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Según mi madre, eran búlgaros. Se trataba de tres extranjeros que se establecieron en uno de los locales comerciales de los edificios que se levantan aún en las cercanías de nuestra casa. Corrían los años sesenta y se comenzaba a vivir la efervescencia del Mundial de Fútbol. Poco a poco, nos fuimos acostumbrando a su extraña jerigonza que imitaba de muy mala manera nuestro idioma. Era un matrimonio y un amigo común, que se habían asociado en un emporio, en el cual se expendía pan, leche y todo tipo de abarrotes. La gente comenzó a frecuentarlos, dado que eran muy gentiles, si bien reían poco. Y yo elucubraba que su ausencia de risas se debía a lo dura que debía haber sido su existencia trashumante y las dificultades para hacer suyos un idioma y costumbres que les debían resultar extrañísimas.

La gente comenzó a estimarlos y pasaron a llamarse “los gringuitos”. El esposo, un hombre alto, fornido, de cabello negro y bigotones frondosos, atendía con presteza a los clientes y ella, rubia y muy buenamoza, no lo hacía peor. Entre ellos, se establecían diálogos misteriosos que yo traducía a mi manera. Seguramente, él le declaraba su amor y ella le reprochaba cualquier cosa, luego, recomponían su relación y el extraño idioma parecía dulcificarse. Si bien, nunca vi un gesto de ternura entre ellos, podía adivinar esa pasión soterrada que corría por sus venas presumiblemente eslavas.

El socio era un tipo silencioso, que hacía su trabajo sin intercambiar palabra. Era mucho más bajo que su amigo y de cabello entrecano. Se intuía que algo le incomodaba, pero era difícil precisar qué. Aún así, el negocio funcionaba y nuevos clientes se sumaban cada día, acaso obnubilados por la presencia exótica de estos extranjeros emprendedores.

Transcurrió un año e incluso un poco más antes que se desencadenara la tragedia. Una mañana, en que mi madre había ido, como de costumbre, a comprar el pan y la leche para el desayuno, regresó con el espanto dibujado en su rostro.
-¡Mataron al gringuito!-dijo, y nosotros saltamos de nuestras camas, para enterarnos de la noticia.
Por lo que le contó la gente, pudo averiguar que la noche anterior, se había suscitado una tremenda discusión entre los socios y los dimes y diretes alcanzaron tal nivel de violencia, que el socio silencioso sacó un revólver y le descerrajó varios disparos a su interlocutor.

Después, nos enteramos que fueron diferencias monetarias las causantes de este hecho de sangre. Que hubo mucha conmoción, con la gringuita destrozada de dolor y el asesino, entre rejas.

No nos podíamos convencer. Sentíamos mucha pena al pasar frente a aquel local y verlo completamente cerrado. Recuerdo haber leído la impactante noticia en el diario Clarín, parecido a lo que es hoy el diario La Cuarta. No habían transcurrido dos días, cuando en esas mismas páginas nos enteramos del suicidio del hechor, atormentado por la culpa, por la soledad y el arrepentimiento.

Nunca más supimos de la gringuita, pero es casi seguro que ella regresó a su país, para intentar recomenzar una nueva existencia, más grata y menos sacrificada. De lo que estoy seguro, es que gran parte de su corazón se quedó anclado en este país y fueron tantas las lágrimas que vertió, que ya fue incapaz de derramar alguna en todo el resto de su vida…




















Texto agregado el 13-12-2008, y leído por 200 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-12-2008 Dramática historia, y misteriosa además, por el hecho de que los protagonistas no hablaban español. Felicitaciones. galadrielle
13-12-2008 Muy bueno. Auxilio ....viene el exilio. 5* jugama
13-12-2008 Qué texto más entrañable! Lleno de nostalgia, sencilla cotidianeidad y amena exposición. Te felicito. Realmente delicioso de leer. 5* ZEPOL
 
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