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CASIMIRO LOPEZ


Después de tres hermanas muy seguidas en edad nació el varón. El padre ganó varias apuestas con sus amigos, el heredero por fin había llegado, Casimiro fue el nombre elegido. Lamentablemente López no pudo disfrutar mucho al nuevo hijo; antes de que el niño cumpliera los diez años un accidente dejó a su madre viuda y con cuatro hijos que criar.

Con el correr de los años las hermanas fueron formando sus propias familias. En la gran casa de la Avenida Suárez en Barracas sólo quedaron Casimiro y su madre. La casa era antigua con altos ventanales y postigones de madera que daban a un balcón con rejas traídas de Francia, al igual que los herrajes. En ese balcón la mamá de Casimiro pasaba la mayor parte del tiempo.

En la planta alta vivían con total comodidad. En la baja Casimiro armó un salón de ensayo con piso de madera, sobre una pared colocó un espejo de piso a techo y en la otra una barra. El salón ideal para practicar cualquier estilo de baile. Profesores de distintos ritmos de moda alquilaban el lugar al que concurrían alumnos de distintas edades.

Casimiro era un morocho elegante, bailaba bien el tango, era su pasión. Le gustaba pintar cuadros pero tuvo que dejar, no demostraba talento y ganaba poco. Un viejo amigo de la familia le dijo que podría ganar dinero aprovechando su facilidad con el pincel, y le enseñó el original oficio del filete. En los barrios de San Telmo, La Boca y Barracas era una práctica difundida y valorada. Entradas de restoranes o coches antiguos se pintaban con imágenes de cantores y bailarines populares de tango.

Una tarde en la clase de tango conoció a una alumna nueva recién llegada de Japón, Ly Yu era su nombre. Bailar y enamorarse fue todo uno. La madre de Casimiro aceptó la relación por amor a su hijo, pero no era lo que ella esperaba para él. Entre tangos y milongas el amor siguió. Ly Yu tuvo mellizos pero no sobrevivió al parto. Sus hijos fueron criados por Casimiro y su madre que no los quería, decía que eran los hijos de una nipona adúltera y dudaba de la paternidad de su hijo. Los llamaba la reencarnación del mal.

La vida continuó, Casimiro con su trabajo de filete y su pasión por el tango. Su madre envejeciendo tristemente y ayudando a su hijo a criar a los mellizos.

Una tarde de otoño, cinco años después. Casimiro López llegó a su casa. Trató de abrir la puerta de entrada y no pudo, siguió empujando hasta lograrlo. Y allí el horror! Su madre yacía al final de la escalera. Se agachó a socorrerla y al mirar hacia arriba vio a los mellizos que se tapaban la boca para que su padre no viera la sonrisa dibujada en sus caritas. Su madre le tomó el brazo y le dijo, casi ahogándose: ¡Te lo dije! ¡Son la reencarnación del mal!

MONICA FRANCO


30/09/07

Texto agregado el 28-11-2008, y leído por 366 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-11-2010 No me cabe duda que si hubieran recibido amor sincero la habrian socorrido como ella lo esperaba....nosotros creamos nuestros propios escenarios.felicitaciones atte perres perres
28-11-2008 Vaya, qué historia tan estupenda, me encanta este género y lo escribes muy bien, Felicidades. ***** JAGOMEZ
28-11-2008 cooo 3.5*. cooo
 
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