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Inicio / Cuenteros Locales / Mardion_Isiaco / Circunloquio farragoso inconcluso sobre el cotejo espacial y temporal entre Cien años de soledad y Crítica de la razón pura (De Immanuel Kant y Gabriel García Márquez, irrrespectivamente)

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La intención de hacer un cotejo espacio temporal entre “Cien años de soledad” y “Crítica de la razón pura” no radica mayormente en el interés de someter a examen minucioso cada obra y posteriormente comparar los resultados que ambos me arrojen acerca de sus similitudes y diferencias, sino en el intento de aclarar qué relación tienen ambas concepciones con el conocimiento.
En Kant la tarea es difícil. En García Márquez también. Pero no por el mismo motivo. En la Crítica de la razón pura, lo complejo es descifrar un lenguaje que, una vez entendido, poco deja a las desviaciones. En Cien años de soledad la tarea es distinta: se trata de descubrir enlaces e interpretaciones coherentes en un lenguaje donde los caminos son interminables. Como es una tarea difícil, que dudo conseguir, seguiré en ambas interpretaciones un camino distinto, en todo caso el que corresponde con mayor facilidad para cada uno, a saber, en el análisis de Kant, me asiré a su puño invisible y repetidamente será citado; en el otro autor, en cambio, destruiré el ladrillo y con sus residuos carmesí me dedicaré a dibujar un pensamiento que corre el riesgo de ser demasiado subjetivo.
De todos modos, espero sea del agrado del lector.


















