TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / fulanito / calamar culto

[C:398080]

dedicado a Pinky Lavie y Jorge Marrale



El cíclope apartó el catalejo de sus párpados entornados, giró la cabeza y dijo:
-Bli bli bli, burbujas. Muchas burbujas tan grandes como manzanas. Imposibles de reventar a no ser por una aguja especialmente afilada con piedra de afilar.
Sebastiano y yo nos miramos. Arremetí con una pregunta al capitán, cuyo único ojo azul ahora escrutaba el horizonte:
-¿Qué es, señor, lo que debe preocuparnos acerca de las burbujas?
Él acercó su horrible ojo como un pozo de agua en medio de la inmensidad accidentada de su rostro, y dijo:
-Creo que se trata de una criatura gigante, más grande que esta nave que nos protege y capaz de devorarse a toda la tripulación.
-¡Oh!
Sebastiano soltó un grito porque las fauces del capitán emanaban suficiente hedor como para levantar a todos los muertos y hacer que las doncellas perdieran el pudor y ganaran la razón.
-¿Qué podemos hacer, oh, capitán?
El capitán nos examinó a ambos. Sebastiano temblaba de miedo tanto por el capitán como por el posible ataque de una bestia, mientras que yo, hombre de raíces fuertes pero flexibles, me mantuve incorruptible. El sol estaba bajando y los grillos que yo había esparcido cuidadosamente sobre los tablones del barco comenzaron a cantar con sus tibios cri-cri que tanto nos trasladan a los tiempos de verano, estando fuera de casa hasta tarde, con una muchacha y una ginebra siempre a mano. ¡Oh, sí, qué buenos mis tiempos sobre la tierra! Pero no eran placeres lo que vaticinaba el cantar de los grillos sobre la proa, sino el caer repentino de la noche, que no significaba otra cosa que nuestra vulnerabilidad ante la bestia. La superficie del océano estaba crispada como el lomo de un gato rabioso. El viento podía aterrar hasta a la mujer más sesuda, incluso a las que saben que el viento y los truenos fueron catalogados por el clero como Fenómenos Naturales Aterradores Pero Carentes De Relación Directa Con El Diablo. La sigla para identificar rápidamente a estos fenómenos era FNAPCDRDCED. Entraban también bajo esta categoría los aludes, los tornados y los eructos de perro. Cuenta un mito francés, que antes de que la Iglesia anunciara esta solución magnífica, eran quemados todos los perros que eructaban, ya que el eructo canino era concebido como una señal clara de que el Maligno rondaba cerca.
-¡Capitán, algo nos ataca!
El grito alarmante de Sebastiano erizó los cabellos de toda la tripulación, incluidos los escasos vellos púbicos que aún conservaba Jimmy, el trasvestista de a bordo. No por ser trasvestista había perdido sus vellos, sino por ser un aficionado a las aves: tenía un loro de las Galápagos que se entretenía en arrancar de raíz cuanto pelo crecía de su cuerpo. Una criatura adorable, el loro de Jimmi. De modo que todos, incluido el capitán, entraron en pánico, excepto yo. Yo estaba dispuesto a lidiar con la bestia, y no con el arpón que la virtud de mis brazos sabe dirigir con certera puntería, sino con el aquel otro arpón venenoso que guardo detrás de mis dientes y bajo mi paladar. Oh, sí, yo iba salvar nuestro barco usando mis poderes persuasivos, los mismos que habían atraído voluptuosas e inocentes niñas a mis aposentos, así como corrompido el honor de reyes y
diplomáticos que también cayeron bajo mis sábanas.
-¡Todos a babor! -exclamó el capitán, y todos aparecieron como hormigas. Debo decir que los grillos cantaban de una forma extraña, como más agudo que de costumbre, y se creaba una rara fusión de sonidos en el aire: el cri-cri enloquecido de mis grillos, el bli bli bli de las burbujas, el pr prr del loro de Jimmi y el abrir y cerrar del gran ojo azul del capitán (irreproducible).
