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Visiones de verano

El año desmorona sus días finales sin ganas, entre calor, brindis de compromiso, caras al tono, pocos villancicos tendidos al paso para tirar la manga.
Mientras su mujer, la hermana, los familiares, charlan de cualquier cosa, varios pibes corren sin espacio y un par de bebés berrea pidiendo cambio de pañales, el profe Lombardi abre la hoja transparente que da al balcón del departamento en el que está encarcelado su cuñado desde siempre, asoma su figura entre los pliegues de la tarde.
Tres pisos abajo, el Citröen que acompaña al docente del Colegio Nacional cada vez que lo solicita. Viéndolo así, parece que pastara junto a los demás autos, como los caballos de aquellos cow boys en las películas del cine continuado. Allá, el horizonte de la avenida que ahora parece demasiado ancha. En las inmediaciones, suburbios de asfalto con remiendos que cuentan historias de caños destrozados una y otra vez, el Tiro Federal, unos perros sabihondos que duermen.
Decrece el rumor de la sobremesa, varios chicos cabecean un sueño corto en los sillones, las mujeres aprovechan para hablar de otras mujeres con el marido de su hermana, que es un chismoso.
El docente deja ir su mirada por los cables despeinados. Viaja de plátano en plátano por la espuma de nubes dibujadas de apuro, descansa en la soledad de las antenas que recuerdan sin imágenes, patina al borde de carteles descascarándose sin remedio. Cuando ella aparece, en el departamento lejano y vecino a la vez, cree descubrirla de costado, ráfaga entre vidrios, óleo en rebeldía. Poco tarda en darse cuenta de que siempre estuvo. Ella lo mira, sin dobleces y sin trampas.
Transpiran las palmas del hombre, apoyadas sobre la baranda roja. Aguzan las pupilas su desesperación por acortar distancias. Se quita los anteojos. Calcula cuántas cuadras lo separan de aquella presencia. Se distrae con algunos movimientos en las cercanías del Tiro. Son tres pibes en bicicleta que vinieron a comprar cervezas en el buffet. Pronto se evaporan atrás de si mismos.
Ella cambia de ventana, una leve aureola de pájaros en vuelo la rodea por un momento, tal vez cuando abre la pausa de vidrio. Asoma el pelo negro al aire cansado. Mueve sus brazos, aparta briznas de calor. Tiene una blusa de breves mangas celestes, una pollera azul intenso, una postura de ángel.
Lombardi se asombra de verla tan nítida. Intenta, a su vez, el movimiento de sus manos vacías. Ella no parece advertirlo. Insiste el hombre, náufrago definitivo. Desde alguna radio sueltan música pegadiza y alguien grita para que bajen el volumen. El docente renuncia a los gestos. El día 31 desprende su figura como la última hoja del almanaque volviéndose noche.
La mujer tiene una edad algo más que adolescente, algo menos que madura. Pasa sus dedos por el cabello tan oscuro, detenida en el equilibrio de lo inexistente con la verdad. Lombardi quisiera volar hacia su calma, hacia su cama que se adivina fresca y predispuesta a la siesta.
En ese momento explota un cohete anónimo, otro, una sucesión de estampidos. Las voces invaden con groserías el ambiente. Sus parientes reviven, los hijos se abren paso hacia el espacio del balcón. Corren, tocan las piernas del que parece despedirse en la popa de un barco lleno de emigrantes, regresan sobre sus pasos de zapatillas.
Lombardi, absurdo, vuelve con rapidez sus manos a la baranda, se coloca detrás de sus anteojos y sonríe a destiempo. Su cuñado le extiende un mate amargo, mira hacia el edificio de departamentos, dice que son muy caros, que la mayoría están desocupados, que es una pena.
Suena una campanada cualquiera, carcajadas, petardos. En la tarde, dos hombres en un balcón del tercer piso, frente a un montón de persianas bajas.

Texto agregado el 11-01-2009, y leído por 167 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
15-02-2009 Nuevamente, lo cotidiano, unos minutos de vida, hablan de una intensidad propia del deslumbramiento, del descubrimiento, simpre escurridizo, de la verdad. Gran relato. Saludos arqui
18-01-2009 me ha gustado. inesita38
 
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