El espacio (Macondo) no refiere a un lugar inmóvil dentro del tiempo. Hay cambios tan relevantes no sólo que incumben a la comunidad que habita ahí; también este espacio es modificado en su naturaleza por dicho colectivo, como el hecho de cambiar de sitio un río, para poder instalar la industria bananera (p.261).
Hay que tomar en cuenta que en un principio, cuando llegan los primeros habitantes a Macondo, éstos se someten al espacio del que disponen, y se conforman con respetar los límites que la geografía les ha impuesto. Es cuando Macondo se conecta con otras culturas el momento en que comienza a alterarse el espacio de un modo inverso, donde la naturaleza es obligada a modificar su estructura para satisfacer las necesidades creadas por y para los hombres.
No significa, sin embargo, que la codicia de un pueblo derrotara sólo a su víctima; Al contrario, a medida que decae el lugar físico, también la subjetividad, tanto colectiva como individual, va sumergiéndose cada vez más en el lodazal de la miseria. Así, tanto lo real objetivo como lo real imaginario, nacen y sucumben juntos, puesto que son realidades concomitantes sin que la una pueda prescindir de la otra: Es lo que Mario Vargas Llosa denomina realidad total (Incluyendo la concepción temporal como un circuito cerrado donde nada más que los sucesos narrados caben en ese espacio y que, por tanto, es una novela total).
Este sitio, además, se va conociendo paulatinamente, de modo que son necesarios todos los sucesos para poder hablar de él; pero cuando el territorio vuelve a gobernar y se rebela contra sus opresores, vuelve poco a poco a retomar su forma original, devorando las ruinas de un pueblo habitado por seres cuya memoria será, junto con ellos, eliminada, de modo que, cerrado el ciclo, y volviendo al inicio, se desconoce el lugar mágico cuyas características se describen en la totalidad de un conocimiento humano (los cien años que es habitado) y que, sin embargo, nada puede saberse de él antes y después de la estirpe de los Buendía, porque todo antes y después de la memoria humana (aún con sus exageraciones y desviaciones) es nada en la novela: y por lo mismo, el espacio que en ella se percibe es un producto del recuerdo y la intervención humana; no hay Macondo sin hombres, al menos no un Macondo del que se pueda contar algo.
Ahora bien, esta memoria no es en el libro una evolución constante, sino el recuerdo de un cuasi humano cuasi inmortal que predice la historia de un pueblo (y una familia) que viven un siglo (solitario) aún no acontecido, y que “no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante" (p. 469). Es así que espacio y tiempo cumplen un ciclo en los hombres, pues con la desaparición de éstos se cumple también la de Macondo.
La efectividad de esta concepción se cumple también en los personajes que, inconscientes de su situación irreparable e inmodificable, vislumbran la circularidad del tiempo en ciertas ocasiones, la inmovilidad de éste en otras, y de la inquietante repetición del comportamiento de los personajes cuyos nombres coinciden.
Hasta ahora, lo que hemos dicho del espacio, no involucra nada imaginario, salvo la subjetividad de los personajes. Sin embargo, hay elementos que se añaden en la novela, y que necesariamente conforman a Macondo como algo imprescindible para que exista. En efecto, Macondo es un lugar donde los acontecimientos cotidianos involucran realidad objetiva, magia, mitos y leyendas, fantasía y milagros. Pero, como he dicho, estos elementos son inherentes al espacio, donde no podrían no ocurrir en ese lapso de cien años cada suceso que ocurrió y, por lo tanto, es sólo una pretensión intelectual separar la realidad de Macondo en una objetiva y en otra imaginaria, y dentro de ésta los cuatro elementos mencionados.
Con todo, para explicarlo no daré cuenta de cada uno de ellos, sino los relativos al espacio y al tiempo. Uno de ellos, importante y revelador, es el que nota Vargas Llosa sobre el hecho fantástico del espacio y tiempo que ocupa la muerte: Los muertos ocupan un espacio, a modo de un calco de la realidad de los vivos, y se pasean por los mismos lugares que éstos. La muerte “se trata de un lugar al que se pueden enviar cartas y mensajes escritos, como hacen los macondinos cuando muere Amaranta Buendía (pp319-320) o mensajes orales, como hace Úrsula cuando ve pasar el cadáver de Gerineldo Márquez (p. 363)”. También Prudencio Aguilar muestra cómo es que el espacio de la muerte coincide con el de la vida, cuando intenta un prolongado tiempo para encontrar a Macondo, y no lo consigue sólo hasta que “Melquíades lo señaló con un puntito negro en los abigarrados mapas de la muerte” (p. 95, Cien años de soledad).
El tiempo en la muerte se hace patente cuando Melquíades regresa de la muerte a la vida “porque no pudo soportar la soledad”. Pero en este hecho no sólo se vislumbra el tiempo, sino el sentimiento que se vive en la muerte y, más adelante (página 95) se vuelve a confirmar el tiempo, cuando José Arcadio Buendía se sorprende de que los muertos también envejezcan.
En Cien años de soledad, como vemos, la objetividad y la subjetividad son reales, ambas de tal modo que todo lo que ocurre es posible, sin ser nunca cuestionado por la lógica; los planos de la realidad son tantas dimensiones como lo permitan los hechos, antes de cualquier teoría o pretensión de universalidad.
Es importante aclarar que, cuando hablaba de que Macondo es una memoria humana, no tiene resabios de universalidad, porque depende de cada detalle, de cada particularidad: Es un espacio y tiempo irrepetible, es un juego de espejos que se expuso al sol durante cien años, y cada luz proyectada fue guardada, valiosa al extremo de que sin ella la imagen final no sería la misma. En otras palabras, lo que vale es la experiencia, a través de ella se conforma la historia, y más aún, despreciando el orden que se pueda dar al tiempo, se explica que Melquíades condensó un siglo en tan sólo un instante. Es por eso el carácter temporal-circular del que se percatan algunos personajes (Como Úrsula y Pilar Ternera); todo ocurre de tal modo que se ha vivido antes y se vivirá después, pero no en el sentido literal, a modo de una repetición que deberá esperar un determinado tiempo para que vuelva a suceder; más bien, a modo de una simultaneidad, una inmovilidad del tiempo donde todo lo que ha ocurrido está ocurriendo y ocurrirá. Para aclarar: Todo Macondo está ocurrido, está ocurriendo, está ocurrirá. Su origen no sucede antes de su fin, las guerras no son ignoradas aún cuando en el pueblo no ha llegado la muerte.

Baste con eso, por el momento, con respecto a Cien años de soledad. Intentaremos ahora explicar las características espacio temporales de Crítica de la razón pura, de Kant.