Fue cuando estuvieron todos presentes que la bestia se dio a conocer y también yo, que levanté mi voz por sobre todos aquellos ruidos y dije:
-He aquí una bestia enorme cuyo claro propósito es comerse a por lo menos diez de nosotros, a juzgar por su estómago grande y fofo. Como hombres valientes que somos tenemos sólo un propósito: vencer a la bestia. Para esto tenemos dos alternativas (y tan pronto como dije esto la mano del capitán amagó un gesto que no se verá sino hasta mediados del siglo XX con la invención de la televisión en vivo). Está bien- dije-, voy a acortar mi discurso. La primera posibilidad es atacar a la bestia tal como hizo la raza humana desde sus orígenes. Nuestro primitivo amigo, el mono Gugú, puede darnos fe de lo que digo. (El mono bajó los párpados, dándome la razón). De tomar esta posibilidad, nos veremos expuestos a perder alguno de nuestros hombres y nuestra nave correrá altos riesgos de hundirse. Pero yo propongo la segunda alternativa, que consiste en concederme unos minutos a solas con la bestia.
La tripulación se puso algo inquieta y la bestia golpeaba la nave con la misma fuerza de una ola en plena tormenta. Hasta mi fiel amigo y compañero de noches desoladas, Sebastiano, estuvo en contra de mi propuesta. Pero el capitán me evaluó con su ojo que todo lo ve y todo lo adivina. Su voz ronca de tritón alcoholizado se hizo oír:
-Este hombre letrado y de buenos modales va a intentar liberarnos de la amenaza que nos acongoja. Si no lo consigue, se lo daremos a la bestia como símbolo de que no queremos nada con ella, simplemente que se aleje de nuestra nave dejando la menos cantidad de daños posible.
Asentí complacido ante las palabras de mi capitán y me abrí paso entre hombres y grillos hacia el encuentro con la bestia. Un enorme calamar con tentáculos como siete anacondas estaba aferrado a la nave. Sus ojos negros como dos pozos hacia el infinito se clavaron en mí. Debo confesar que en el momento no supe como empezar, ya que el tamaño de la bestia era diez veces mayor al que hubiera esperado. Pero tan pronto como sus dos ojos como dos aljibes atravesaron mi alma, el más largo de sus tentáculos saltó por sobre mí y atrapó a nuestro querido Jimmi, el trasvestista del loro. Inmediatamente se llevó al pobre indefinido en medio de una confusión por la que no pude saber si se lo había comido o si lo había sumergido en el agua helada. La tripulación se puso nerviosa y algunos hasta quebraron en llantos, ya que Jimmi era un personaje de culto para nosotros, no sólo por sus tantas excentricidades sino más bien porque era lo más cercano a una mujer que teníamos a bordo. Me sentí impulsado a actuar de alguna manera ante semejante arrebato.
-¡Hijo de puta! -grité, porque estaba furioso.
-No me llames así -dijo la bestia.
-¿Te comiste a Jimmi?
-Con sus pelos y todo.
-¿También sus botas?
-Me las tragué.
-¿Y qué hay de su loro entonces?
-Tenía sabor a Galápagos.
-Ey, debés estar hambriento.
-Sí, eso es verdad.
-¿No se consigue buena comida en el mar?
-Bueno, no puedo quejarme cuando llega la temporada de camarones, pero tengo que pasar el invierno de alguna forma.
-Está bien, bestia, quiero que me prestes atención.
-Sí.
-Te comiste a nuestro querido Jimmi.
-Sí.
-Nosotros amábamos a Jimmi.
-Sí.
-Nosotros lo protegíamos.
-Sí.
-Nosotros lo queremos de vuelta.
-Oh, eso no es posible. Imagina que ahora él y su loro deben andar por mi tercer estómago. No quisieras traer de vuelta algo que haya pasado por ahí. No sé si comprendes lo que digo.
-Claro que comprendo, yo entiendo la lengua de los de tu especie, oh, bestia. Lo que no te queda claro es que nuestro Jimmi no va a quedarse adentro de tu pancita así de fácil. Quiero hacer un trato para que tu organismo se mantenga íntegro, así como lo que queda de nuestra tripulación.
