Medio cansado y bastante exagerado en el apriete de mandíbulas naufragaba en las paredes (de pozo y de cubo piramidal). Sudaba cafecito cada invierno, y aliñaba la vida contrastando el gris eterno del pasado con el gris fugaz del pensamiento. Pero el tiempo se iba difuminando en un ambiente de poros sensibles voladores que demacraban cada estalagmita, volviéndola un pastelón de mierda sobre los campos vacuos, y entonces el contraste perdía... ¿Qué perdía? Nada perdía... el contraste era una mera invención que dibujaba en mi cerebro una idea de verdad, de distinción, de exactitud entre un punto y otro... y los puntos nada eran.

Hoy no esperan, cesan quisiera decir pero no cabe en este relato ese concepto, espesos de movimiento (viscosos, diríamos) arrastran como livianos monitos de fósforo cada criatura, que con fuerza despojan de su alma un débil nado inagotable cuales aterrados gobernados que no quieren obedecer simplemente porque significaría ser eliminados. Y sin embargo son arrastradas, su resistencia solamente fue un alargar el intento de algo que nunca fue valioso -aunque muchos erratas insensibles, insaciables y apensantes declamaban en discursos lo contrario.

Y en el verde de tu piel crecieron los floreados lunares palpitantes, la tierra retinosa que grabó el término del ansia en mi garganta, y en mi paladar creció la enredadera que ha cubierto esos soles apagados, el vagabundeo ufano extinguido... pero -algo de lo mejor de todo- la palabrería continúa; esta vez acompañado.