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A Yeimi Santos,
Que sabe de esas cosas.


El Nacimiento de América de Matta me sonreía, si es que puedo decir tal cosa. Era la sonrisa propia de la burla, tan tú qué sabes, tan no me entiendes. Y ahí a mi lado estaba Alejandra, absorta, pérdida en los desvaríos artísticos de ese chileno, demente a mi parecer, pero divino ante los ojos de ella, casi como si hubiera descubierto el secreto de El Dorado entre los matices verde y oro que el pincel había dibujado sobre el lienzo. Soberbio, no crees, me dice. Ajá, respondo con la tosquedad propia del desespero y la ignorancia. Es tan sentido, tan puro, tan vivaz, agrega. Tan la concha de su madre, respondo yo entre dientes para que ella no me escuche.

Al lado, para mi dicha, había un Ernst. Lindo Max. Nadador Ciego: Efectos de un Contacto, lee Alejandra en el tarjetón que acompaña la obra, mientras su voz se desvanece y ella se va, despacito, despacito, perdiéndose entre los hilos rojos, que seguramente ella asociará con algo complejo como la incidencia del sufrimiento en la vida y que para mí sólo son labios mayores y labios menores sobrepuestos y repitiéndose hasta formar una imagen que en mí sólo despierta el deseo de sudor y sábanas. Cómo quiero que se acabe pronto el recorrido por las 32 obras. Obras, vaya término, sería mejor una palabra más mundana, más tierra, más hombre tomando cerveza, qué sé yo.

No te parece que dentro del pintor arde un fuego primigenio, me dice con una cara de total convencimiento. El que arde soy yo, y de rabia, contesto mentalmente. Sí, claro, tu sabes cómo son ellos, tan únicos, le digo en voz alta esta vez, aunque la voz alta es voz alta para museo. No te transmite humanidad, vida, esencia, me pregunta. Ajá. Vuelvo a responder con tono desinteresado. Hilos rojos, cuantos hilos rojos como vulvas, como máquinas hacedoras de hombres, cómo máquinas hacedoras de placer, y a mi lado Alejandra, que no entiende de la carne, pero si de la pintura y sus derivaciones filosóficas.

Llegamos a las 7:30, la hora del noticiero. Los deportes, maldición, los deportes. Ya son las 8:00 y sólo hemos visto 2 pinturas. Faltan tres decenas de martirios para poder largarme a casa, lo que al paso que vamos, parece que tomará un buen rato, a lo mejor y hasta vea amanecer.

Lo que más me inquieta, más allá de no entender ninguna de esas desgraciadas pinturas es no entenderla a ella. Estoy como espectador de una espectadora. Tratando de descifrar en sus grandes ojos de gato lo que dice su alma, lo que traduce cada retazo de lienzo tinturado por los pensamientos de alguien que, a diferencia mía, sabe más de sentimientos, de mujeres, de esas cosas.

Dos pasos más adelante, faltando aún unos 568 más para encontrar la salida de este maldito laberinto de oleos, me topo con un Leonora Carrington. Las Distracciones de Dagobert. En qué piensas Dagobert. Ilumíname. Una idea, sólo una, para poder aparentar que algo sé de todo esto. Pero no, qué va. Cuando creo que tengo algo para decir, ya los ojos de Alejandra se han montado en la barca del Caronte con rumbo a ese país infernal que Doña Leonora plasmó en un rectángulo de 74 por 86. No está, maldita sea, no está conmigo. Debo padecer el infierno de las galerías y sus periplos sólo, a pesar de haberme ofrecido cortésmente a acompañarla

Es dantesco, dice ella con una voz de sabia griega en la Plaza de Bolívar. Para mí que es más Lovecraftiano, tiene un aire a Necromicón, a Llamada de Cthulhu, digo, por primera vez satisfecho. Ves mucho cine de media noche, responde ofendida por mi apreciación serie B. Maldita, pienso, si yo en verdad he leído esas obras y es lo que ese maldito pedazo de tela me transmite, ¿me parece? Pero qué más da. Es casi seguro que el arte y yo firmamos un pacto tácito desde el principio, pero el lo rompió primero, importunándome, tengo todo el derecho de decir mis barrabasadas.

Ahora viene algo más, cómo llamarlo, moderno. (Aunque eso de la modernidad es un término que se usa desde el clasicismo. Vaya ironías las del arte). Norma Bessouet. Por fin algo que me gusta, aunque no le entienda. Hay un gato, parecido al pequeño Louie, jugando con una bola de lana encima de un sillón rojo, cómo el que hay en casa de Andrés, y debajo una mujer escondida, de la que sólo se ven los pies, me la figuro a Alejandra, jugando a las escondidas, cómo lo ha hecho toda la noche, no la voy a buscar, no señor. Me quedaré contando hasta mil, hasta un millón si es preciso. Dejaré que ella venga a encontrarme y seguro que me encontrará con la mirada perdida en un cuadro, donde hay un gato y una mujer debajo de un sillón.

Sigamos, me dice, Este no me gustó.

Y así, en más, enumere usted a Onslow Ford, a Klee, a Tanguy, a De Chirico y otros tantos, pero ninguno que se atreva a pintar algo normal, algo más hombre tomando cerveza, más niños jugando al balón y, ahí, al final del recorrido, un Velázquez. Las Meninas. Un clásico.

Leo en sus ojos las ganas de dar por descontada esa pintura para regresar hacia Ernst, pero antes de que lo haga, la invito a compartir conmigo el único tipo de arte que disfruto, el figurativo, el de personas reales, sin distorsiones, más hombre tomando cerveza.

Ella se esfuerza y mi mente se divierte imaginando las diatribas que debe estar teniendo. Ahora me entenderás, digo socarronamente para mi mismo. Yo si sé la historia detrás de la pintura, de la Familia Real de Felipe IV, de la Infanta Margarita. Aquí no hay que leer entre líneas, no hay que encontrar el fuego que arde en el alma del pintor. Me digo.

Cuándo la miro, oh sorpresa, tiene la misma mirada perdida de 20 cuadros atrás. No está, maldita sea, no está. Miro el cuadro y como si estuviera alucinando, aunque se que no es así, veo como la Infanta Margarita de Austria se mueve y su pequeñísima mano sale de las dimensiones planas del rectángulo de tela, haciéndose de carne y hueso, tendiéndose en dirección a Alejandra que la toma y con pasos lentos empieza a entrar en el recinto real que propone la pintura, mientras las meninas sonríen juguetonas.

Y yo, me quedo idiota, cómo tratando descifrar el significado del Guernica de Picasso.

Texto agregado el 10-02-2009, y leído por 283 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-03-2009 Así que lo colgaste... jajajaja esta es lo que le pasa a los acompañantes... y quienes disfrutan seran siempre unos desconsiderados... jajajaja, cierto es que sería bueno que todos nuestros acompañantes se inspiraran para escribir como sumercé. 5* John_Vian
27-02-2009 Es demasiado para mi, demasiadas sensaciones en uin solo escrito... excelente beli
27-02-2009 Conozco esa sensacion misteriosa y desconcertante que a veces nos generan ciertas pinturas. Pero solo les pasa a los que, como tu, tienen una privilegiada sensibilidad. ZEPOL
 
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