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Esta maldita cuidad es un espejo roto. Apesta a gente, de esa que se siente más chingona que uno sólo porque trae los zapatos limpios, relucientes si quieren. A final de cuentas son las mismas sabandijas chupasangre que tienen al pueblo con las tripas infladas de hambruna, las mismas liendres que le van comendo el coco a uno con pendejadas en la televisión, en los periódicos y hasta en la mismísima calle. Si uno vive precariamente, sin casa fija, sin comida rápida los fines de semana con la familia (sin familia, incluso), es porque se necesita joder a unos para no bajar de su pedestal ni ensuciarle los zapatos a otros. Para no arrebatarles la tersura impía de las manos a los avariciosos que no dejan de comprar y vender cuerpos y vergüenzas.

Miro la muchedumbre que vomitan los vagones del metro, la carajada de coches que van por ahí tosiendo humo por el culo y no paro de pensar que esta maldita cuidad es un espejo roto que sólo refleja lo que le conviene, lo que le va a dejar mayor provecho. Si tan sólo alguien se detuviera un poco y me mirara sin pretender aligerar sus cargos de conciencia regalándome una moneda ensangrentada, por la que asesinó hasta mujeres preñadas… ¡Y todavía tienen el descaro de mirarme de frente! ¡A mí, que nunca he dañado a nadie y que muy al contrario, he tratado por todos los caminos posibles de ayudar q quienes parezcan necesitar algo que yo pueda hacer!

Anoche, mientras caminaba por alguna calle que no recuerdo, detrás de un puesto de periódicos salieron tres malditas ratas y entre insultos me golpearon hasta que supieron que no iba a tratar de levantarme, no me bajaron de pinche mugroso, ni de cagada humana y me patearon por casi diez minutos, luego se llevaron los veinte pesitos que otros iguales a ellos me habían regalado para que comprara un taquito de canasta y se fueron caminando muy tranquilamente, riendo a carcajadas los muy ojetes. Todavía no consigo levantarme y la gente me mira con asco, con rencor, como si yo tuviera la culpa de que tengan que llegar a colocarse el grillete y servir de esclavos durante ocho horas, o de que se les haga tarde para llegar a colocarse ese mismo grillete. El desgraciado viejo de los periódicos vino muy temprano y a gritos y patadas me exigió que levantara mis mugres y me largara de aquí, pero no puedo levantarme, apenas si puedo respirar. Luego me echo a sus perros, pero como tampoco funcionó, se fue refunfuñando y diciendo que iba a llamar a la policía para que me llevaran y me bañaran con agua fría, pero yo lo que necesito es una ambulancia, intento decírselo, pero el muy mula no quiere escuchar, sólo quiere que me aleje de sus putos periódicos llenos de noticias sangrientas y anuncios clasificados de putas gordas, no sea que me vaya a agarrar uno de cobija, con el pinche frío que hace…

Al fin llegan los puercos, completamente vestidos de azul, y vuelven a llamarme mugroso, sólo que esta vez le agregan que si soy ebrio o que si estoy drogado y a patadas quieren levantarme. De mi boca sólo escapa un alarido lento y un hilillo de sangre. Intento decirles que no puedo levantarme, que en vez de golpearme llamen a una ambulancia, que he de tener varios huesos rotos, pero no consigo juntar fuerza para hablar y ellos siguen con lo único que saben hacer, decir estupideces y golpearme sin tregua.

Se detienen cuando ven que sus intentos son en vano y como no se atreven a acercarse lo suficiente para levantarme y meterme en su patrulla, deciden por fin llamar a la asistencia médica. Por un momento pensé que esa era mi salvación, pero al llegar los señores de blanco tampoco quieren acercarse mucho, se dicen entre ellos que “hay que tener cuidado, que huelo muy mal y que podría ser portador de una o de muchas enfermedades contagiosas”. Yo sólo quiero que me lleven a un hospital y que curen mis fracturas para largarme de esta pútrida ciudad que no es precisamente un espejo roto, quizá sea un plato roto, o un juguete roto, o un hueso roto. No lo sé, algo roto…

Texto agregado el 12-03-2009, y leído por 164 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
30-05-2010 Este texto, puestos a poner etiquetas, encuadra dentro de lo que en el mundo anglosajón llaman los críticos un "rant" (o pataleta retórica). Se supone que a través del monólogo interior uno deduce el perfil sicológico y circunstancias del personaje, y mediante un presuroso anecdotario extrae un relato con su correspondiente marco temporal y espacial. Este está bien redactado y sin errores de ortografía, y si no hubiera apelado al rant recopado de la denuncia social probablemente habría resultado digno de alguna memoria. Espero que el autor continúe subiendo su material, más que todo, por ahora, porque no es tan frecuente hallar en esta página textos tan bien construídos. Gracias por el respeto al lector que es patente en la calidad de la gramática sin fallas monumentales y la ortografía impecables. GIULIANO
14-12-2009 Estrujante texto que nos pone a reflexionar en estos tiempos invernales que, se supone, nos sensibilisan y sacan lo mejor de nosotros mismos. Saludops. Jazzista
 
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