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Crónica de la joven duplicada

“No puede ser que exista una chica “exactamente”igual a mí”, decía Lucía mientras se miraba y remiraba al espejo. Pero Juan le juró: “La vi en la Facultad, y sí, es igualita a vos”, le dijo.
No era la primera vez que Lucía escuchaba esas palabras, y ya empezaba a sonarle la cosa a disparate o a misterio.
Lucía, con sus 19 años recién cumplidos, había comenzado los estudios de Psicología, a pesar de que su padre, militar retirado, se había opuesto a semejante carrera de “zurdos”.

Bueno, se dijo, vamos a ver si es cierto. Juan había quedado de encontrarse con la “chica duplicada” para presentársela a la salida de las clases.
Y sí. Se encontraron, Lucía y Abril. No podían parar de mirarse, y tampoco podían creer lo que veían. A pesar de mínimas diferencias, a cada una le parecía estar frente a un espejo.
Fueron a un café, y allí comenzó la conversación:
-No puedo creer que seas tan parecida a mí, hasta podríamos ser hermanas- dijo Lucía-, pero yo soy sola, nacida de mis padres que me criaron, no he sabido de ningún hermano…
Abril la miraba y creía empezar a entender algo que con seguridad Lucía ni se soñaba.
-Lucía, yo fui criada en Entre Ríos, mi madre me contó que fui adoptada casi enseguida de nacer. Fue en el año 1977.
-Pero yo no, yo soy hija de Papá y Mamá, con ellos vivo- dijo Lucía.
-¿Estás segura? ¿Segurísima? Porque yo creo que salta a la vista que somos hermanas, y más, Lucía, somos gemelas. ¿No ves cómo nos mira la gente, con qué curiosidad? Mirá, yo te propongo que le preguntés a tus padres si no sos adoptada, no sé, a lo mejor te dicen la verdad.
-¿Qué verdad?
-¿Y a vos qué te parece? Si somos hermanas, y yo soy adoptada, o tus padres me dieron, o no son tus padres. Vamos a hacer una cosa, vos preguntales, y en una semana nos volvemos a juntar acá y charlamos, ¿qué te parece?

Lucía no se decidía a encarar a sus padres. Sobre todo a él, que siempre la había tratado con dureza; casi no recordaba un gesto de afecto, de ternura… Sentía un miedo que le surgía desde lo hondo… No, no se animaría a enfrentar a su padre. Su madre era diferente, aunque siempre se mostraba débil, con miedo de todo, sobresaltada por cualquier cosa. Tuvo lástima de ella, y de sí misma. “No puede ser que me esté pasando esto”, se decía y se repetía sin poder parar.

Estuvo como ausente toda la semana. No sabía si quería encontrarse con Abril. Sentía que el pánico comenzaba a subírsele por la garganta… ¿Y si fuera verdad? ¿Quiénes serían sus padres, entonces? La duda, la indecisión la hacían tambalear. Finalmente, la curiosidad pudo más, la curiosidad de saber verdaderamente quién era ella…

Dio varias vueltas antes de resolverse a entrar al café donde ya la esperaba esa joven que quizá sería su hermana.
-Hablé con Mamá- dijo Abril-, y creo que ahora lo tengo más claro. Vos me dijiste que tu padre era un militar, ¿no? ¿Y vos sabés que en la dictadura los militares les quitaban los bebés a las mujeres embarazadas que habían secuestrado y que tenían en cárceles clandestinas? Bueno, mi Mamá dice que es muy probable que nosotros hayamos nacido en una de esas cárceles, y que seamos hijas de una desaparecida. Mamá, que ya era viuda cuando me recibió, tenía un amigo acá en Buenos Aires, de la Fiscalía, y que, sabiendo que deseaba tanto un bebé, le propuso que me adoptara. “Sin preguntas”, le dijo. Y ella no preguntó. Se vino inmediatamente a Buenos Aires a buscarme. El tipo le puso la condición de que me criara en Entre Ríos, y de que no viniera nunca por acá.

Lucía no podía creer lo que escuchaba. Otra vez sintió el pánico rondándole por el pecho, apretándole la garganta, silbándole en los oídos. Un frío en la nuca la hizo estremecer y se le llenaron los ojos de lágrimas.
-Vamos a tranquilizarnos- le dijo Abril, y vemos qué podemos hacer para saber la verdad. ¿Y si pedimos un análisis de ADN? Ya teniendo la seguridad de que somos hermanas, vamos con tus padres y les exigimos la verdad…
-Pero de dónde sacás esa fuerza –explotó Lucía-, yo no te entiendo, se nos está por caer el mundo encima y vos… parece que para vos todo esto fuera tan natural, esto tan espantoso…
-Mirá, yo fui criada con una mamá que me adora, y que nunca me mintió, siempre supe que era adoptada, esto no es una novedad para mí. Y ahora quiero saber quién fue mi madre biológica, mi padre… ¿Vos no querés saber?
Lucía empezó a serenarse. Quedó unos minutos en silencio. Se repuso y contestó:
-Y…, así como vos lo decís, qué se yo, estoy pensando que a lo mejor tenés razón.
Lucía se paró, titubeaba, pero al mirar de frente a Abril se hundió en su imagen como en un espejo, y finalmente abrazó a su hermana. Estuvieron así un rato largo, largo… no querían soltarse ninguna de las dos…

Las hermanas fueron a plantear el caso a las Abuelas de Plaza de Mayo.
Lucía encaró a los que habían dicho ser sus padres, y se fue a vivir con Abril. Ya no quieren separarse. Las hemos visto siempre abrazadas.
Hoy siguen buscando a su familia biológica.

















Texto agregado el 13-03-2009, y leído por 61 visitantes. (1 voto)


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