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Maldigo la mañana de frío seco y viento gélido. Maldigo el coche que con su avería me ha obligado a pelarme de frío en una estación de tren, rodeado de personas que esconde su cuello, lo máximo posible, entre las solapas de abrigos gordos y pesados. Estoy hasta las narices de villancicos como única banda sonora de unas fiestas en las que hay que ser feliz por norma social. No tengo coche, estoy pasando un frío del carajo, en una estación de tren a la intemperie, rodeado de pseudo pingüinos en mi mismo estado. Pero, eso si, es Navidad y debo estar feliz.

A lo lejos, siguiendo la línea de la vía que se pierde en la oscuridad de esta noche recién inaugurada, se adivinan tres luces como puestas sobre vértices de un triangulo y que anuncian, por fin, la llegada de un tren. ¡Din-dong-ding!. Una voz neutra, grabada y precedida por esas ridículas campañillas anuncian que esas luces en la lejanía pertenecen, ¡por fin!, al tren que espero.

El tren abre sus puertas y mis colegas pingüinos y yo nos introducimos en el calido vagón , buscando todos un asiento que ocupar, a modo de nido invernal. Localizo uno al fondo, sin perderlo de vista, como si pudiese desaparecer de un momento a otro, me dirijo a el y tomo posesión de tan ansiado espacio para mi sacro y congelado culo.

PI-PI-PI-PI-PI. Cinco agudos y molestos pitidos suenan por todo el convoy. Anuncian que las puertas se van a cerrar. Entre dos de esos pitidos sube al tren una mujer a manera de corredor de fondo que por fin rompe la línea de meta, como si en ello le fuese la vida. La puerta se cierra tras ella y toma unos segundos para inspirar un par de veces el aire, cálido y no muy perfumado, del vagón que ha conquistado con su forzosa y corta carrera.

La mujer, de unos treinta y muchos o cuarenta y pocos años, pelo de falso rubio (según denuncian sus raíces), entrada levemente en kilos y con una faz de felicidad que yo achaco a su reciente éxito ferroviario, se dirige al último asiento que queda libre en todo el vagón. Justo el que está frente al mío.
Llega, se desploma mas que se sienta, abre su abrigo, se mueve como arrebujándose en su nido y por fin parece acabar su ritual de toma de posesión de su lugar y espacio en nuestro tren.

Abre el bolso que tiene sobre sus rodillas y saca de el un libro. Lo sujeta sobre la palma abierta de su mano izquierda, como si lo dejase sobre una mullida cama. Con su mano derecha pasa las yemas de sus dedos sobre la tapa del libro. Una portada en la que predominan dos colores, el blanco y el azul, y en la que encima del dibujo de dos muñecos de nieve con cara de pasmados esta impreso el título: “Mi primera Navidad”. Varias veces hace subir y bajar sus dedos por la portada, como acariciando una valiosa y queridísima posesión. Con un cuidado extremo, abre suavemente la tapa del libro y acaricia las letras de su primera página. Dibuja una sonrisa en su rostro y parece como si se ausentase durante un segundo, interrumpiendo incluso las caricias sobre el papel impreso.

Imagino que mi cara debía delatar la extrañeza que ese comportamiento me provocaba, porque la mujer levanto su mirada, la cruzo con la mía y me dijo:
-Es un regalo. Para mi hija. Tiene siete años y esta será su primera Navidad en casa-
-Ah, bien-, respondí yo.
-¿Adoptada?- pregunté.
Rió levemente y aumentando la apertura de sus ojos me contestó:
-No, no es adoptada. Es mía. Nació con cinco meses y malformaciones en el aparato respiratorio y digestivo. En estos siete años ha pasado mas tiempo en el hospital que en casa. Muchas operaciones y mucho sufrimiento para mi niña. Esta será su primera navidad en casa y como ya casi lee de seguido le he comprado este libro. Me ha costado muchísimo encontrarlo. Tengo horario partido y solo disponía del tiempo para comer para ir a alguna librería. Me lo han encargado en una de ellas y por fin lo tengo aquí. Estoy deseando llegar a casa para dárselo. Quiero que lo leamos juntas porque hace poco me preguntó qué era la Navidad, qué se hacía y esas cosas. Las seis anteriores las pasó en la UCI u hospitalizada por algún problema.
Este fin de semana le sentó algo mal. Ella tiene una operación que le impide vomitar y temblábamos porque esa pequeña angustia fuese a más y tuviésemos que volver a ingresarla. Hace seis meses que no hemos pisado un hospital mi niña y yo. Bueno, solo para revisiones, pero nada de ingresos. No sabe usted la ilusión que nos hace esta navidad a todos en casa. Mire, mire que guapa es.-

