La cantidad de rollos que uno se puede pasar esperando a alguien, sobretodo si un estado paranoideal se ha estado desarrollando en ti un poco más de lo normal.
Esperaba a esta persona en uno de esos grandes edificios llenos de gente buscando la felicidad en los objetos que compran... y encontraba en cada vuelta al ascensor del encuentro una razón más para fastidiar mis ansias de verla.
La cita se retardaba unos quince minutos, pero mi persecución los ampliaba a media hora o más, a horas y horas de aburrimiento y desafío por los cuales no quería volver a pasar nunca.
Pero claro, pensándolo bien, cuando llegaban todos a la hora, incluido yo, daba lo mismo, cuando éramos dos, prefería la puntualidad aunque estuviera advertida la impuntualidad de compañía.
Empecé por pensar que algo tenebroso le podía haber pasado, que un llamado de última hora le jugaba una mala pasada, o que la felicidad había tocado a su puerta antes que a la mía... y eso tardaba el doble mi espera.
Contrario a lo que se pueda pensar, esta última opción era la que me cargaba más.
¿Porqué otro tiene derecho para ser feliz antes que yo?
¿Porqué si yo no puedo encontrar el fin último de todo ser humano ni en las compras ni en los templos, ni siquiera en mi cuerpo o en mi hogar... justo mi amigo tenía esa virtud?
Ni Dios ni el dinero me saciaban, ni mis éxitos y fracasos me bastaban.
Soy inconformista y es mi peor defecto o mi mayor virtud dependiendo de mi estado de ánimo. Feliz, me conformo con lo que venga y si es bueno tanto mejor. Infeliz, no me conformo con nada. Infeliz, aplaudo un éxito, y si es malo me deprimo.
De pronto me saludan por detrás y me dicen:
- Disculpa el retraso, el autobús se averió.
Toda especulación se diluye y no tengo ni excusas ni nada, simple y pura tontería de vieja copuchenta que a mi edad no se justifica.