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Yo…
¿Quién soy yo? ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Son estas mis manos? ¿Es esta mi cara? ¿La cara que recuerdo? ¿Cuánto hace de estas arrugas?
Este no es el cabello con el que nací, ni el color de mis ojos - los recuerdo azules -.
He cambiado, ya no soy el que fui, y quizás ya nunca lo seré.

¡Tampoco me queda tiempo para ni tan siquiera soñarlo!
¡Cómo puede ser que hayan pasado casi ochenta años!

Los recuerdos y los sueños son muy difíciles de diferenciar cuando han pasado tantas cosas…y otras tantas más que no he sido consciente de vivir.
Apenas si recuerdo algún sueño, y ahora que pienso, algún deseo.
Recuerdo haber soñado que huía de una ciudad que se derrumbaba a mi paso. Extraña era la noche en que no me despertaba fuera de la cama, era como si caminara en sueños.
La imagen de mi madre sólo se me aparece cuando no pienso en ella, pero no logro reternarla ni un segundo. ¡Sin embargo, sí que recuerdo el hule que mi madre usaba de mantel en la mesa de la cocina!
Mis primeras vocales las escribí en el hule cuadriculado en verde y blanco de la mesa de la cocina de mi madre.
Desde esas primeras letras hasta estas…últimas, he intentado olvidarme de la vida que tenía, imaginándola, escribiéndola. Cuando más feliz he sido es cuando más he escrito. Y no toda mi vida he tenido la suerte de recibir la inspiración necesaria para recrear mundos paralelos, para fantasear con libertad.

He aquí unas odiosas palabras: Obligaciones, responsabilidades, deberes, normas, leyes…
Si no he tenido rachas de inspiración… a menudo, si no aparecían esas maravillosas imágenes en mi mente, ¡si no he podido soñar despierto, ha sido por esas dichosas palabras!.

Aún apasionándome la escritura, apenas si puedo contar con los dedos de mis temblorosas manos, los cuentos que concluí. Sin embargo pude escribir una novela, si se puede definir así... Una novela que no publicaré. Una novela que será incinerada con mis huesos. No tiene título. Sus páginas han ido tomando el amarillo color de mi piel, como si envejecieran conmigo.

He recorrido todo este largo camino sin ninguna compañía.
Nací el mismo día que falleció mi padre, y desde ese día, mi madre prefirió, la compañía del alcohol a la mía. Recluida en un centro de salud mental, mi madre, mi atormentada madre, no quiso afrontar la ausencia de mi padre. Hasta el día de su muerte, fui a visitarla una vez al mes,
Capas y más capas de resentimiento, orgullo, inseguridad… han incapacitado cualquier atisbo de relación con mujer alguna.
Aun así, sólo me sentía solo cuando no escribía, por lo cuál no sé si lograreis comprender, cómo fue mi existencia desde el día en que me abandonaron las musas, hace cerca de cuarenta años.
Los días se hacían eternamente rutinarios. Sin la capacidad de relacionarme con nadie, salvo con mi pluma y mis hojas de papel…en blanco. Era tanto el tiempo que dediqué a mí mismo, que creí conocerme, más nada tan lejos de la realidad, pues el destino me guardaba una última sorpresa.

Un día como cualquier otro de mis días, tan cercano en el tiempo, que lo recuerdo en su totalidad, decidí desempolvar mis antiguos escritos. En mi memoria supe que al abrir el cajón del escritorio, vería un manuscrito de unas sesenta hojas, y bajo el manuscrito un grueso tomo de unas mil paginas, donde quise escribir… mi gran obra.
¡Ah, iluso de mí, que creí poder vivir escribiendo sobre la vida, olvidándome de vivir!
¡Cómo escribir sobre la vida cuando no se ha vivido!

Ese fue mi error, y ahora quiero enmendarlo.

El manuscrito y el tomo estaban atados con una negra cinta que los cruzaba en cruz. Deshice el lazo y calmando la emoción de volver a ver un trocito de mi pasado, acerqué a mis cansados ojos el manuscrito. Lo leí entrecortadamente. De vez en cuando alzaba la cabeza y miraba al techo, alejando el escrito, alargando los brazos. Temía que las lágrimas mojaran las letras, diluyéndolas en el recuerdo,

Al acabar de leer los inconclusos cuentos, noté una contradictoria sensación: se mezclaba la satisfacción por sentir que al cabo de tantos años, aún me apasionaban esas historias sobre conflictos de personalidades, con la desesperación por no haber acabado ninguno.
Si hubiera puesto el fin a todos mis cuentos, podría haber comenzado a escribir sobre las páginas en blanco del tomo que me disponía a abrir de nuevo.
Dejé el manuscrito sobre el escritorio y abrí la tapa de piel del tomo. Al abrirla, pensé ver la primera página en blanco donde hubiera puesto un titulo a la obra.
Más no estaba en blanco la página.
Aparecía en una esquina una fecha: 29 de julio de 1968
¿¡29 de julio de 1968!?
Esa fecha estaba tan reciente en mi memoria, antes de leer la primera página del tomo, que supe con certeza de que la recordaba.

