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Voy impecable con un traje distinguido, peinado engominado y una afeitada perfecta, sin ningún pelo de más. Pero sólo quedan tres minutos y una roja se cruza en mi camino. No puedo evadirla y como que se ríe en mi rostro atribulado. Debía estar a las ocho en punto y ese a las ocho en punto se me repite una y otra vez...es importante, me repito.
Mierda, más encima es la luz más larga de todas. Ya va a ser la hora. Generalmente no garabateo, pero me estoy saliendo de mis casillas. La transpiración me agobia y ese nudo de la corbata en mi garganta también. Me desabotono el primer botón de la camisa.
Los autos no avanzan. Son las ocho, espero con impaciencia; en realidad, ya estoy desesperado. Hay verde y nadie avanza. Toco la bocina una y otra vez. Son más de las ocho y todas mis ideas se retuercen en la mente. Siento el calor que me quema y me saco la chaqueta. Bajo el vidrio lo que más puedo.
Me miro en el espejo retrovisor y me distingo diferente. Toco la bocina otra vez. Me desabrocho el segundo botón. Nada avanza. Voy con más de siete minutos de retraso. Aparece un malabarista en la mitad de la calle que sonríe feliz y se conforma con un par de monedas. Le gusta lo que hace, como cuando alguna vez yo también sonreí pintando mis cuadros.
El señor Mcarty debe estar enfurecido. Suena el teléfono, es él. Le explico que estoy en una situación complicada que muy luego estaré ahí. No me trata bien, nunca lo ha hecho. Tengo los pelos de punta.
Parece que hay un choque. La situación se vuelve más complicada. Los segundos se hacen más rápidos. Me desbrocho el tercer botón. Veo la cruz que me regalo Magdalena, mi primer amor a los 15 años. Ella me alentaba a pintar a que hiciera lo que yo realmente quisiera. Perdí su consejo y terminé de abogado y con una mujer insensible. Me disfracé de otro...ahyyy...sí, falsas apariencias.
Por fin, se arregla el tráfico. Voy con 20 de retraso. Estaciono el auto lo más rápido que puedo. Áhí está el edificio de Justicia. El señor Mcarty, que además es mi suegro, está parado en el primer escalón. Voy con una sonrisa versus el rostro de él enfurecido y hasta casi rojo de rabia. Llego donde él y antes de que me dijera algo le digo: "Renuncio". Después de eso nunca sentí mayor libertad.

Texto agregado el 02-03-2009, y leído por 88 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-03-2009 El instinto nos guía después de todo para mal o para bien..A mi juicio, buen relato. grauer_wolf
 
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