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Inicio / Cuenteros Locales / sicfaciuntomnes / La cena con el Dr. Lecter

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La invitación a cenar me pareció tremendamente halagadora en un comienzo, sobre todo, porque tenía cierto interés en saber qué tipo de talentos tendría el buen doctor, en la cocina por lo menos. Su estilo y la cultura que podía entrever gracias a mis conversaciones con él habían creado una impresión lo suficientemente fuerte como para pensar en que tal vez sería hora de dejar unos cuantos dilemas morales atrás y mezclar un poco el placer intelectual y el carnal.

Un viaje de negocios de mi marido con su secretaria facilitó mucho los preparativos de mi parte para esa noche.

Apliqué aceite almendrado en mi cuerpo para suavizar mi piel y dejarle un aroma que sirviese como elegante insinuación sexual, que en caso de no haber sexo (lo cual esperaba desesperadamente que hubiera), pasaría inadvertido, a diferencia de una fragancia fuerte y costosa que pudiese hacerme ver como una presa fácil y vulgar.

A continuación, atendí la cita con mi depiladora, que realizó una técnica con hilo maravillosa, que dejó justo el volumen de vellosidad que consideré que sería del gusto del Dr. Lecter.

Para finalizar los preparativos, saqué un vino rojo de la cava de mi esposo, el que noté como el más costoso de todos y salí a toda prisa hasta la casa del doctor. Naturalmente, una vez estuve cerca, me tomé unos diez minutos de descanso para llegar elegantemente tarde a la cita.

Me recibió aún vestido con el delantal de cocinero, pero al mismo tiempo perfectamente vestido para la cena. Me felicitó por conocer la diferencia entre puntualidad y demora, se disculpó por no estar listo diciéndome que la carne había puesto algunos problemas para cortarla.

Sobre la mesa de la sala de espera había un libro llamado Cartas a Sagawa, de un Juro Kara, que hojeé con curiosidad hasta que me dio permiso de pasar a su comedor. La mesa estaba decorada con un mantel blanco, un candelabro en el centro y solo tenía dos sillas en la mesa, no en los extremos, sino en el centro, facilitando la cercanía. Una sugerencia sutil, pero bastante efectiva para mí.

La entrada consistía de verduras preparadas con una salsa bastante agradable, que sirvió para abrir mi apetito, en vez de ser un contraste para la comida, que es casi siempre la regla de los cocineros después de la "nouvelle cuisine". Hablamos de diversos temas, que iban desde el Decamerón hasta las costumbres sexuales de los orangutanes. El vino sirvió para lubricar la conversación y dejar un poco la tímidez para dar campo a un poco de seducción.

El doctor se interrumpió para ir en busca del plato fuerte, que era una carne de corte delgado, preparada al horno y acompañada de un arroz cocinado en algún estilo asiático, pero sin demasiada soya, lo que lo hacía bastante agradable al paladar. Le pregunté qué tipo de carne era esa, intrigada por el sabor, pero me respondió con bastante sequedad "Ancas". La cena fue acompañada por un poco de música de Rossini, a quien suelo detestar, pero que debo admitir que le daba un tono más ligero y relajado a toda la cena.

Al terminar el plato fuerte, hallándome un tanto embriagada y nerviosa, me arriesgué a preguntarle si le gustaba.

Y me dijo: Tanto como para comerte de postre.

Texto agregado el 23-02-2009, y leído por 113 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-02-2009 mmm supongo que se comio bien. Quedé con un sinsabor al terminar el texto beli
 
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