En pleno concierto el célebre cantante de rock se electrocutó con su propia guitarra eléctrica. El alto y amplio escenario quedó cubierto en segundos por chisporroteantes llamas danzantes y todo el vasto local por denso y negrísimo humo acre. Fue el pánico. La rugiente multitud disparó sin orden ni concierto por las (por fortuna) bien señalizadas puertas de emergencia. Pero no todos (y había allí congregadas personas de toda edad, condición y sexo) actuaron de igual forma. No. Los fans de estómagos más fuertes (¡viéndose ya ricos!) tomaron por asalto el alto escenario (ya por completo ocupado por las llamas) y trabados en encarnizada lucha, con la saña febril de buitres hambrientos, se disputaron los calcinados despojos del Super Star. ¡Ah, olvidaban los muy ilusos que los Derechos de Promoción y Venta de aquellas “venerables cenizas” pertenecían por entero a la Casa Discográfica del artista!