Obtener una posibilidad de éxito en este intento requiere proceder tal como lo hace Kant en su descripción, a saber, metódicamente, ya que de otro modo será una simple amalgama de ideas que no encontrara un sentido preciso (el que deseamos exponer).
Por lo tanto, comenzaré desde la “Primera parte de la doctrina elemental trascendental”, cuyo inicio trata de la estética transcendental.
Aclararé que transcendental, para Kant, refiere a todo conocimiento que estudie los modos de conocer los objetos#, y no al sentido tradicional, según el cual serían los conceptos de máxima universalidad (como, por ejemplo, ). Ahora bien, si lo transcendental constituye un conocimiento, quiere decir que puede sustraerse de la experiencia (por el simple hecho de que, para darse cuenta de cómo conocemos, no se puede estar conociendo nada empírico en ese momento, sino el proceso por el cual conocemos los a posteriori y a priori), y se le puede definir como conocimiento a priori. Para no confundir con dicho concepto desde el primer momento, diremos que todo conocimiento a priori es aquel que, prescindiendo de la experiencia, es perfectamente correspondiente a ella en cualquier caso (siempre que refiera a un objeto); es decir, tiene un carácter universal y necesario.
Pues bien, en la estética transcendental se explica que la referencia inmediata por la cual un conocimiento refiere a sus objetos se llama intuición. Ahora bien, dicha intuición sólo es posible mientras el objeto que conocemos nos es dado y, para ello, necesariamente este objeto debe afectar de alguna manera nuestra sensibilidad#.
Sabemos que el conocimiento no es propiamente esta sensibilidad, pues ella sólo es, como en Aristóteles, el punto de partida de todo conocimiento#. En efecto, la sensación (Entiéndase sensación como afección del espíritu en sentido objetivo, esto es, el “efecto de un objeto en nuestra sensibilidad”, y no como sentimiento)# no nos dice nada de lo que percibe, sino que hace posible la intuición de los objetos, que serán pensados por el entendimiento, formándose luego en éste conceptos.
Luego se distingue la intuición empírica: es aquella que “se refiere al objeto por medio de la sensación”, es decir, la intuición empírica surge cuando recibimos desde el exterior la afección que nos proporciona en el espíritu un objeto; en la representación de un cuerpo. Por otra parte, el fenómeno es el “objeto indeterminado de una intuición empírica”#. El fenómeno, a su vez, está compuesto de materia y forma. La materia del fenómeno es todo aquello que corresponde a la sensación, es lo dado, corresponde a la experiencia y, por ende, es a posteriori; la forma ordena esta materia que se presenta sensiblemente en ciertas relaciones, e intuye de esta manera un sentido, acercando así el objeto sensible al conocimiento. La forma del fenómeno es, por tanto, necesaria para una comprensión de lo que se capta en la sensación, ya que, como hemos visto, la sensación por sí sola no otorga en modo alguno un conocimiento#. Claro es, por lo tanto, que esta forma no puede venirme dada por las sensaciones (pues las ordena) sino que, por el contrario, es algo distinto de ellas: lo pensado. Porque ¿Cómo, si fuera sensación, podría ordenarse ella misma? Y es así que la forma del fenómeno no puede ser también a posteriori, sino que es necesariamente a priori, sin sacar de la experiencia conocimiento alguno que nos permita relacionar unos objetos con otros.
Intuiciones empíricas dadas por las sensaciones (materia del fenómeno) en un cuerpo son impenetrabilidad, dureza, color, temperatura, etc.
Intuiciones empíricas que ordenan y relacionan las sensaciones (forma del fenómeno) de un cuerpo son substancia, fuerza, divisibilidad, movimiento, etc.
Sin embargo, dice Kant que si quitamos del fenómeno dichas intuiciones, aún queda algo: extensión y figura. “Éstas pertenecen a la intuición pura, la cual se haya en el espíritu a priori y sin un objeto real de los sentidos o sensación, como una mera forma de la sensibilidad”#.
Por último, la estética (del griego ascesis, sensación) transcendental es la ciencia de todos los principios a priori de la sensibilidad. De modo que estudiará únicamente la intuición pura y la forma de los fenómenos. Las dos formas puras de la intuición sensible que hallará Kant son el espacio y el tiempo, de los que ahora sí podremos ocuparnos.
Si el espacio y el tiempo son las dos únicas formas puras de la intuición sensible, quiere decir que se dan a priori, y no son experimentados por ser externos a nosotros, al contrario de como nos parece natural.
¿Qué nos dice Kant acerca del espacio, para demostrar que no es una afección sensible del espíritu?
La exposición metafísica que hace del espacio es la siguiente:
En primer lugar, que debe estar de base el concepto a priori de espacio para que sea posible referir un objeto como algo fuera de mí, situado en un espacio en el cual hay, además, otros objetos en espacios distintos. En efecto, la sensación no puede decir nada de lo que le afecta, sino que solamente es afectada, se le dan cosas ¿Cómo, entonces, puede ser el espacio producto de la experiencia, si necesariamente ordena las sensaciones? En otras palabras, el espacio precede a la experiencia.
Es una “representación necesaria, a priori, que está a la base de todas las intuiciones externas. No podemos nunca representarnos que no haya espacio, aunque podemos pensar muy bien que no se encuentran en él objetos algunos. Es […] la condición de posibilidad de los fenómenos”#.
Además, el espacio no es un concepto universal, sino una intuición pura, ya que no se aplica a una suma de espacios diferentes que coinciden en una definición, y sí, en cambio, nos representamos todos el mismo espacio. Aún cuando hablamos de muchos espacios, entendemos que son partes de un espacio único. Añade que un concepto no puede ser representado como una infinitud múltiple de representaciones, ya que éstas quedarían por debajo del concepto, que las abarcaría a todas. Sin embargo, un concepto no puede ser pensado como una representación múltiple, ya que designa un significado universal. En cambio “así es pensado el espacio (pues todas las partes del espacio en el infinito son a la vez)”#

