Hoy es 19 de Octubre del 2003 y os voy a contar una leyenda que transcurre durante el siglo XV, que se pasa de generación en generación, en un pueblo llamado La Pobla De Segur.

La leyenda empieza en el verano del año 14 90. En el pueblo vivía uno de los mejores escultores de aquellos tiempos de cuyo nombre no me acuerdo. Le gustaba mucho su trabajo y construir cosas nuevas para que todo el mundo pudiera admirar su esfuerzo. Trabajaba con todo tipo de maderas y metales, pero nunca con cristal. Pues se juró a si mismo que antes de morir crearía una estatua cristalina de forma humana. Y así fue. Consiguió el mejor cristal de toda la comarca, lo fundió y le dio forma de hombre corpulento, pero, al ser transparente le hizo un corazón del mismo material y se lo situó a un lado del pecho de la figura para que la gente viera que tenía sentimientos. Una vez terminada, la colocó en un pedestal enorme, ya que era de tamaño real, y le dieron permiso para instalarla en la plaza más transitada del pueblo. Dos semanas después de acabar su trabajo, el escultor murió. En su honor nombraron la plaza con el nombre de la Plaza Del Hombre De Cristal. Al cabo de un tiempo llegó el otoño y con él las lluvias. Una de aquellas noches cayó una gran tormenta en la cual las calles se convirtieron en ríos. Empezaron a caer relámpagos por las cercanías del pueblo y uno impactó en la estatua del hombre de cristal. Increíblemente, tal vez por la calidad del cristal o por la fuerza mágica del relámpago, la estatua cobró vida. Al día siguiente toda la gente se reunió alrededor de ésta a admirarla, muy asustados, ya que la estatua podía hablar, escuchar, moverse, pensar, etc, pero solo le impedía una cosa ser como los demás y no tenía nada que ver con el material con el que fue construido, ya que no podía ir a ningún sitio porque tenía las suelas de los pies enganchadas en el pedestal en el que lo construyeron. Toda la gente lo adoraba porque hablaban con él, reían juntos, en conclusión, que la estatua era muy buena persona. Lo que más deseaba en el mundo era poder andar y para eso recaudó información y se enteró que en un pueblo cercano llamado Salás De Pallars, vivía un escultor que a lo mejor podría ayudarlo y resolver su problema. Se me había olvidado deciros que gracias a aquel relámpago, aparte de parecerse a los humanos también podía comunicarse con los animales. Pasaron dos siglos y la estatua aun estaba allí, más entristecida que nunca ya que aun no podía andar. Volvió a ser otoño y una golondrina reposó su vuelo, ya que ellas emigran a lugares más cálidos escapándose del frío invierno. La estatua, sin moverse para no asustar a la golondrina, le dijo si podía ayudarle porque él no se podía mover y le habían dicho que en un pueblo cercano, llamado Salás, vivía un escultor que podría remediarle su problema. Él le propuso que viajara hasta el pueblo y le confirmara si ese rumor era cierto. La golondrina aceptó y viajó hasta aquel pueblo. Llegó el invierno y con él la golondrina con su respuesta. La estatua muy agradecida la recibió con los brazos abiertos. Ella le contó que en aquel pueblo vivió un escultor pero que murió ya hacía un siglo y medio. La estatua muy decepcionada le pidió a la golondrina que se quedara con ella ya que por aquellos tiempos ya no le hacían mucho caso y no tenía nadie con quien hablar. La golondrina volvió a aceptar. Entre ellos se forjó una gran amistad. Pasaron dos años más. Aun no había remedio para la estatua pero estaba muy bien acompañada. Durante aquellos dos años, la estatua se volvió a ganar la admiración de la gente junto a la golondrina, ya que durante aquel tiempo habían ayudado, a todos los necesitados, a su manera y como pudieron. Pero volvió a llegar el invierno, ese año con mayor intensidad. La golondrina ya era mayor y una de aquellas mañanas heladas de invierno la estatua se la encontró muerta sobre su hombro. Una lagrima helada le sobresalía de un ojo aun abierto. La estatua decidió guardarse la lagrima y la pluma más larga de la golondrina como recuerdo. Fue una gran perdida porque los dos juntos habían hecho muchas cosas buenas pero ahora... Pasó otro siglo y la estatua aun tenía los recuerdos de su amiga. Se empezó a dar cuenta de que la gente lo miraba de una forma extraña, como con pena o compasión. Un buen día llegó un hombre bien vestido y con traje, y se dirigió hasta la estatua. Una vez enfrente de ella le dijo que se la tenían que llevar porque ocupaba un espacio privado. La llevaron a una incineradora y allí la quemaron. Pero de sus cenizas quedó la lagrima y la pluma de la golondrina, y el corazón de cristal de la estatua. Aquellos objetos no se pudieron fundir supuestamente por los sentimientos y el amor que desprendieron en su tiempo, a todos y a la vida, porque la estatua no pudo andar, pero tenía la esperanza de que algún día lo lograría. Al ver que aquello no se fundía se lo llevaron al hombre que la destruyó. El se quedó asombrado y decidió enterrar los tres objetos justo donde estaba anteriormente la estatua, para que la gente recordara los buenos actos que hicieron ella y la golondrina. Entonces, aquel lugar volvió a ser la plaza más transitada, porque dejó de tener dueño y se convirtió en pública. De aquellos tres objetos salió un brote y de aquel brote un gran árbol.

Desde aquel entonces, incluso hoy en día, aquella plaza se llama La Plaza Del Árbol en recuerdo a la estatua y la golondrina. Aunque a fechas de hoy nadie recuerda aquella historia y solo quedamos cuatro gatos que la recuerdan con pelos y señales gracias a nuestros antepasados.