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EL TIMBRE SONO POR TERCERA VEZ

Magdalena estaba organizando su cumpleaños como de costumbre. Era el primero que iba a compartir con sus nuevos amigos. No cualquiera llegaba a los noventa en las condiciones física y mental en la que ella se encontraba. Había enviudado a los sesenta, no acunó hijos pero sí sobrinos.
Después de despedir para siempre a su suegra y una cuñada con las que siempre vivieron; dejó esa casa enorme cargada de recuerdos. Reuniones de correligionarios radicales de su marido y festejos de cumpleaños con toda la familia. Compró un departamento cómodo pero más pequeño que la casa, “ el gato y yo estamos bien” decía Magda o Lena; como la llamaban los más allegados.
Con el paso del tiempo decidió buscar otro lugar, donde compartir sus horas con gente de su edad; no deseaba que sus sobrinos a los que tanto quería se preocuparan por ella y su soledad. Fue así que encontró el lugar ideal para ella, una gran casona con jardín, pileta climatizada y habitaciones privadas.
En la casa había dos reglas o modalidades a seguir, vivir tiempo completo o llegar antes del desayuno e irse después de la comida nocturna. Lena eligió éste último, a las ocho de la mañana Gustavo el chofer pasaba a buscar a todos los “huéspedes” de la “casa grande” , como sus felices habitantes llamaban al lugar. Por la noche después de la cena y de compartir alguna película o partido de fútbol regresaba a su casa, su cama y sus recuerdos.
Al principio sus sobrinos no estaban de acuerdo con la decisión de su tía, pero el tiempo le dio la razón a esta inteligente y querida anciana.
Además del personal diario en la “casa grande” los huéspedes tenían profesores de diferentes manualidades, pintura, tejido, carpintería. Todos podían desarrollar sus propias inquietudes , si alguien quería cocinar lo hacía con la mayor libertad; eso era lo que allí se respiraba libertad y felicidad.
Lena trajo de su casa los ingredientes para cocinar empanadas y de paso hacia la casa encargó saladitos, masas y por supuesto la torta con el número noventa. Mandó a retirar el cotillón y los souvenirs que había elegido; una viejita preciosa que parecía la abuelita del canario Tuiti , el dibujito animado del gato y el pajarito.
Después de almorzar se retiró a descansar a su habitación. Luego hizo algunos llamados y recibió otros tantos, todos para saludarla por su cumpleaños. Un sobrino la felicito y le dijo que no podía ir porque estaba muy ocupado pero le había mandado una caja de sus bombones favoritos. La mayoría de los llamados eran saludos y disculpas por no poder estar con ella en sus noventa. Sobre la cómoda descansaban varios paquetes con regalos de sus nuevos amigos.
Mientras se arreglaba para la ocasión con collar de perlas incluido sonó el teléfono, otro que se disculpaba. Se miró al espejo y no reconoció a esa dama de noventa, ella se sentía mucho más joven que la imagen reflejada.
El timbre sonó por tercera vez. Prefirió no atender, tomó la caja de bombones y luego se reunió con sus compañeros para compartir su regalo.

Mayo 2007

Texto agregado el 28-11-2008, y leído por 97 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-11-2010 Cuesta mucho convencerse de la evolucion de la vida ...nos aferramos al recuerdo y nos aterra abrir una nueva puerta..bien por Lena ....bien por tu cuento.felicitaciones atte perres perres
28-11-2008 Qué bello relato, la sabiduría de la gente mayor, algo admirable. Felicidades. ***** JAGOMEZ
 
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