Posteriormente expone trascendentalmente el concepto del espacio:
El espacio no es una propiedad de las cosas en sí ni en su relación recíproca. No es una determinación que esté y permanezca en los objetos.
Si el espacio estuviera o perteneciera en las cosas, sería conceptualizable, y ninguna ciencia podría determinar sus propiedades sintéticamente a priori (como la geometría), porque no se podría ir más allá del concepto.
El espacio es, como intuición pura, la forma de los fenómenos en el sentido externo. Ahora bien, la forma del fenómeno es la subjetividad que tenemos de las cosas, lo que se piensa de ellas, la representación de lo externo según un sujeto, “…no podemos, por consiguiente, hablar de espacio, de seres extensos, etc., más que desde el punto de vista de un hombre”#. Y como todo lo que nos llega de las sensaciones proviene de algo externo, que situamos en un espacio, es que nuestro conocimiento todo no puede referir nunca a las cosas mismas, pues todo él es filtrado por la intuición pura del espacio. De ahí que Kant diga que la realidad tiene una validez objetiva sólo si admitimos la idealidad subjetiva de nuestra intuición. Sin embargo, destaca que, hablando con exactitud, no le corresponde realmente una subjetividad, ya que, a diferencia de las sensaciones, las intuiciones puras nos permiten elaborar juicios sintéticos a priori. El propósito de esta aclaración es destacar que hay una diferencia entre la subjetividad sensible (que puede variar de un sujeto a otro) y la objetividad de los juicios sintéticos que se elaboran a partir de la intuición pura (que si bien depende del sujeto, encuentra consenso y, por tanto universalidad).


La segunda sección de la estética transcendental se inicia con una exposición metafísica del tiempo, la cual se llevará a cabo de modo paralelo al tiempo.

Lo primero que dice del tiempo es que “no es un concepto empírico que se derive de la experiencia”#. Del mismo modo que el espacio, no puede ser la experiencia precedente a la intuición pura. En efecto, si no tuviéramos como base el conocimiento a priori del tiempo, la simultaneidad o sucesión de las percepciones no sobrevendrían. “El tiempo es una representación necesaria que está a la base de todas las intuiciones”. También, como el espacio, nuestra representación del tiempo puede prescindir de los fenómenos, sin que ninguno de estos pueda pensarse sin tiempo. Está expresa el carácter indubitable (apodíctico) del tiempo en su unidad; tal como en el espacio, el tiempo no puede ser varios tiempos simultáneos, sino que es uno que se va sucediendo, su dimensión es una. De este argumento matemático se deduce que es un conocimiento a priori, cuyos axiomas no pueden ser discutidos por la experiencia, porque ningún sujeto puede postular que el tiempo se nos represente de un modo distinto: el tiempo es la condición de posibilidad para que los fenómenos sean representados en una dimensión temporal, donde unos ocurren a la vez, o bien antes y después de otros. Por esa misma razón se entiende que no es un concepto universal, ya que su conocimiento no surge de una relación de conceptos diferentes. Al contrario, está antes de los conceptos, y nos permite ordenarlos, pues es una intuición pura. Finalmente, su infinidad está contenida en la misma intuición; aunque se divida el tiempo en segmentos limitados, debemos suponer que es un segmento limitado inscrito en un tiempo único e ilimitado, lo cual confirma que no es un concepto, pues éstos son sólo representaciones parciales que provienen de la intuición.

