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El saco del hombre

Esta tarde al volver del trabajo he encontrado un saco. Aunque pueda parecer algo trivial, no lo es, al menos para mí. Este saco, no

Estaba dentro de un contenedor, agazapado entre una ventana arrancada contra su voluntad y un amarillento y caduco lavabo que le servía de parapeto. Para cualquier otro observador hubiera parecido un saco mas entre los desperdicios de una obra, pero para mi no. Este saco, no.

Al acercarme al contenedor aparcado frente a mi casa, -si, ¡de mi casa!-, y antes de poder verlo, lo presentí con un ligero escalofrío dolorosamente evocador de miedos infantiles y de creídos hechos abominables que me pusieron los pelos como escarpias. Después lo vi con mis ojos de ver y lo supe con los de sentir. No tuve dudas, era el saco. Si, el saco del hombre de mis pesadillas que aún me visitaban y que en un rapto de lucidez paternal había sustraído a la conciencia de mis hijos.

A simple vista aparentaba ser un saco mas, como si fuera un inofensivo saco de patatas o un costal viejo, pero no, no me podía engañar. Era un saco rectangular, abierto por uno de sus lados, de paño burdo, basto, grosero, como su virtud, tosco, y áspero como su cometido, de color indefinido e indefinible como su intención taimada, rematado por un lazo en su oscura y profunda embocadura a modo de asa e infame cierre. Sin pensarlo dos veces lo arranqué de su escondite mirando en todas direcciones e instintivamente eché una mano al bolsillo de la chaqueta al tiempo que recordaba que ya no fumaba. Miré ansiosamente a mi alrededor y no fui capaz de encontrar forma alguna de destruirlo. Desechada por inviable la idea inicial reflexioné sobre las posibles consecuencias y cambié de idea - quizás agrave la situación – me dije -. Volví a mirar en derredor y sentí vergüenza de mi primera reacción. De cuatro zancadas gané el portal y subí disparado a casa como si la vida me fuera en ello. Sin saber que hacer con el saco, lo llevé al baño, lo tiré en la bañera y abrí el grifo, intentando que el agua lavase tanta malicia acumulada, aunque en mi interior también sabía que debía de estar presentable cuando lo vinieran a buscar, porque sin duda vendrían a por el. Me di cuenta que la oscuridad se estaba apoderando de mi casa, mientras observaba como la porquería del saco iba lentamente en procesión hacia el desagüe, y lo que antes eran sombras familiares a esas horas, ahora me eran extrañas, como si conspiraran con el saco cautivo y en remojo. Noté la boca seca y, sin cerrar el grifo, salí del baño dando todas las luces a mi paso hasta llegar al frigorífico. Eché mano de una botella de agua fría y bebí a morro con ansiedad. En mi cabeza se agolpaban todo tipo de imágenes evocadoras, pero sobre todo una: la imagen del saco en mi bañera. Junté nuevamente valor para destruirlo, pero caí en la cuenta de que ya estaba mojado para pegarle fuego. Perdí valor y pensé en dejarlo donde lo había encontrado, nadie se daría cuenta – me dije-, pero el autoengaño quedó instantáneamente al descubierto en mi conciencia y desistí. Miré si la lavadora estaba vacía y me fui a por el saco. Lo escurrí en la bañera retorciéndolo hasta que me dolieron las manos y lo saqué en volandas por el pasillo iluminado a mas no poder hasta llegar frente a la lavadora. Allí lo arrojé con cierta violencia en su interior, rellené de jabón el cajón y mecánicamente eché un poco de suavizante para que quedase liso y suave al tacto. Las piernas apenas me sostenían y la tensión había hecho mella en mi ánimo lo que me hacía dudar sobre cual sería el siguiente paso. Puse la lavadora en marcha y encendiendo todas las luces a mi paso me eché en la cama a sopesar la situación. Echado en posición fetal y con los ojos muy apretados, no dejaba de ver el omnipresente saco dar vueltas en la lavadora alternado con recuerdos de platos interminables de lentejas y verduras, de incomestibles filetes de hígado, de sopas multicolores de nunca acabar, de deberes del cole, de buen comportamiento exigido, de volver pronto a casa, de acostarme temprano, de los penosos intentos de cada noche de oír sin querer oír la embriagadora musiquilla que sonaba en mi interior….

Oí el fin del centrifugado y con claridad meridiana supe que hacer. Fui hasta la lavadora y extraje el saco con extremo cuidado, lo extendí sobre la mesa y comprobé su total integridad. Canturreando suavemente y con el saco en una mano fui recorriendo la casa apagando todas y cada una de las luces hasta dejarla completamente a oscuras. Al pasar por el salón me vi reflejado en el espejo unos instantes e identifiqué en mi mirada la clara determinación que me impulsaba, apagué la luz, cogí una silla, y sin dejar de canturrear me dirigí a la puerta de entrada. Colgué el saco del picaporte cuidadosamente y me senté con la vista clavada en el saco inmóvil que parecía disfrutar de su nuevo y redimido aspecto. Y esperé.

Momentos más tarde una musiquilla amable flotaba en la oscuridad y mi canturreo se iba fundiendo poco a poco con ella en perfecta sincronía. Presentí que alguien se acercaba a mi puerta y daba un tiento sigiloso al picaporte, el saco basculó y la puerta cedió dócilmente: Había llegado la hora de ajustar cuentas…

Texto agregado el 07-01-2009, y leído por 400 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
17-02-2011 Aquí le decían "el Hombre de la Bolsa" y realmente le teníamos muchísimo miedo, por suerte no apareció nunca (al menos hasta ahora). Tu personaje por fin lo encontró y parece que se va a cobrar tanto terror que quedó en su cabecita. Nunca se sabe el daño que se puede provocar en una mente infantil atemorizándola. Un beso y mis estrellitas. Excelente relato. Magda gmmagdalena
17-11-2009 Buen relato. 5* pitrimitri
13-07-2009 Es hora de ajustar cuentas...jajaja :P -St_Clipper
14-06-2009 De verdad he pasado por casualidad,casualidad?? no lo creo, por algo cliquee en tu nick, si, para lleverme un muy buen cuento, muy buen realto impecable, te dejo mis***** nanajua
26-04-2009 ¡Genial! Un trabajo magistral sobre el tan conocido por todos "hombre del saco". Ha sido muy simpático leer tu versión, tan de primera mano, con ese final sublime. En serio, te felicito enormemente. 5* Claraluz
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