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Mientras dormía, mi subconsciente ha creado un mundo en que un terrible régimen dictatorial hacía que cualquiera tuviera que demostrar que había leído cinco libros antes de cada coito que quisiera llevar a cabo. Si conocías a una chica y la cosa pintaba bien, ya podías ir espabilando. Equipos de supervisores controlaban tus comentarios de texto, y si daban su aprobación, podías follarte a tu nuevo ligue. Esta distopía tonta se mezclaba con imágenes de manifestaciones, cargas policiales y mujeres en pijama aburridas viendo la tele mientras comían cereales directamente de la caja. Todo parecía formar parte de un sutil plan para extinguir la especie humana; una estratagema para que dejáramos de reproducirnos. Un sin sentido que al despertar no resulta tan surrealista.
Cuando abro los ojos escribo rápidamente lo que recuerdo del sueño en mi diario de bitácora rojo, como lo llamo yo, con el que pretendo dejar un testimonio que nadie leerá sobre mis últimos días de vida.
Faltan dos semanas para que Oskar llegue a la Tierra. Oskar es el nombre con que los científicos han bautizado al meteorito que en poco tiempo hará que casi nadie de los que habitamos la superficie terrestre tengamos que volver a cortarnos el pelo. Las medidas que hayan podido tomar los gobiernos son secretas, un secreto puro y duro, porque no pueden hacer nada. La teoría popular dice que se acabó. Algunos adinerados llevan ya la tira cavando túneles y fabricando bunkers. La mitad del planeta se ha resignado, rezando o simplemente haciendo lo que sea que quieran hacer antes de morir. Los medios hace días que dejaron de informar. Una de las últimas decisiones de estado procuraba controlar la anarquía sexual; debido al inminente fin subió la estadística de violaciones. Se comenzó a comercializar un brazalete amarillo para que la gente que buscara sexo preapocalíptico pudiera reconocerse por la calle. Con el tiempo no resultó extraño ver a parejas copulando en cualquier esquina o parques en los que te podías unir a una orgía. Las medidas no frenaron el conflicto del todo, pero muchos parecían realmente liberados. Ya que el dinero ha perdido su valor, sólo quedaba agotar el tiempo en lo mejor que se te ocurriera, y para el sexo no hace falta imaginación, todo el mundo llega a la misma conclusión enseguida.
El hecho de que los medios hayan dejado de emitir supone un alivio; la publicidad ya había caído en el absurdo más denigrante. Esas grandes empresas cuyos magnates pretenden sobrevivir: “Nivea patrocina las noticias sobre el cataclismo”. ¿De verdad queríamos irnos al otro mundo con esa piel de naranja, o con esas estrías? ¿Te ibas a presentar delante de Dios con tu ropa del zara y tus patas de gallo? ¿No te apetecía comprarte el coche más pijo y dar vueltas con él hasta la muerte? Podías ver anuncios surgidos de estudios de mercado sobre cualquier cosa excepto sobre condones o inmobiliarias.
Las iglesias están abarrotadas y los dirigentes del mundo deben andar un kilómetro bajo tierra pensando en el modo de sacar tajada de todo esto si realmente llegan a sobrevivir. Las opciones son pocas, se dice que la piedra Oskar es tan grande que más nos vale comenzar a creer en algo. Durante la noche, si miras al cielo la puedes ver, con su fulgor impresionante y su mística científica del Apocalipsis. Ojeando mi diario rojo no encuentro una sola palabra de angustia, todo tiene un tono de ironía y hasta humor blanco. Los libros de autoayuda cogen polvo en sus estanterías y las sectas se han puesto de moda. Hay quien prefiere quitarse de en medio antes de ver el espectáculo, el cual, ya no podrá continuar.
Ya está, somos los últimos y al final no nos ha dado tiempo a cargarnos el planeta por nuestra cuenta. En lo que respecta a mí, todas mis energías están puestas en Abie, mi Colt GM 1911, una pistola calibre 45 de corto alcance.