En la exposición transcendental del tiempo, Kant hace notar que en los principios apodícticos del tiempo hace posible “el concepto de cambio y con él el concepto de movimiento (como cambio de lugar)”. Este nuevo argumento confirma que el tiempo es una intuición pura, ya que a partir de él nuestro pensamiento genera conceptos en nuestro entendimiento, lo cual de otro modo no tendría fundamentos. Además, estos conceptos son un enlace de predicados contradictorios, ya que implican el que una cosa sea en un lugar, y luego no sea esa misma cosa en ese lugar.

Por lo tanto el tiempo no es algo inherente a las cosas, ni depende de ellas; pues si así fuera, en el primer caso no podría prescindir de los fenómenos, y ya vimos cómo sí lo hace; en el segundo caso, siendo una determinación de las cosas, significaría que no podría ser anterior a la experiencia ni hacerse a su respecto juicios sintéticos a priori, y ya vimos que del tiempo sí hay axiomas, que determinan nuestra forma de representarnos los fenómenos.
“El tiempo no es nada más que la forma del sentido interno, es decir, de la intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interno”#. No se determina por los fenómenos internos, y entrega una sucesión carente de figura y posición a la representación de nuestro estado interno. Esta característica, que no podemos representar en el exterior, la suplimos con la representación de una línea al infinito, mediante la cual concluimos todos los principios del tiempo, salvo uno: en esta representación todos los segmentos de tiempo ocurren simultáneamente, mientras que en nuestra intuición temporal, en nuestro interior, la secuencia es sucesiva, de modo que uno ocurre después de otro, no todos a la vez. Y es ésta particularidad, a saber que el tiempo es “condición formal a priori de todos los fenómenos en general”#, la que lo diferencia del espacio, ya que éste te limita a ordenar meramente fenómenos exteriores, mientras que el tiempo prescinde de ellos e incluso los determina y, finalmente, determina también los fenómenos que se dan solamente en nuestro interior. En efecto, el espacio no puede ordenar ni representar el alma, el espíritu, y el tiempo, en cambio, representa el cambio y movimiento de estos fenómenos. Ahí radica la superioridad del tiempo sobre el espacio, donde el primero también se deriva del segundo.
Hay que aclarar nuevamente que esto en la medida que hablamos de la subjetividad humana, el tiempo sólo existe porque el hombre, para su representación, lo necesita. Pero si se hace esa salvedad, y se aclara que el tiempo es la condición necesaria de todos los fenómenos (no de las cosas en sí), entonces sí es objetivo, y por lo tanto, un conocimiento a priori, y muy distinto al idealismo de las sensaciones.
Finalmente, “Espacio y tiempo son, por tanto, dos fuentes de conocimiento de las cuales a priori podemos extraer diferentes conocimientos sintéticos […] que se refieren sólo a objetos solo en cuanto son considerados como fenómenos, mas no representan cosas en sí mismas”#. De este modo, nuestro conocimiento sólo es posible en la medida que se es consciente de que es una representación humana, y que puede no coincidir con la verdad metafísica según la cual el hombre era el destinado y privilegiado animal capaz de conocer la realidad en sí misma.


Es preciso ahora desglosar con mayor detención la características temporales y espaciales presentes en Cien años de soledad, para ver de qué modo coinciden y se diferencian con las de Kant, y posteriormente determinar si en la novela ambas concepciones son relativas al conocimiento.