La mujer sacó su billetera. En el lugar reservado para alguna tarjeta de crédito había puesto la foto de su hija. Una niña delgada, guapa, de mirada quizás algo triste pero de sonrisa dulce.

-Es muy guapa- le dije. Y con un alarde de mi bocaza añadí:
-Que pena que sufran tanto algunos niños. Y que infelicidad para los padres-.
Ella me miro como extrañada y me dijo:
-Si, es muy duro verla sufrir, pero infelicidad para nosotros no. ¿Sabe?, soy la mujer mas feliz del mundo porque puedo abrazarla todos los días. Porque puedo decirle que la quiero y puedo oírselo decir a ella. Hemos decorado toda la casa con guirnaldas, espumillón, bolas de navidad, todo tipo de adornos. Cada tarde llego con algo nuevo y a ella le hace una ilusión enorme colocarlos. Es muy dulce, lo agradece todo muchísimo. Tengo la casa que ya no se donde poner mas cosas. Puertas, paredes, muebles, todo está lleno, engalanado con algo. Ella ha sido feliz ayudándome a ponerlos y yo he sido feliz viéndola disfrutar. Cuando colgamos un adorno nuevo, nos separamos un poco de el, lo miramos y nos damos un abrazo por lo bien que nos ha quedado. Eso es lo importante. Por eso soy feliz. Puedo abrazarla. Está viva. Está junto a mi. Puede sentir mi amor. ¿Usted tiene hijos?.-
-Si, tengo dos.- le dije.
-Entonces sabe de que le hablo- me contestó.
-Estoy deseando llegar a casa para comenzar a leer juntas este libro. Esta Navidad va a ser maravillosa. Nuestra primera Navidad.-
Cuando la mujer decía esto su cara blanca se iluminaba, sus ojos chisporroteaban y se notaba la ilusión en cada uno de sus gestos.
-Bueno, me bajo en la próxima. Feliz Navidad. Disfrútela.-
-Yo también le deseo una Feliz Navidad y no es una frase hecha.- le respondí.

La mujer avanzó hacia la puerta y esperó que el tren se detuviese. Su sonrisa no se borraba de su cara y destacaba entre las demás personas que junto a ella esperaban la apertura de la puerta mientras reconstruían sus disfraces de proyecto de pingüino

Quizás la Navidad sea solo eso, un abrazo a las personas amadas y un recuerdo a las perdidas, pensé mientras hacía pruebas de encogimiento de cuello dentro de solapa de abrigo, para perfeccionar mi aire de pingüino mientras esperaba frente a la puerta del vagón la llegada a mi estación. Quizás sea Navidad cada vez que abrazo a alguien con todo mi corazón.

El tren se detuvo. La puerta se abrió. Encogí mi cuello y me dirigí con el resto de mis hermanos pingüinos hacia la salida………deseando volver a abrazar a mis dos hijos.

Texto agregado el 22-12-2008, y leído por 215 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
12-01-2009 Un escrito precioso.. Cierto que la navidad es asi, estes bien o mal, pero encontarste de nuevo la pequeña chispa para sentirla de nuevo en tu corazón.. Me encantó bitxo! Muxus mil pinpilinpauxa
01-01-2009 Q relato mas tierno... me gusto mucho... Besoss Marga unadesabina
28-12-2008 Precioso¡¡¡¡¡¡, felices fiestas Misuko .... natilla_
 
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