Dentro de dos días se celebra un concurso de belleza, pero no en un gran teatro o en un plató televisivo, sino en el amplio sótano de un empresario inglés. Y no con mujeres, sino con armas. Se valorará el aspecto, el peso y los detalles adicionales; puedes pintarla, o quitarle el cargador o la mira telescópica si eso pronuncia su belleza o la estiliza. Yo me he decidido por una pistola porque quizá también se valore la sencillez. De momento no he decidido si incluir el cargador, pero tengo intención de pintarla con un fino esmalte plateado, quizá añadiendo algún detalle dorado. El ganador del concurso obtendrá como premio una cena y una noche con Azumi Lamrabet, la miss universo de hace tres años. Azumi se ha prestado como premio dada su pasión por las armas, y actuará como jurado sin ver a los participantes, que también pueden ser mujeres. Será ella la que, posando delante de un espejo con las armas, decidirá cual es la que más le gusta. No habrá segundo premio. Azumi es una mezcla de rasgos asiáticos y árabes; promete una noche con sexo y quizá alargar la relación hasta que llegue Oskar. Ésta es una forma de llenar tu tiempo como cualquier otra; centrar tus pensamientos en un arma para quién sabe si acabar viendo el fin del mundo con una mujer de aspecto televisivo e intenciones claramente físicas. Quizá ella deduce que la persona que sepa elegir su arma también tendrá grandes dotes en otros aspectos: una parafilia como cualquier otra.

Me levanto al día siguiente y entro en mi cocina/taller improvisada para echarle un ojo a Abie. Un amigo que también participa en el encuentro me dijo que hay como veinte participantes, y entre ellos sólo dos mujeres. Por lo que ha podido saber se presenta también una Gatling Gun, algo así como una puta ametralladora de cuatro cañones que giran escupiendo munición a cuatrocientos metros, lo cual aún se considera un alcance entre medio y corto. Si la chica analiza las armas desde el punto de vista fálico, no tengo nada que hacer. Se presentan también un fusil de repetición FR F1 y una Luger P08, una pistola parecida a la mía. Confío en que la tal Azumi tampoco valore las armas según su capacidad de destrucción. Según me han dicho una de las chicas se presenta con una Colt Detective Special, una pistola minúscula de porte claramente femenino, que supongo intentará dejar claro que detrás se encuentra una mujer, queriendo despertar así la bisexualidad latente de Azumi. Al no haber ningún referente anterior claro en un concurso de belleza semejante, uno sólo puede participar y ver qué pasa. Hace cinco días alguien repartió las bases por correo ordinario;

- Se podrá presentar cualquier tipo de arma, siempre y cuando no sea parte de un vehículo militar o una improvisación con diferentes piezas.
- Si alguien se presenta con el arma cargada quedará inmediatamente descalificado.
- Se tendrá en cuenta el peso y la manejabilidad, aunque no será disparada.
- Será analizada sólo por Azumi Lamrabet en una habitación aislada de los participantes.
- No se valorará así la presencia física de los mismos.
- Todos los participantes tendrán derecho a adornar o retocar sus armas como gusten.
- Azumi valorará cada arma posando con ella delante de un espejo de cuerpo entero durante tres minutos, descalza y cubierta con un sencillo vestido de cóctel negro. Tendrá en cuenta la sencillez o la contundencia según su imprevisible estado de ánimo.

Suerte a todos.

En resumen, no podías concursar con un tanque, y daba igual si llevabas toda la vida machacándote en el gimnasio. Si Azumi me elige es muy probable que el arma también acabe en la cama con nosotros.
Comienzo a pintar la parte del cañón, y poco después salgo a la calle. Los ánimos están más calmados, hay escaparates rotos y señales de que ya no queda más tiempo. Pero la gente ha decidido quedarse en casa, o practicar sexo en los lugares más insospechados. Los hay que viajan y suben a la torre de Pisa, por ejemplo, y otros se conforman con follar en publico. En otro orden de prioridades, otros han cogido el coche y se han ido lo más lejos posible, y algunos han buscado lugares altos con la absurda esperanza de que el agua y la onda expansiva no les atrape. A grandes rasgos el sentimiento de moda es la resignación. Las familias se quedan en casa y otros se vuelven locos o se unen a alguna secta para suicidarse acompañado.
Paseo por un centro comercial vacío de trabajadores y con gente de todo tipo que coge comida u otros artículos con sorprendente tranquilidad. Una pareja ha puesto en fila cuatro lavadoras y hacen el amor sobre ellas lentamente mientras un fluorescente parpadea encima de ellos. El pasillo de comida para animales está totalmente saqueado, la ropa está abandonada en sus perchas y la zona de congelados está casi vacía. No hay ni un jamón, y quedan como la mitad de productos dietéticos; las neveras no funcionan y de vez en cuando salta alguna alarma en la línea donde antes había cajeras.
Vuelvo a casa con algunos alimentos y las horas de ese día pasan volando. Finalmente Abie queda estupendamente con su capa de esmalte reforzado. El único detalle dorado es la boca del cañón. La dejo cerca de la ventana abierta de mi habitación y espero mientras cae la noche. No tengo nada más que hacer que dormir y aguardar a que llegue el día siguiente. Lo importante es participar, para no pensar en la muerte.

