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Hace tiempo, en aquellos años que al parecer solo yo recuerdo, un cuento me agarró por la espalda, me dio un balazo en el pulmón derecho, y me dejó herido e inconsciente. Desperté en el hospital de mi mujer, aquel manejado por el amor, el cariño y el recuerdo de momentos felices y tristes al mismo tiempo. Un hospital de mierda, dirán ustedes, pero en realidad es la receta perfecta para sanar el daño que una dama campanillera puede hacerle al alma de uno. Y a tus pulmones, por supuesto.
Pero esa es otra historia. ¿Por qué la recuerdo ahora? Porque conocí otra dama, mujer para que sea más exacto, que en estos días nunca se sabe. Ocurrió como siempre ocurre. Me fijé en ella desde el primer momento en aquella reunión que más parecía matrimonio. Mi costumbre de estarme quieto apenas pueda me ayuda a pasar desapercibido (¿sabían que el ojo humano detecta mucho más rápidamente el movimiento?). Así que puedo decir con cierta certeza que yo la vi antes de que ella me viera. Había otras damas, y otras mujeres, por supuesto. Algunas mucho mas lindas para el común de los caballeros. Pero ella tenía algo. ¿Sus ojos? ¿La forma de caminar mientras buscaba algún desconocido para conversar? ¿Tal vez la forma en la que sostenía su vaso de pisco sour?. No, definitivamente la blusa apretada que imaginaba debajo de su chaqueta. Tal vez sus sostenes, o sus calzones. Incluso me atreví a pensar en su cuerpo, lo que normalmente evito por las notorias consecuencias que acarrean esas imágenes a mi cuerpo. Ustedes saben. Es posible esconder una caja de vino entre el pantalón y el culo, pero el truco no resulta tan bien si se intenta lo mismo, pero por delante.

Estoy desvariando. El momento cúlmine fue cuando la encontré mirándome. Me reconocí en sus ojos. La mezcla de confusión, curiosidad, "que mierdas estoy haciendo" y el ingrediente extraño que hace que tu cara se vea como se ve. "Amor a primera vista", dirán los poetas. "Un influjo repentino de endorfinas" dirán los bioquímicos. Yo le llamo calentura. O instinto, cuando estoy muy ebrio como para citar biólogos o poetas. A propósito de poetas: "aquel momento en que nuestros ojos se encontraron se mantuvo suspendido en el tiempo, como la luna cuelga del manto negro en el que están perforadas las estrellas. Eterna, pero siempre en movimiento". En realidad no. Duró lo que tenía que durar. El tiempo suficiente para darme cuenta que ella también me estaba mirando. A este le llamo reflejo. Miré instantáneamente hacia otro lado. Incluso recuerdo la batalla que tenía aquel personaje con una brocheta de carne, cebolla y camarones. Entonces vienen los pensamientos. Obviamente, yo sabía por qué la miraba. Pero, ¿y ella por qué me miraba de vuelta? No. No soy muy bien parecido, aunque con ropa decente se pueden ocultar muchas cosas. ¿De cara? Nada que destacar. Pelo largo, con barba, probablemente con la piel brillante debido a la desesperación que me produce estar junto a mucha gente en el mismo lugar durante demasiado tiempo. En mi defensa, la capacidad de movimiento de la gente es un factor importante. Es decir, no me molesta estar sentado en una sala de cine llena, pero si me desespera entrar y salir de la misma sala. Para ser más claro, el "metro cuadrado" para mí debería multiplicarse por dos y elevarse al cuadrado, cuando estás de pie. Cuatro metros es suficiente para ser visto y escuchado con claridad, sin necesidad de incomodar a nadie.

Estoy desvariando de nuevo. Ese momento, ustedes saben, en el que ella me encontraba mirándola o yo la encontraba mirándome, se repitió varias veces durante aquellos catorce punto cincuenta y cuatro minutos. Saquen ustedes las cuentas, porque no eran cincuenta y cuatro segundos después de los catorce minutos. No quiero desvariar de nuevo, así que al grano. La reunión, como debía ser, se dividió en dos grupos. En estas circunstancias, uno intuye demasiado bien que siempre está en el grupo de los feos. "Vendedores y personal técnico". Obviamente, ella no estaría en mi grupo, así que caminé con la decepción calándome los huesos. La miré de nuevo, y de nuevo me reconocí en ella. Pero ustedes saben, si ella no hubiese estado en mi grupo, no me hubiese acordado del cuento traidor, y probablemente nunca hubiese empezado esta historia. Así que tienen razón. Entramos a la misma oficina.

