Claudio era un gato que andaba toda la vida correteando los autos, hasta que estos desaparecían bajo una humareda negruzca. No cazaba ratones ni bebía leche. Parado frente al espejo de su habitación, escuchaba un cassette y practicaba sus ladridos hasta perfeccionarlos. Hasta se había comprado el libro el buen perro latinoamericano y contratado un instructor. Bastian, un pastor alemán de buena reputación en la transformación de gatos a perros, había llegado por esos dias a la ciudad y le fue de mucha ayuda a Claudio, que por aquel entonces había dejado los maullidos y humillado a la colonia gatuna, para buscar residencia en el barrio canino.
Su llegada no fue muy bien acogida por los miembros del Comité de Ética y Principios, que exijieron una inmediata lobotomía como requisito para la estancia. Ante la negativa de Claudio, éste fue obligado a saltar del techo de una casa para que se comprobase que siendo gato caería de pie. Claudio se negó argumentando que él se sentía más perro que nunca. Pero ante la inminente deportación, no tuvo más remedio que acceder. Claudio murió en el salto. Nunca cayó de pie. Los miembros del Comité entonces comprendieron que ya era todo un perro y fue aceptado y enterrado con todos los honores caninos.