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La puerta da a un largo pasillo que se extiende mas allá de lo que nos puede mostrar la luz lunar, a todo lo largo del pasillo se extienden cuadros y pinturas de paisajes y retratos que encuentran su felicidad bajo el cielo nocturno, silencioso y lleno de una vehemencia que contagia al hombre por medio de la hermosura de sus estrellas. La hilera de cuadros se encuentra interrumpida por una puerta negra de acero, la cual deja pasar algunos rayos de luz por medio del cristal que sirve de ventana en los días calurosos y por los dias no es mas que un medio por el cual la luna espía el interior de la casa. Tras aquella puerta se encuentra un hombre sentado en un largo sillón de cuero negro que, al igual que la mesa de centro, se encuentra repleto de cera seca que algunas horas antes habían formado una vela que alumbró la habitación dejando ver un escritorio con algunas hojas encima que daban hacia una ventana con vista al patio, a espaldas de este mueble un espejo servia de perchero para un saco apolillado de color azul marino, a los pies del espejo yacen tendidos un par de zapatos negros mal boleados. De repente una pequeña luz se enciende y se apaga con la misma rapidez que su nacimiento, los rayos de la pequeña luz cruzan la habitación y se pierden entre la oscuridad de la noche.
El hombre da una fumada a su cigarro que acaba de prender y esboza una sonrisa, su pelo castaño le cae en la frente, se recuesta en el sillón y deja colgar sus manos, las cuales tiran una pluma que rueda hasta perderse bajo el sillón.
Después de unos minutos el hombre se para y tambaleantemente llega al escritorio, en donde abre un cajón que muestra en su interior una daga y un pequeño sobre que reza en su parte posterior “para aquel que es feliz bajo la bóveda nocturna”. El hombre recoge las cosas del cajón y se las guarda en su bolsillo derecho, se acerca al espejo y toma su saco azul marino mientras se pone los zapatos desgastados, camina hacia la puerta y la abre con cierta lentitud desesperante, sale del cuarto y cierra la puerta con una llave que saca de su bolsillo izquierdo, se adelanta unos pasos y levanta la cara sonriendo al cielo, da unos pasos mas y abre la puerta del patio, por la que se escabulle silenciosamente y su figura se pierde tras la primera esquina. Unas horas después la luna descubre a un pasajero deambulando a tres calles de la casa, su cuerpo se va arrastrando a lo largo de la acera dejando un rastro de sangre por toda la calle, de repente su perseguidor vuelve a atacar, la daga se hunde en su costado derecho y la única testigo alumbra con sus rayos de luz los pobres ojos del paseante, los cuales se abren rápidamente y dejan entrever una cuenca vacía por la que corren lagrimas de sangre que se convierten en hilos con el paso de los segundos, hilos de sangre que tejen una escena de asesinato, al cual se ve perturbada por gritos y alaridos que deja escapar la boca del paseante que muere desangrado segundos después. El hombre recoge su daga y con gran calma la limpia y guarda dentro de su saco, de su bolsillo derecho saca un pequeño sobre que deja dentro de las cuencas vacías del paseante. El hombre se arregla su pelo despeinado debido a la persecución y emprende una caminata lenta al tiempo que silba una canción relajante, la cual se pierde bajo los rayos lunares.


Gucumatz “el corazón del cielo”

Texto agregado el 14-05-2004, y leído por 231 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-05-2004 Idem que la 2ª parte. Descripción muy detallada y ralista para una historia onírica ... azulada
 
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