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ESE ROSTRO EN LA PENUMBRA


- Así que murió Giménez su vecino?

- Giménez? - contesté extrañado- si anoche lo vi al volver a casa!.

- Anoche lo vio? , No puede ser, si hace como una semana que murió!. - me aseguro -

- No, no puede ser, yo anoche cerré mi negocio a las doce y media como siempre. Habré pasado frente a él a las doce cuarenta.

- Que raro!, deben haberme contado mal.

- seguro, porque allí estaba. Fumándose un cigarro como todas estas últimas noches en la puerta de su casa. Me saludó como siempre. Lo vi bien, no parecía estar enfermo ni nada.



Cuando emprendí el regreso esa noche hacia mi casa, recordé la charla con aquel hombre al mediodía.

Un presentimiento me envolvió, como una brisa fría en el pecho y la espalda.

Giménez muerto! - me dije sonriendo -

Aun así, al acercarme, casi que me asomé a la esquina para mirar hacia la casa de Giménez. Temeroso de ser atrapado por alguna sensación espantosa al ver algo fuera de lo normal o lo habitual de todas las noches.

Nada, no había nadie allí. Eso calmo un poco la impresión que comenzaba a surgir en mi interior.


Y si es cierto que ha muerto? - me pregunte -

- Lo que confirmaría la ausencia a este, ¨ su nuevo habito ¨ casi raro y morboso, de fumarse un cigarro esperando mi paso. -

Como todas las noches de esta última semana...

Giménez saliendo a tiempo para verme pasar. Siempre esperándome para al acercarme, intentar unas palabras e incomodarme con su voz y postura insinuante, haciendo una profunda aspiración en el cigarro que al encenderse me mostrara tenuemente sus rasgos femeninos y se apagara acompañando a ese ¨ guiño de ojo ¨ que en las primeras noches me molestara, irritándome tanto.
Las noches siguientes, yo solo le saludaba y con una leve sonrisa y una negación con mi cabeza, le daba a entender que no estaba interesado en sus ¨encantos¨.


Me inquiete al pensar relacionando estas noches, con la semana que aquel hombre dijo que hacia, desde que mi vecino habría muerto.

Pensé un segundo y me dije tratando de convencerme. - Estaba equivocado, seguramente aquel hombre escucho mal, pues con certeza lo había visto anoche. -


Por supuesto en tales circunstancias, esa sensación de temor lo asiste a uno, aunque todo indique que no hay motivos para tenerlo.



Ya casi llegaba al frente de su casa, desee superar su vereda de un solo tranco. Nuevamente me embargo esa impresión que ahora me erizaba los bellos de la nuca, en el instante en que pisaba aquellos metros del frente de aquella casa.

Enseguida, cual un llamado del diablo, algo me paralizo el corazón en la garganta.

Un golpecito seco!, inconfundible!, alguien acababa de cerrar la puerta de la casa de Giménez!.

Nadie había entrado!, Nadie había salido!...

Nadie había allí afuera cuando me acercaba, quizá alguien de adentro cerró la puerta, mas nada se movió entonces.



Debo aclarar aquí que nadie había realmente estado en aquella casa, desde hacia una semana en que Giménez, en realidad había muerto, lo averigüe al día siguiente...


Que entonces o a quien había estado viendo!?.

Y más aun!,

A que o a quien había saludado negándome como siempre a aquellas mórbidas insinuaciones, a lo largo de toda esta semana pasada!.



En el silencio retomé mis pasos ya con redoblada aceleración, el miedo era palpable en mi pecho, tal como si una jauría de perros rabiosos me acosasen, mire hacia adelante y traté de concentrarme en mi puerta, repitiéndome:

- Esta allí, tras la puerta, seguro que sale justo ahora a hacerme sus insinuaciones...


Mas al pasar por la verja donde Giménez se sentaba todas las noches, sobre uno de los barrotes de hierro, una brasa de cigarro aun encendida, me miraba como un demonio en trance...

Corrí, no dude un instante. No se como abrí mi puerta. Al día siguiente amanecí vestido en mi cama como había llegado, oculto bajo las mantas.

El enterarme en la mañana de la efectiva muerte de mi vecino, creo que aflojó mi cordura, dejando mi espíritu debilitado, quebradizo...


Aquella brasa, - poseída por alguna infernal voluntad - en el preciso momento en que yo pasaba por donde otrora aquel infausto me esperara, en un eterno y demencial pestañeo, ese óculo ahora rojizo-candente se encendió y se inmortalizó en mi, al mostrarme ese rostro en la penumbra y aquel, su último guiño, cómplice, a modo de saludo...




Texto agregado el 19-05-2004, y leído por 120 visitantes. (0 votos)


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