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Azucena revuelve el contenido de su copa y bebe presurosa. El día de más trabajo había llegado a su fin. La casa estaba limpia, los niños permanecían serenos en sus camas y ahora descansaba de la voz latosa de su esposo que no hacía más que pedir, pedir y pedir. Solo le quedaba disfrutar del pequeño banquete que ella misma había preparado en su honor. Los ornamentos de su mesa eran un sueño; suaves algunos, otros todavía húmedos, y unos sin acicalar, pero aun así, eran magníficos y únicos. Esa misma tarde los hijos adorados pero infernales habían sido de gran ayuda para llegar a este gran logro, a esta mesa digna de reyes. Y el poco amable y castrador esposo, fue el artífice de la grandiosa cena, siendo este el único acto desprendido y sincero que tuvo hacia su esposa en los últimos trece años que como una mártir digna de canonizar, soportó. Pero hoy fué reconocida. Aún así, Azucena se inquieta bajo una sombra extraña. Quizás sea el ferroso elixir que bebió, era tan modesta la pobre que no podía asimilar el original sabor de la cava que le había sido obsequiada, el sabor que debe tener la gloria. Allí estaba parada frente a su mesa, cuando de pronto en un arrebato descontrolado comenzó a devorar las delicias que sus manos ayudadas por el amor y el repentino sosiego de su familia, habían preparado. Y así como comenzó a comer, se detuvo. De pronto sintió en su pecho un clamor, pequeño al principio pero insistente y maligno, miro a su alrededor como si lo viera todo por primera vez, fue como si despertara y el sueño que hace instantes la extasiaba la hubiera seguido hasta la realidad. Entonces comprendió. Enajenada corrió hasta las habitaciones en penumbra donde la esperaba la verdad que ella se negaba a aceptar. El pequeño clamor se convirtió en voz firme y clara, aún insistente y maligna, rebotando en su cabeza: "Si querida Azucena. Esta noche finalmente te desquitaste, aunque sea inconsciente pero lo hiciste" -susurraba erizándole el alma- "Despellejaste a tus hijos y construiste las hermosas artesanías de tu mesa" - sintió un calor en su espalda- "Tal como te lo dictó el corazón bebiste la sabrosa sangre que tardaste nueve meses en poner en sus venas" - la voz se hacía cada vez más intensa y burlona- "Y a tu marido no le fue mejor. Te lo comiste vorazmente. Le demostraste lo pequeño y frágil que era, lo pusiste al final de tu cadena alimenticia,"- decía mientras reía- "Tal como él hacia contigo todos los días, cuando te golpeaba, te humillaba y se tragaba tu confianza y tus ganas de vivir, siendo menos que un perro para tus hijos, que eran su viva imagen, que no te herían con golpes pero si con indiferencia y desprecio. No sufras, en el fondo sabes que lo merecían" - las últimas palabras de esa voz punzante en su cabeza, quizás producto de su histeria o del mismísimo diablo, helaron finalmente su cordura. ¡Pobre Azucena!… los amaba a pesar de todo. Despierta perdonaba todos sus pecados. Dormida, despedazó hasta el último ápice de perdón. Justa hasta el fín, se impuso la misma suerte de sus silenciosos acompañantes. Los siguió hasta el infierno sin pensar que para ellos, su presencia será el monstruo que los castigue.

Texto agregado el 22-12-2008, y leído por 140 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
24-12-2008 Agil la forma de narrar. Respecto a la historia : terrible. Me trajo a la cabeza el nombre de un libro que se llamaba: una ira largamente contenida. Me parece que en pleno siglo 21 la mujer sigue sojusgada por el hombre en muchas regiones. Pienso que sólo en aquellos casos en donde la mujer ha recibido educación es que ha conseguido su emancipación. dinosauro
22-12-2008 cooo 3.5*. cooo
22-12-2008 ... re interesante el consepto... un abrazo darknesshbt
 
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