Quedamos trabajando juntos. La entrevista fue una burla a mi inteligencia. No es que sea muy inteligente, pero si algo hago muy bien, es mi trabajo. No es mi desempeño laboral del que quiero contarles, así que antes de que me de otro ataque de desvaríos, me voy al grano. Yo creo que nos gustamos desde ese día. El tiempo y el trabajo en conjunto sólo lo hizo peor. O tal vez mejor, pensando de nuevo en los (al parecer) eternamente solterones poetas. No, jamás llegó al amor, que es el que siento por mi señora esposa y que probablemente es el que ella siente por su... emmm... novio. "En boca cerrada no entran moscas", me dije. ¡No! No era ese. "Ojos que no ven, corazón que no siente", me dije. Pero el puto angelito sobre mi hombro me seguía gritando con un megáfono en la oreja que el daño que causaría sería inimaginable. Por algún motivo, el alegre diablillo de mi otro hombro, aquel que me hacía barra para que inventara el funesto cuento que hoy recuerdo, brillaba más por su ausencia que por sus diabólicas flamas.

Así que un día nos juntamos en su casa. Queríamos terminar un trabajo que teníamos atrasado, así que pretendíamos amanecernos, si era necesario. Como dije, si hay algo que hago bien es mi trabajo, así que al cabo de una hora ya estábamos al día. Una noche por delante. Mi señora sabía que estaba trabajando. Me bastó mirarla para saber que estaba pensando lo mismo que yo. Así que vimos salir el sol al calor de un paquete de papas fritas y un vino que ella probablemente tenía guardado para una ocasión especial. Entregamos el trabajo, y con la (muy válida) excusa del sueño y el vino, nos retiramos lado a lado de la oficina del jefe. Los tres con una sonrisa: el jefe recibió su trabajo, y nosotros, desde ahora teníamos un día completo por delante, y ni una pizca de sueño. Caminando hacia mi auto, ella me preguntó con los mismos ojos que le vi aquel primer día: "¿Y? ¿Nos echamos un polvo, o seguimos pretendiendo que no nos gustamos hasta que te divorcies o mi novio se decida a pedirme matrimonio?" Aunque no lo crean, la pregunta no me agarró de sorpresa. La esperaba, desde el primer momento en que la magia bioquímica que nació con sólo verla e imaginarla me produjo una erección. "Te mentiría si te dijera que no me dan ganas. Te mentiría si te dijera que jamás te he imaginado desnuda. Te mentiría si te dijera que tu pregunta no me provoca saltos en lugares de mi cuerpo que no ven la luz del día más que para hacer mis necesidades naturales o para cumplir con mis deberes matrimoniales. Pero ahí está tu respuesta. Tengo deberes matrimoniales que...". Cero punto setenta y tres segundos. La mano que tan cómoda se había tornado con el pasar del tiempo alrededor de mi cintura, mágicamente produjo un lápiz Parker lo suficientemente bien construido como para traspasar la piel de mi espalda, esquivar ciertas estructuras óseas y alojarse uno punto veintisiete centímetros dentro de mi pulmón izquierdo.

Fue suficiente para hacerme toser burbujas de sangre por dos semanas. Mucho menos que la bala, que por lo que me cuentan, fueron cuarenta y dos días, de los que sólo recuerdo los últimos cuatro, gracias a la amorosa relación entre la morfina y mis neuronas. Para qué contarles lo inefectivas que fueron mis explicaciones. Mi mujer se divorció de mí apenas tuve la fuerza suficiente para sostener un lápiz (Parker, para que se note la ironía) y firmar los papeles necesarios. Mi muy buen desempeño laboral me ganó una jubilación anticipada bastante decente, por lo demás. De ella, nada. Si supe que su novio se había suicidado el día que la condenaron por intento de homicidio. Probablemente un poeta de corazón y de alma. Hoy, con un poco de sarcasmo y morfina en mi sistema, las imagino conversando alegremente en la cárcel, tal vez compartiendo una celda, y pensando cuál será el próximo órgano que me dañarán por un amor no correspondido. "¡Hey! Los pulmones ya están listos, así que te toca el corazón". Pero el corazón me lo cuida mi señora. Para qué mentirles. Sí me preocupa bastante el hígado.

Texto agregado el 13-12-2008, y leído por 796 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
20-01-2013 Me gusta ese voculario espontáneo en tu narración. Bueno, además,me gusta el contenido del cuento. elpinero
20-01-2010 Muy bueno, amigo. Atrapante e interesante forma de narrar un hecho que por si solo pasaría como un tema repetido, pero que con maestria has narrado creado un texto muy bueno. Te felicito. Saludos. Azel
03-01-2009 B U E N I S I M O. pantera1
16-12-2008 se lee rapidito porque creo que parte de tu estilo es ese, no tener pelos en la lengua, aunque de pronto sí, tu lo sabes, que te desvías, yo borraría en lugar de decir que me desvío, pero bueno... cada quien su; lo que no me acaba de gustar, y qué raro que lo digo yo, es que se siente más confesional, que una obra. saludos!! ednushka
 
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