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Inicio / Cuenteros Locales / Mardion_Isiaco / (Sólo por poner algo II)Acerca del alma (o de cómo conocemos, según Aristóteles)

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1. Aristóteles distingue tres tipos de objetos sensibles. Tales son los sensibles propios, los comunes y los percibidos por accidente. Por los sensibles propios entiende aquellos objetos que para percibirlos es necesaria una sensación específica y, por tanto, requieren de un órgano que lleve a cabo el sentido necesario. Así, cuando Aristóteles afirma que “Lo visible, pues, es lo propio de la vista.”1, se comprende que lo visible son todos los objetos que únicamente por medio de la vista puede ser percibido, el color. Por otro lado, con los sensibles comunes se refiere a aquellos que son percibidos comúnmente por todas las sensaciones (o, por lo menos, más de una), es decir que se dan junto con los sensibles propios (los que corresponden a una y sólo una sensación) y que no son objeto de ningún sentido en especial. Esto demuestra según Aristóteles el porqué los únicos sentidos -propios- existentes son los cinco que poseemos, ya que, de haber algún otro, existiría también un órgano para percibirlo. Sin embargo, no existe otro órgano sensitivo ni tampoco es necesario, puesto que los sensibles comunes satisfacen el requerimiento de ciertas especies de distinguir elementos como movimiento, reposo, número, figura, magnitud y tamaño. En efecto, nos es posible saber que un objeto posee movimiento a través de la vista o el tacto sin necesitar de un órgano específico para percatarnos de tal movimiento. También la figura es potencialmente percibida con la vista y el tacto, y no con una función específica de un órgano determinado. Al contrario de los propios, de los que, por ejemplo, ningún otro sentido a excepción de la vista hacen posible la visión. Por esto, la sensibilidad común es una facultad del alma que permite a los vivientes percibir características que se dan en los sensibles propios y que no se perciben por un sentido único (ni por un órgano específico), si no en concomitancia con los demás.

2. Para hablar de la naturaleza del intelecto es necesario decir que éste no se da en cualquier viviente. En efecto, ni en los vegetales ni en las “bestias” podemos advertir intelecto. Siguiendo el planteamiento de Aristóteles en donde discrepa en que pensar e inteligir sean, pese a su gran afinidad, lo mismo que percibir sensiblemente2. Esto en el primer caso “...ya que de aquello (percibir sensiblemente) participan todos los animales y de esto (pensar) muy pocos”3 y en el segundo porque el inteligir puede ser verdadero o falso (siendo con y sin rectitud, respectivamente), mientras que la percepción sensible es siempre verdadera4. De modo que el intelecto no es de ningún modo una capacidad corporal, sino una facultad del alma (la desiderativa).

Con respecto a la naturaleza del intelecto, y sabiendo primeramente que es una facultad del alma (una parte de ésta y no ella completa) y por ende no una actividad corporal, se dice el capítulo cuarto del tratado aristotélico Acerca del alma que, haciendo una analogía a la percepción sensible, en la cual para que se lleve a cabo el acto de oír es necesario a su vez el acto de sonar, también el intelecto, para inteligir, debe ser actualizado por lo inteligible. La naturaleza del intelecto ha de ser, por lo tanto, pasiva, ya que no es el intelecto quien actúa sobre lo inteligible sino al contrario, lo inteligible actúa sobre el intelecto. Esta pasividad implica que el intelecto es sólo potencia y que nunca posee una forma determinada, salvo la de ser potencia, ya que lo inteligible posee muchas formas (por ser todo género, especie e individuo). La actividad de inteligir, de este modo, consiste en que el intelecto capta la forma de lo inteligible, pudiendo ser casi idéntica pero nunca ella misma5. Inteligir corresponde a las almas que están dotadas de razón, es una capacidad cuyo fin es el dominar (conocer) lo inteligible y permite opinar y enjuiciar la realidad. Pero para que el fin del intelecto, es decir conocer, sea eficaz, necesariamente será algo sin mezcla. Esto es, como dijimos más arriba, no poseerá forma determinada, ya que, si lo inteligible es todo, y si el intelecto a su vez fuese forma y materia, se interpondría y distorsionaría su captación de lo inteligible.

Luego Aristóteles compara al intelecto con las sensaciones, y destaca que al inverso de éstas al captar una sensación fuerte se ven ulteriormente afectadas y, por así decirlo obnubiladas ante sensaciones más débiles, el intelecto “...al inteligir un objeto fuertemente inteligible, no intelige menos sino más, incluso, los objetos de rango inferior”6. Y por ello dice Aristóteles que, pese a que cuando el intelecto ha llegado ya a inteligir todo lo inteligible, éste no ha adquirido aún forma específica ni ha dejado de ser potencia, y afirma por último que el intelecto se puede inteligir a sí mismo (y de ése modo es cuando lo que intelige y lo inteligido se identifican plenamente, puesto que ambos poseen como forma la potencial forma de todo lo que intelige).

Sin embargo, en el capítulo quinto del libro III Aristóteles postula la existencia de un intelecto activo, que, a diferencia del pasivo (que es en potencia todas las cosas), será capaz de hacer todas las cosas. Tal intelecto actúa de manera similar a la luz que, en acto, hace posible la actualización de los colores. Para que haga todas las cosas, es necesario que nadie lo haga a él y que, por tanto, siempre exista sin mezcla, separadamente e impasible. El intelecto activo, a diferencia del pasivo, está siempre en acto, y nunca será movido por lo inteligible, sino que lo hace posible.

3. Como semejanza de Aristóteles con Tomás de Aquino me percaté de que ambos consideran que la forma más elevada de los vivientes sería este intelecto activo, el cual, hacedor de todas las cosas, no es movido por ninguna. Esta concepción hace de los procesos de la Naturaleza un acto inteligente, pero inteligente no a modo del hombre, como animal racional sometido a la potencialidad del conocimiento de las formas y también en el error, sino una inteligencia divina que todo lo conoce porque todo lo ha hecho.

Finalmente, como diferencia, puedo decir solamente que Tomás de Aquino aborda la existencia del motor inmóvil de manera más detallada, y justifica la fé cristiana por medio de la razón, mientras que Aristóteles no pretende lo mismo, sino que por medio del estudio sistemático llega a la conclusión de que hay una causa primera. En otras palabras, la conclusión de Aristóteles respecto de la causa primera, es en Tomás de Aquino el comienzo de sus estudios. Por otra parte, éste último, como ya dije más arriba, añade el concepto de materia signada y no signada para explicar que el intelecto es capaz de conocer efectivamente las cosas por su esencia y su materia, mientras que Aristóteles deja un vacío en su teoría, al cuestionarse porqué el intelecto llega a conocer realmente lo inteligible, si bien la carne y la esencia de la carne no son lo mismo.

Texto agregado el 02-12-2008, y leído por 213 visitantes. (1 voto)


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