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Chile, país de próceres. Así podría ser el eslogan en el escudo nacional o en los billetes de 3 mil pesos. O país de mártires. Cualquiera de los dos. Ambos encierran con cierta épica lo que significa de verdad la funesta realidad de la pequeñez en que vivimos. Próceres o mártires porque la batalla por la supervivencia es difícil cuando no se tienen los medios, y los medios que se tienen son pequeños. Por supuesto que no hablo en términos económicos exclusivamente. Pensaba todo esto por la mentalidad que nos inunda o nos aplasta. Además somos quejosos, artículos como este salen todo el tiempo y pueden responder a dos realidades: Chile efectivamente es un país ratón o Chile es un gran país y los chilenos somos los ratones. Da lo mismo la distinción.

Lo que está claro es que hay mucho arratonamiento acá. Timidez, miedo, trauma, complejo, y en menor medida lo que esto deriva: envidia, egoísmo... arratonamiento. El no atreverse a hacer las cosas, el dejarse estar por la desidia o criticar con una ferocidad sólo equiparable a la ensoñación platónica con lo que no se tiene ni se tendrá. Aún así, estoy orgulloso de ser chileno y de ser ratón. Prefiero ser un ratón sudamericano que un chimpancé europeo, evidentemente más antropomórfico e inteligente, pero sin la sagacidad y talento para vivir refugiado en la casa de algún alemán colono. En el fondo es como ser georgiano, macedonio, palestino o congolés. Ser chico, pasar desapercibido, tiene sus beneficios. El primero y quizás más importante es que nadie espera nada de ti. Si eres un ratón, nadie creerá que algún día puedas hacer algo digno, realizarte, o innovar. Y eso es positivo porque te abre la puerta a hacer lo que quieras hacer sin miedo. Lo segundo es que si un país-gato te hace la guerra, como Estados Unidos, Rusia, Alemania o Japón, todos los intelectuales y hippies del mundo estarán de tu lado.

O sea, el mundo te tiene lástima intrínseca, lo que no es para nada despreciable. Ser un ratón implica que alguien te dé cosas gratis, y a veces esperarlo incluso. Lo malo de ser ratón no son tanto las características, porque de vivir se vive. En sucuchos oscuros y a expensas de las sobras que alguien bote, y que tú debes hurtar a escondidas bien entrada la noche. Lo malo es la mentalidad, el temor, la zancadilla autorrealizada, que resulta inevitable. Lo malo es la negación a ti mismo y los sentimientos de segunda categoría: envidia, estrechez, egoísmo... No es tan terrible ser un humano de segunda categoría, de segundo plano, lo malo es asumirlo y no potenciarse desde tu privilegiada posición. Porque si un ratón gana una medalla de plata, pucha que es bonito, y la sensación sólo puede compararse a la que sentiría Estados Unidos conquistando 450 oros (estoy convencido de que Chile disfrutó más el bronce del fútbol en Sidney 2000 que Estados Unidos los 8 oros de Phelps en Beijing 2008). Y todo porque nadie, ni siquiera nosotros, esperamos nada de nuestra tierra. Y es obvio, ¿cómo puedes criticar que un ratón se sienta feliz de estar en una competencia con países que lo tienen todo para ganar, que tienen una población gigantesca lo que posibilita hacer filtros más específicos, además de infraestructura, tradición ganadora y potenciación técnica para lograr lo que logran? Lo raro sería que no lo hicieran.

Es lindo ser un ratón porque todo lo que logres tendrá un valor agregado: siendo tan chico hiciste lo que hiciste. Es lindo ser sudamericano porque el mundo está tan prejuiciado contra ti que el desafío de ser tú mismo y quebrar los paradigmas del primer mundo es de primera necesidad, y no es tan complicado. Basta con que un latino no le pegue a su mujer, no robe durante tres días y no se meta en una gresca con pandillas de negros para que un estadounidense promedio dude incluso del sentido de su existencia. Lo realmente triste es un ratón no asumido, un ratón que finja ser un guepardo, leopardo, tigre, y todos esos porque son félinos más geniales que un simple gato. Lo triste, y de verdad me parece muy triste, es un ratón queriendo ser lo que no es, intentando falsear su vulgar y tercermundista origen que sí, es legendario, porque es injusto que tu tierra sea postergada antes de tu nacimiento. Es penoso que no asuman esta leyenda y que quieran cambiarla, cuando evidentemente no es culpa de uno que hace sesenta años un par de países se avisparan demasiado en la última gran guerra mundial y que luego se llenaran los bolsillos a costa del sufrimiento de los polacos, judíos y gitanos que los nazis masacraron.

Eso no puede llenar de orgullo a nadie. Que te vean, todo negro, chico y peludo, tan apestoso y potencialmente transmisor de muchas enfermedades, cantando en inglés y simulando ser británico. No puedes ser chileno y formar una banda como The Ganjas, porque es renegar de todo y meterte en un lío en el que a lo más se van a reír de ti. ¿Qué creerán los tipos que tocan en The Ganjas, que los ingleses andan buscando en sudamérica el sonido que allá les sobra? ¿Qué pasará por la cabeza de la nueva generación de chilenos de treinta y algo, desesperados en olvidar Chile y reemplazarlo con Estados Unidos, en llenar las listas de reserva por el I-PHONE cuando el I-PHONE ofrece servicios tan parecidos a los que otros celulares están cubriendo hace rato? ¿Cual es el gusto de hacer la publicidad en inglés en un país monolingüe, de poner jingles con mujeres que parecen exportadas directamente de Dinamarca, de babear tanto con el pelo rubio y los ojos celestes o de asumir que un tipo, por venir de afuera, es más cabrón que uno de acá mismo?



A eso es lo que me refiero con mentalidad ratona, con ese pensamiento que nos aplasta y nos avergüenza, y que nos está poblando de escena alternativa indie directamente plagiada del norte, haciendo crear bandas de folk en vez de folclore, entre otras cosas. Y no digo que lo que venga de allá sea malo, porque el folk es un gran género en Austria, Escocia y Argentina, porque el folk hace alusión a la raíz tradicional de cada país, a una búsqueda de la sinceridad que transparente lo que eres, lo que fuiste, y en base a lo que construirás tu futuro. No se puede negar que naciste ratón, lo que sí se puede cambiar es la forma de asumirlo. Si terminas viviendo como un rey, si logras destruir los prejuicios que el mundo y que tú mismo tienes sobre ti, es aún más valorable porque no naciste en cuna de oro, porque vienes de la postergación, y porque tu origen no te lo daba todo ni te incitaba a ser una máquina. Porque si eres un ratón, y si a pesar de serlo y tener el hanta en tu sangre, logras convertirte en lo que siempre quisiste, la sensación es inversamente proporcional a tu pequeñez, magnificando tu realización hasta los lindes épicos que ya alcanzaron los primeros habitantes de este país: morir luchando como ratones soldados contra españoles tapados en metal inexpugnable, indestructibles en toda américa excepto en el sur de Chile, y a punta de piedras.

22.8.08

Texto agregado el 02-03-2009, y leído por 172 visitantes. (0 votos)


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