los árboles, en el caer de la lluvia, puede que esté en el alma aun cuando se vive en primavera. Frente a ese grupo de hombres armados que apuntan al corazón de otro que espera con los ojos amarrados, no existe otra cosa que el invierno.
Un brazo armado baja hacia la tierra, como mostrando el destino del condenado, junto al ruido de las armas termina el día de salir del negro saco de la noche, dos puños apretados y los dientes mordiendo los labios. A lo lejos el ruido de los gatos y el viento confundidos, en unas ruinas de adobe un viejo grillo llora, en esa oscura soledad de muerte.




Texto agregado el 23-11-2008, y leído por 102 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-11-2008 Me encanta tu forma de escribir los cuentos....tienes poesía en cada palabra que escribes....me encanta enamoradadeel
23-11-2008 Muy bello. recuerdos que quizás lloran una vida que pudo ser , con un final muy distinto, exquisitamente contado...me encantó dulcequimera
 
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