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Inicio / Cuenteros Locales / sergio_vizcarra / REDENCIÓN 6º parte

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03:00 horas.

Ariel detuvo su auto frente a su casa luego de dejar a Esteban en la suya, la idea era darse una ducha, dormir un poco, cambiarse de ropa y encontrarse con su compañero en el despacho del forense para saber que averiguaban de la extraña muerte de la joven. Estaba cansado y extrañado, no habían encontrado signos de lucha ni nada parecido en la habitación donde encontraron a la supuesta Catalina, ningún indicio que indicara un crimen y hasta ese momento no había reparado en que los llamaran a ellos a investigar algo que parecía no pertinente investigar. Pero aún así, los hechos, y la falta de huellas y documentación eran bastante inusuales para dejarlos así.

Bajó del auto y dio un hondo suspiro, recordó lo cansado que se sentía y lo agotador que había sido el día. El primer aniversario de la muerte de Diana. Sacó de entre su camisa la cadena con el ángel de plata que él le regalara esa noche a su prometida. Lo acarició un instante mientras se alejaba del auto y caminaba hacia la puerta. Entonces se dio cuenta de que no estaba solo en la calle.

Tres jóvenes mujeres, vestidas completamente de negro, aparecieron de pronto a su lado, rodeándolo.

-Buenas noches-. Dijo una de ellas-. Te estábamos esperando.
-Lo siento-. Dijo Ariel, algo perplejo, mirando una a una-. ¿Me conocen?
-Tenemos algo especial para ti-. La que estaba a su derecha se acercó y acarició el brazo de Ariel, seductoramente.
-Creo que me confunden-. Respondió Ariel, alejando la mano de la mujer-. Soy policía.

La que había hablado primero se colocó frente a él, impidiéndole el paso. Las otras dos se acercaron también, por los lados. Ariel miró fijamente los ojos de la que tenía en frente. Eran un par de ojos grises y grandes, fríos. Era el tipo de mirada que Ariel había visto muchas veces en fotografías y en los rostros de asesinos despiadados y sádicos. Al mirar a las otras dos mujeres notó la misma mirada.

-¿Qué desean?
-Sólo queremos darte algo, detective-.susurró la primera mujer, acercando su boca a la de Ariel.

Ariel trató de apartarse de la mujer pero las otras dos lo tomaron firmemente de los brazos, inmovilizándolo con una fuerza increíble para tan finas figuras. La primera mujer unió sus labios a los suyos, usando su lengua para separarlos. Ariel se sintió de pronto incapaz de oponer resistencia, de cierta forma se sentía desconectado de su cuerpo. La vista se le nubló, el cuerpo se le volvió demasiado pesado de repente y pensó que se desmayaría.

-¿Qué es eso?

La voz de la mujer a su derecha se oyó lejana y apagada, pero el tono de asombro y preocupación era absolutamente perceptible. El contacto de la primera mujer terminó súbitamente. Ariel tuvo que hacer un esfuerzo para no caer. Las mujeres salieron de su vista con movimientos rápidos, demasiado rápidos, aunque muy silenciosos. Al volver la vista para ver que pasaba a sus espaldas, vio como las tres mujeres encaraban a una cuarta. Una mujer de pie en medio de la calle, de cabello negro y largo, delgada, usando un vestido largo y blanco, muy similar al de…

-¿Quién eres?-. Gritaba una de las mujeres de negro.
-Es una espectro-. Dijo la segunda, mientras las tres la rodeaban.

La mujer de blanco, tan parecida a Diana, sólo las observaba de reojo. Su mirada estaba fija en Ariel, que trataba de recuperarse por completo a la vez que sacaba su arma.

Las mujeres de negro se detuvieron formando un triangulo en cuyo centro estaba la mujer de blanco. Se dieron una significativa y malévola mirada entre sí y extendieron sus brazos definiendo más claramente la figura de tres lados. La mujer de blanco las miró una a una girando sobre sí misma y sonriendo a Ariel, como bailando algún antiguo rito de seducción.

Ariel sacó su arma y apuntó a la mujer que estaba más cerca suyo, pero no pudo decir nada, estaba demasiado sorprendido al ver como las mujeres de negro abrían sus chaquetas y blusas y las dejaban caer dejando sus bustos y espaldas a la vista, aunque no era eso lo que había sorprendido a Ariel, y tampoco el hecho de que las espaldas de las tres lucían sendas cicatrices verticales, como las que había visto en la muchacha muerta unas horas antes. Lo que realmente había dejado sin palabras y absolutamente detenido en el tiempo a Ariel había sido el ver como de las cicatrices se asomaban en las tres mujeres unas extrañas protuberancias que rápidamente fueron creciendo hasta convertirse en enormes bultos que caían hasta la altura de sus rodillas. Los bultos se rompieron súbitamente, desplegándose, convirtiéndose en un par de tétricas y oscuras alas de piel como las de un murciélago o una fantástica gárgola. En este caso, tres fantásticas gárgolas, rodeando a la mujer de blanco tan parecida a Diana.

Ariel disparó a las espaldas de la mujer más cercana, pero no pareció hacerle daño. La bala entró en el cuerpo de la mujer, junto entre el nacimiento de las alas, pero no salió sangre ni nada parecido. La mujer se dio vuelta rápidamente y Ariel vio su rostro deformado en una mueca de odio, mientras los ojos, otrora grises, brillaban como pequeñas llamas de fuego azul. Ariel dio dos disparos más, esta vez en el pecho de la mujer-gárgola, sin resultados tampoco. La mujer se abalanzó sobre él abriendo sus alas y extendiendo sus manos con increíbles garras. Ariel no tuvo tiempo de reaccionar, pero no fue necesario., porque de la misma forma que de las tres mujeres-gárgolas salieron aquellas horribles alas, de la mujer de blanco también surgieron un par, aunque muy diferentes de las otras, puesto que eran blancas y delicadas, brillantes, luminosas.

-Siempre estaré contigo-. Dijo la mujer, cuya voz confirmaba toda sospecha de Ariel.

Aquella era la voz de Diana, en el cuerpo de Diana, vestida con las últimas ropas que Diana usó en vida, sólo que ahora lucía un par de alas blancas y que emanaban una brillante luz.

Tan brillante fue la luz que Ariel se encontró enceguecido un par de segundos. Al poder ver de nuevo se encontró solo frente a su casa. No estaban Diana ni las mujeres. También se extrañó que nadie encendiera una luz pese a los tres disparos que había hecho, o que no se oyeran sirenas de la policía acercándose. Instintivamente dio una mirada a su arma y notó que no había sido disparada. Perplejo, como nunca se había sentido, entró a su casa y fue directamente a su cama. Encendió la luz de su velador y tomó la foto de Diana enmarcada en plata. Acarició la foto y la puso sobre su pecho. Mientras acariciaba el ángel de plata en su cuello recordó las palabras que acaba de oír: Siempre estaré contigo.

-Y yo, mi amor-. Murmuró, justo antes de quedarse dormido-. Mi ángel.

Texto agregado el 13-02-2009, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


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