El castillo luce totalmente desolado en medio de las lúgubres sombras. Los recuerdos flotan, sangrantes, sobre el derruido jardín; son bañados por la pálida luz de la luna que, melancólica, intenta consolarlos.
Las máquinas rugen: ¡ha comenzado la demolición! Los trabajadores apuran la tarea con violentos gritos.
Las paredes caen abatidas por las grúas que con macabras fuerzas terminan su existencia. Las ventanas emiten gritos de dolor y se confunden con los restos del viejo mobiliario; todo el pasado se derrumba envuelto en una nube de polvo y muerte; sepulcral silencio y miles de sueños rotos entre los escombros es todo lo que queda.
Solitario, desde las tinieblas el viejo dueño observa todo con lágrimas en los ojos. Se aleja silencioso, para perderse en la nada... Por un momento recuerda que los fantasmas no lloran.