Volví a coger el manuscrito y hoja a hoja fui mirando en la esquina baja derecha de cada una. Todas ellas tenían la fecha de su creación. En la ultima aparecía la fecha del 29 de julio de 1968.
¡Era la fecha del ultimo día en que escribí!
Hice de mi cuerpo orden, y al calmarse, traté de recordar si puse esa fecha en el tomo.
No recordaba haberlo hecho, por lo que sentí un hormigueo en mi encorvada columna, por lo misterioso de su procedencia.
Nunca nadie a logrado traspasar la entrada de mi casa. Nadie ha podido entrar para,,, ¿para qué?
¿¡Para coger un tomo en blanco y poner una fecha!?

No tarde mucho tiempo en salir de la perplejidad, y razonablemente pensar que simplemente se me había olvidado, que fui yo el que escribí la fecha.
Quizás pensé que al poner la fecha me animaría a empezar mi gran obra.
Tras resolver el enigma de la fecha, cogí con suavidad una esquina de la primera página y la sitúe hacia la izquierda, para descansarla en la tapa del tomo.
Aún no sé como es que sobreviví tras lo que mis asustados ojos vieron.
Lo que se mostró ante mí fueron páginas y más páginas escritas con una sinuosa caligrafía, la cual… no correspondía con la mía. ¡No era mi letra!

Dejé de sostener el tomo con mis manos, dejándolo caer en la alfombra. Me levanté y me acerqué a la ventana para abrirla. Me faltaba aire. Retomada en parte la cordura, caminé, evitando mirar hacia la alfombra, rumbo al cuarto de baño, donde el espejo me miró extrañado: nunca había visto ese gesto en mi cara. Desde el espejo del baño a la butaca frente al escritorio, hay apenas cinco metros, cinco metros que se multiplicaron varias veces, hasta que por fin me ví sentado en la butaca, y apoyado en el regazo el tomo abierto. Lo abrí y ví que también estaban fechadas las páginas en la misma esquina que el manuscrito. Lo primer que capté fue que el punto de vista de la narración era; ¡ en cuarta persona, en plural! ¡Era como si lo escribieran dos personas a la vez!. Perplejo, al empezar a leer las primeras letras del escrito, creí ver en la forma de las letras, la mano de un niño. Era una caligrafía de claridad meridiana, muy redondeadas las curvas, sin apenas unión entre las letras. Las palabras eran sencillas y básicas, respiraban con sincera naturalidad. No buscaban sorpresas ni interrogantes y sin embargo las imágenes que creaba eran un sin sentido que me aterrorizaba. Era como si no hubiera espacio entre lo que pensaba el escribiente y lo que escribía. Al ir pasando las páginas, iba despertando del caos inicial, vislumbrando un sentido a lo escrito, hasta ese momento. Me resultaba extrañamente familiar. Al llegar a la página fechada en el día 14 de septiembre de 1984, emití un fugaz grito de pavor, cuando leí estas líneas:
…abrimos los ojos de nuevo y vimos en lo alto un cielo de azul claro, donde un pájaro de transparentes alas nos señaló un camino entre las nubes del este. Nos levantamos de la hierba y de un salto volamos hasta el camino entre las nubes. Caminamos años y años solos hasta que vimos al final una gran ciudad.
Las calles estaban llenas de sombras de personas que arrastraban sus pies por encima de un suelo que se iba agrietando a la vez que pasábamos. Huimos sin mirar atrás y cerramos los ojos…

¡Mi sueño! ¡Esa pesadilla nunca olvidada, relatada con detalle!
Todo era tan irreal, que hiciera lo que hiciera, pensara lo que pensara, no parecía posible que pudiera aclarar, ni siquiera intuir el significado del escrito. Así que retomé la página donde lo dejé y continué la lectura. A la vez que leía, reconocía algunos de los pasajes como imágenes ya vividas de alguna forma, consciente o… inconscientemente. Lo que me ofrecía la lectura era un compendio exhaustivo de mi vida onírica. Era un diario de mis sueños. Sea quien fuere el que lo escribió, hizo que mi memoria rejuveneciera recuerdos ya olvidados. Estampas del ayer que me hacían ver lo equivocado que estuve en mi actitud ante la vida, la vida que no quise, o no supe vivir. Un purgatorio revelado en el anochecer de mi existencia. Hojas y más hojas de un árbol ya seco.
La última página escrita tenía por fecha la de ayer; 4 de noviembre del 2007.
Sé que esta noche escribiré en sueños la última pagina de mi vida.














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Texto agregado el 03-02-2009, y leído por 71 visitantes. (0 votos)


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