Durante la noche tengo un sueño que parece una evolución del que tuve hace dos días, con los libros y el sexo. La imagen de un pobre adolescente intentando acabarse Los pilares de la tierra mientras su novia le observa sentada en el mismo sillón, en pijama y sujetando una caja de cereales, gritándole que a quién se le ocurre incluir un libro tan gordo entre los cinco.
Despierto después de una desagradable imagen de la chica vomitando smacks en un lavabo, y me pregunto por qué tengo tan claro que eran smacks si en realidad sólo podía ver un líquido marrón. Tengo sueños extraños desde que se produjeron las primeras noticias sobre Oskar; extraños, sí, pero la mayoría más cotidianos que la realidad, como si sueñas que se acaba el mundo y despiertas de nuevo en tu vida aburrida, pero al revés. Ha llegado la época en que las pesadillas son más agradables que la realidad.
El concurso se celebra a las ocho de la tarde bajo tierra a sólo tres manzanas de mi casa. Durante la mañana me convenzo a mí mismo de que no puedo ganar con mi sencilla Abie plateada, y me pregunto cómo narices me ha dado por participar en semejante certamen. Ni tan siquiera soy aficionado a la caza. No sabía ni que Azumi fuera miss y viviera en la ciudad, y mucho menos que una miss pudiera ser fanática de las armas. Me la puedo imaginar en el certamen de belleza desfilando ante las cámaras y pensando: “¿Por qué no harán esto con armas?”. No sé cuál es el mensaje, quizá sólo sea el modo que tiene Azumi de burlarse de su condición de guapa con galones; o quizá tan sólo es su modo de pasar los últimos días de la historia de la humanidad entretenida con un proyecto. O puede que, según mi teoría, esto sea una especie de historia de amor entre Oskar y Azumi, su modo de celebrar el fin del mundo igual que celebramos festividades en base a días trágicos del pasado: la belleza de Azumi por un lado y el gusto por la capacidad de destrucción por otro. La boda final entre el ser humano y la violencia. Pero puede que ésta última teoría ya sea demasiado retorcida. ¿Si el meteorito pudiera decidir, al ver la Tierra de cerca, con su azul brillante y el filtro de basura espacial, se detendría en el último momento?

- No - me contesta Oscar, después de que le haya taladrado la cabeza con mi absurda perorata parafílica. A Oscar, el colega que me informó en su momento sobre la existencia del certamen, no le hace ninguna gracia que le hayan puesto su nombre a un meteorito. Por suerte, dice, la gente no tiene ganas de hacerle bromas con eso. Son las siete de la tarde y nos dirigimos dando un rodeo hasta el sótano donde ya se encontrará Azumi y algunos de los participantes.
- ¿No crees que merezcamos vivir un poco más? - le digo.
- ¿Qué dices? Lo que pasa es que el meteorito sencillamente no tendría esa trayectoria si tuviera capacidad de elección y no quisiera matarnos… Oye, déjalo, esta conversación es muy rara.
Entramos en una cafetería abandonada que tiene algunas ventanas rotas y todo el mobiliario desordenado, y nos comemos unos bocadillos que nos hemos hecho en casa. El reloj no se para y vamos a morir en once días.

El sótano se encuentra bajo un edificio de apartamentos que Azumi le ha alquilado al empresario inglés a cambio de una fortuna. Al parecer los más ricos son los que menos ganas tienen de aceptar la muerte. Somos así de previsibles.
Estamos en dicho sótano, está pintado y decorado de tal forma que parecería el estudio amplio y lujoso de un pintor de éxito sino fuera porque no puede haber ventanas. Nos sentamos en unas sillas de plástico rojas de coca-cola, con el típico diseño de terraza de bar. En toda la estancia, de unos doscientos metros cuadrados, hay una puerta, que suponemos da a la habitación en la que Azumi valorará cada arma. Me comienzo a sentir estúpido, como cuando te apuntas a un curso y el primer día ya tienes claro que no deberías haberlo hecho. Por suerte esto sólo va a ser una anécdota de un día, algo tonto que poder contar a Dios y mis padres muertos dentro de doce días si la mitad del mundo no se equivoca.
Un detalle básico de puesta en escena es que las sillas en las que estamos sentados forman un círculo en medio de la estancia. Veo que todos hemos traído nuestras armas en estuches o maletas: dieciocho tíos y dos mujeres que, por su aspecto, parecen redondear la cifra hasta veinte participantes de los cuales nadie se acostaría con un hombre. Tal y como estoy sentado, puedo ver la puerta de frente a unos metros en la pared, y me pregunto si Azumi ya estará ahí, y si habrá venido sola, algo que no encajaría, ya que no puede vernos.