1. El espacio no refiere a un lugar inmóvil dentro del tiempo
2. El espacio cambia en el tiempo.
3. El tiempo determina al fenómeno espacial.
4. ¿Quién se da cuenta del cambio?
5. La aldea es en un principio primitiva, y no hay conciencia del poder de dominar el espacio; se satisfacen con adaptarse a él (es un pueblo equitativo, donde no existe la muerte y todos concuerdan).
6. El contacto con otras culturas proporciona el conocimiento de someter a la naturaleza para que ella se adapte a las necesidades del hombre.
7. Sin embargo, desde ese momento, tanto el espacio como su dominador se desgastan conjuntamente.
8. De ahí se deriva que: lo objetivo y lo subjetivo son realidades concomitantes cuyo proceso es similar.
9. El lugar se conoce paulatinamente (a medida que transcurre el tiempo), y para poder hablar de él es necesario recorrer la temporalidad completa de éste ¿En qué medida es posible?
10. Hay tres momentos espaciales: a) El inicio, cuando llegan unos pocos humanos a Macondo; b) El desarrollo, donde la subjetividad aumenta y se reduce el espacio y c) El final, momento en el que sucumbe la subjetividad, y el espacio real vuelve al inicio.
11. Respondiendo 4, quien se da cuenta del cambio es la memoria del pueblo, es decir, lo subjetivo.
12. Contestamos el punto nueve, hablar de la temporalidad completa de un espacio es posible en la medida que haya quien se percate del tiempo, es decir, del cambio. Por lo tanto, la memoria. Sin embargo ¿Qué es esta memoria de un pueblo, tomando en cuenta que muchos olvidan el pasado (En las páginas finales, el coronel Aureliano Buendía es tomado por todos como alguien que nunca existió; unos dicen que fue un pretexto para matar liberales; otros que sólo el nombre de una calle. Otro olvido colectivo patente -inmediato y forzado- es la matanza de tres mil obreros)?
13. No hay Macondo sin hombres, al menos no un Macondo del que se pueda contar algo.
14. Revelamos 12: La memoria no es en el libro una evolución constante, es el recuerdo anticipado que “no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante”. Se vislumbra, a la vez, el carácter no lineal del tiempo, pues recordar la historia de un pueblo, antes de que suceda, nos obliga a hacer del tiempo un círculo.
15. El espacio es además de real, maravilloso, suceden en él hechos insólitos.
16. La muerte ocupa un espacio.
17. La muerte sucede en el tiempo.
18. La memoria humana no intuye en el tiempo y en el espacio una concepción universal, ya que cada particularidad es imprescindible para poder hablar de ellos.
19. Sin embargo, el espacio es uno y el mismo: Macondo. Los cambios sólo los percibe la memoria.
20. A la vez, el tiempo es uno, cada evento particular corresponde a la totalidad de la historia, es parte de ella.
21. El error es ordenar cada evento en una línea recta; basta con que los hechos sucedan para que se den en el tiempo.
22. El tiempo es un círculo inmóvil, que sólo la subjetividad le otorga un orden .
23. El espacio, como subordinado del tiempo en nuestra memoria, también es uno, que nuestro interior ordena y hace múltiple.



Esta breve idea de cómo va evolucionando la idea de tiempo y espacio en la novela, nos será suficiente.
En primer lugar, y como punto capital, es manifiesto que el tiempo y el espacio son en ambos autores el modo de conocer que tiene el humano. Es así de tal modo, que en Cien años de soledad es imposible describir la historia anterior y posterior de Macondo, donde no hay hombres. El hecho de que el viento arrase con el lugar y sus habitantes no me parece una coincidencia; de hecho, si se describe es por el sólo hecho de que todo lo que se nos cuenta del lugar es relativo al humano; incluso cuando se narran tierras inhóspitas o que nunca han sido pisadas por hombre alguno, es justamente porque hay un grupo pisando esas selvas buscando un nuevo hogar. Del mismo modo ocurre en Kant: el espacio y el tiempo son las intuiciones con que la subjetividad humana representa objetivamente lo que percibe a través de sensaciones.
Por otra parte, es sólo en el marco temporal de donde se pueden conceptualizar el cambio y el movimiento en el espacio.
Me parece interesante que en Cien años de soledad se haga una diferencia entre el conocimiento y el poder dominante. Me parece que el máximo exponente del conocimiento es Melquíades (la memoria humana), quien sin ambiciones sólo se dedica a anunciar sus descubrimientos sin muchas ansias de intervenir, y a vivir su anuncio. Sus pocos deseos de modificar no refieren a una inactividad, sino más bien al conocimiento de saber que ningún conocimiento puede modificar la realidad, ya que ésta es indiferente al saber. En cambio, los que anhelan gobernar de algún modo sus actos, terminan siempre por fracasar. En otras palabras, el conocimiento y el poder humanos son insignificantes; y la diferencia entre éstos radica en que el primero se da cuenta, y el segundo es ciego; uno entiende que todo lo intuye y el otro quiere hacer de sus sensaciones la única verdad. Algo similar sucede con el último Aureliano, responsable del fin de Macondo por acabar con la soledad del mundo, y tres veces articulador de la frase “Todo se sabe”. Esto me sugiere que el fin no es un castigo, sino el privilegio de desintegrar el pesar de cien años de soledad que vivió una comunidad y volver a la nada de donde venían, donde no existía la muerte ni las guerras, donde no hay siquiera conocimiento, porque es preferible la extinción de un bien escaso junto con innumerables males que la persistencia de éstos por mantener a un par de individuos que se dan cuenta de que no es necesario intervenir con subjetivismos una realidad que corresponde a muchos.

Texto agregado el 02-12-2008, y leído por 250 visitantes. (1 voto)


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