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MEZTICLIN. (primera parte)


Recuerdo a mi bisabuela ya entrada en su novena década; pequeñita, de gesto serio, piel morena tostada por 95 años de implacable sol, lenta de andar pero con una lucidez que sorprendía, se acerco a mi una tarde a pedirme el favor de siempre: -mijo, hágame el bien, ensárteme estas agujas, es que estos ojos ya no me sirven para nada… no le servirán para ensartar agujas –pensé- pero si para ver mas allá de lo que veíamos muchos; nada se le escapaba y esto aumentaba la simpatía que sentíamos por ella. Mientras ejecutaba su favor se sentó a mi lado, saco su bolsita con dinero y empezó a contarlo; asunto harto inconveniente, pues siempre, después de contarlo varias veces, se convertía en la victima del mas ruin de los robos y la persona mas cercana, el evidente ladrón, debía completarle la cantidad que ella juraba le faltaba. No dispuesto a caer de nuevo inicie una conversación pretendiendo distraerla de su cometido,
- Narcisa- le dije, como era cuando estabas pequeña, no les daba miedo salir de noche por esos cafetales?
No – respondió- era por donde estábamos acostumbrados a andar, claro… que hubo una extraña vez que recuerdo como el peor susto de mi vida-
Cuéntame como fue - insistí-, mientras vi como dejaba de contar el dinero.
Mi tía Antonia,- empezó- era tal vez más baja que yo, pero robusta, con una sonrisa permanente y una energía que parecía nunca acabar; vivíamos en el campo, en la finca de riosucio caldas en la que nací y me crié; Antonia, se levantaba antes que despuntara el alba a moler el maíz de las arepas para el desayuno de los peones, yo era una niña en ese entonces, tendría unos nueve años, mi padre, queriendo plantar en mi la semilla del trabajo duro a veces me obligaba a acompañarla, esa madrugada fue una de esas.
La cocina, en la parte trasera de la casa, era una construcción independiente, amplia, con vista a unos guadales cercanos que lindaban con los cafetales de los que dependía nuestro sustento.
Mientras mi tía molía en la vieja maquina yo la ayudaba desocupando la paila en la que el maíz iba cayendo; en esos menesteres nos encontrábamos cuando un ensordecedor ruido lleno el ambiente y nuestros ojos se desviaron hacia el guadual que se iluminaba con las primeras luces del día viendo como este se dividió, la imagen, similar a las aguas separadas por el báculo de Moisés antecedió a la aparición del espanto que flotaba sobre el camino abierto en dirección a nosotras. Yo caí desmayada, el fantasma era una sombra blanca, grande, sin forma, así lo que recuerdo antes de caer.
Me desperté en el cuarto que compartía con mis tres hermanos, la mañana estaba avanzada, la luz y la normalidad del día distrajeron algo de mi impresión, busque a mi tía que preparaba el almuerzo en la cocina, me saludo alegre, como si nada hubiera pasado, le pregunte por el fantasma y con naturalidad me dijo:
- Ah si mijita, yo también me sorprendí un poco, después de que usted se desmayo entro y me voló encima, yo le dije que me dejara tranquila, que estaba bien ocupada pues en poco llegarían los comensales, en eso se quedo quieto, pero no se iba, al poco rato ya me había acostumbrado a su presencia, me dijo su nombre: Mezticlin, ojala vuelva pues de todas maneras es compañía.-
Más que inquieta quede después de su respuesta, a mi temprana edad me di cuenta que algo estaba mal en ella, me fui a jugar, a distraerme, pero el miedo me acompañaba.
Recuerdo que después de ese día, un ámbito sombrío rodeo la casa, contrastaba este con la imagen de tía Antonia que parecía cada vez más radiante, la finca se vino a menos, la cosecha de café se perdió casi toda y los peones, supersticiosos hombres de campo, adivinando el ambiente enrarecido buscaron otros porvenires.
-Y que hizo tu papa- le pregunte a mi bisabuela, ya más interesado en la historia que en librarme de darle dinero.
A mi padre – continuo- lo encontré una tarde, sentado en la escalerilla de madera que daba entrada a la casa, con una mano sobre su boca mirando al horizonte, era un hombre inexpresivo pero le note el mal semblante, le conté del espanto y de su nombre, me escucho en silencio mientras crecía su rabia, termine la historia y de un grito la llamo,
¡Antonia!-, ¡que diablo esta pensando por vos!, ¡hay un anima rondando y no habías dicho nada!, coge de inmediato camino para el pueblo, necesito que hoy mismo venga el cura.
Mi tía partió callada y reticente, no tardo mucho, regreso con la negativa de haberlo encontrado, Ramón, mi hermano mayor, la acuso de mentirosa, salió y demostró que lo era, pues hablo con el en la parroquia donde dijo haber estado todo el día, le explico lo sucedido, el prometió ir al día siguiente.
Era temprano cuando notamos la falta de ramón al desayuno, su búsqueda nos distrajo hasta la tarde, solo por los ladridos de vikinga logramos encontrarlo, estaba en el bosque cercano, subido en un árbol, en la rama mas alta, de cuclillas, desnudo, no fue fácil bajarlo, ya era de noche cuando lo lograron, tenia el pecho y la espalda arañados y repetía en susurros la misma palabra… Mezticlin.

Texto agregado el 23-11-2008, y leído por 78 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-11-2008 Una narración llena de intriga y ambientada en el campo, donde todo se cree y todo puede ser. Muy bien narrada y amena.***** zumm
 
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