Al cabo de cinco minutos la puerta se abre, y sale una chica rubia y delgada que no es Azumi, y que, tal y como nos dice, hará las veces de ayudante. La chica habla con nosotros, recordándonos las bases del certamen, y sonríe de tal forma que no parece que sepa que ya mismo va a estar muerta.
La chica rubia comienza a llevarse armas una a una y éstas se quedan todas en la habitación; cada cinco minutos ella sale y se lleva otra, y llega el momento en que me toca darle mi estuche a Violeta, que es como dice llamarse la chica rubia, que no me extrañaría que hubiese sido elegida miss simpatía o algo así en el mismo certamen que ganó Azumi; está claro que el tópico Carpe Diem coge bastante fuerza cuando sabes la fecha de tu muerte. Violeta seguro que tiene claro que morirá, pero no parece querer hacerlo triste o desmaquillada. Por su acento debe ser sueca, aunque estoy tirando a ciegas. Al coger ella el estuche de mis manos tengo la sensación de cuando de pequeño abandonabas tu trabajo de Plástica encima de las demás cartulinas para que tu profesora pudiera corregirlo. Casi me da pena tener que morir como sea que muera en lugar de pegarme un tiro con un arma a la que ya he cogido cierto cariño. Lástima que sea incapaz.

Una vez Azumi ha acabado, Violeta la presenta con cierta reverencia y sale del círculo, y Azumi sale de su habitación; camina descalza y lleva el traje de cóctel negro que prometía. Se coloca en el centro del círculo; no lleva ningún papel y está claro que ya ha tomado una decisión. Antes de dar su veredicto, parece querer decir unas palabras. Antes nos da la mano a todos y luego se arranca con un perfecto castellano, pausado, y como de alguien que se hubiera fumado un porro, cosa que no descarto;
- Quiero agradeceros a todos que hayáis querido participar en este ritual armamentístico. Ahora os veo las caras, pero no sé asociaros a vuestras armas. Como sabéis, dentro de poco todos estaremos muertos, y si os digo la verdad, me alegra saber que será una fuerza exterior la que provocará nuestro fin… Cada noche salgo a la terraza de mi casa, y me siento a observar a Oskar, el grandullón. Antes me aterrorizaba, pero ahora casi le estoy cogiendo cariño, con su luz y su ciego propósito, imparable y enorme… No puedo negar que me excita, como no puedo negar que me gusta empuñar una buena pistola. Oskar es el arma definitiva, mejor que una bomba atómica y producto del azar… Sé que ahora pensáis que estoy loca, pero la verdad es que sólo me siento como esas mujeres que dicen querer a sus maridos entre paliza y paliza. Oskar es así. Sé que me matará, pero no puedo negar la fascinación que me produce.

Se hace un silencio, y Azumi se queda embobada mirando a ninguna parte. Luego recupera la compostura y sonríe.
- En fin, supongo que queréis que os diga cuál es mi arma, la elegida.

Era de esperar, después de ese discurso sobre lo cachonda que le pone morir en once días en manos de Oskar, la que elige finalmente es la Gatling Gun, sí, cuatro cañones, la más grande y salvaje de todas. El dueño es un tipo de unos cuarenta años, espaldas anchas y decenas de horas de gimnasio. La cita es para un día antes de que llegue Oskar.
Salimos todos al exterior, acompañados por Azumi. Todos los participantes se dispersan, hacia sus casas. Oscar y yo nos sentamos en un banco de la calle, y nos encendemos sendos cigarrillos. Azumi entra sola en una heladería cercana, uno de los pocos negocios que sigue funcionando a pesar de todo; tiene tres vigilantes en la entrada, adictos al trabajo. Podemos ver a Azumi a través del cristal, sentándose en una de las mesas. Tres minutos después le traen lo que parece un batido de fresa. Coge el vaso con las dos manos y bebe por la pajita. Mira al cielo, a Oskar, que crece cada día más y más, y sonríe sola mientras el batido se consume.



http://jordim.wordpress.com/

Texto agregado el 16-03-2009, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


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