-¿Un trato conmigo?
-Un trato.
-Oh, no hay razón para que quieras hacer un trato conmigo. No vas a poder burlarme así de fácil. Soy una bestia inteligente, culta. ¡Y si supieras a la cantidad de tipos famosos que han pasado por mi pancita! Hablo de Barba Roja, Barba Azul y un papa también. Y todos esos tipos eran mejores que el tal Jimmi y su loro.
-Pero hagamos el trato, si de todos modos creés que vas a ganarme, quiero decir, sos la bestia aquí, ¿qué es lo que te detiene?
-Está bien, fervoroso marino amante de los loros y los grillos, hagamos el trato. Pero no creas que sólo por haberme tragado a Jimmi voy a dejarlos en paz. Quiero que me sorprendas con algo nuevo y raro.
-¿Nuevo y raro, eh? Todo lo que pasa por mi mente es nuevo y raro, bestia.
-Ya veremos.
-Quiero que te concentres en lo que voy a decir y que muevas tu poderoso cuerpo para un lado o para el otro según lo que diga sea verdadero o falso. ¿Se entiende? Cuando diga algo verdadero, mueve uno de tus tentáculos hacia la derecha; cuando diga algo falso, hacia la izquierda. Al primer error, tendrás que dejarnos en paz.
-Verdadero, derecha; falso, izquierda. Vale, lo tengo.
-Quiero que te concentres y no pierdas el hilo de lo que voy diciendo.
-Sí.
-Empiezo: Galileo Galilei fue quemado por homosexual.
La bestia movió enérgicamente uno de sus enormes tentáculos hace la izquierda. La ola que generó la embestida llegó a mojar lo alto del mástil. Toda la tripulación estaba en mis manos y discutían acerca de la verdadera causa de la muerte de Galileo.
-El peor enemigo del hombre no son la codicia ni el orgullo, como lo ha decretado el San Janistkatsy, sino la sífilis y la gonorrea.
El calamar gigante sonrió y uno de sus tentáculos cortó el aire hacia la derecha.
-Veamos con qué otra trivialidad me encontraré ahora -dijo. A lo que añadí:
-La concepción no es un milagro divino, sino un proceso en el cual una parte minúscula hasta lo invisible del hombre entra en otra parte minúscula hasta lo invisible de la mujer, formando así lo que en nueve meses se convertirá en un hermoso bebé.
La bestia rió a carcajadas ante mi ocurrencia y movió enérgicamente otro tentáculo hacia la izquierda. Sí que era un monstruo culto.
-Las bacanales no son mal vistas por una cuestión religiosa menos que por una cuestión olorosa. ¡Tenemos que esperar entre tres y cuatro siglos para que inventen talcos, jabones y desodorantes efectivos!
La bestia movió un cuarto tentáculo hacia la derecha, sin reírse esta vez, porque acababa de decir una verdad muy penosa.
-Para que nuestros hijos no terminen encerrados en cárceles, los encerramos en escuelas y conservatorios.
La bestia movió otro de sus tentáculos una vez más hacia la derecha. Lo empecé a notar incómodo. Sus múltiples extremidades estaban enredándose. Continué:
-Entre nuestro generoso continente y la tierra que llamamos India, con sus tigres y sus elefantes, sus mujeres de tres ojos y sus diosas sexualmente hambrientas y de incontables brazos, existe otra tierra poblada de seres inferiores que nos podrán proveer de oro, plata y cacao.
-¿Qué es cacao? -dijo la bestia.
Y ante mi sonrisa no dudó en mover su quinto tentáculo hacia la izquierda. Pero aconteció que sus extremidades estaban ya completamente enredadas y le era imposible llevar cualquiera de sus tentáculos hacia la izquierda. Sí podía en cambio llevar uno hacia la derecha, pero al hacer eso sabía bien que iba a cometer un error. Además, su gigantesco estómago estaba apretado. Se notaba que la presión que ejercían los tentáculos contra su vientre le cortaban la respiración, y alguien con la mente aguda podía predecir un problema de digestión de magnitudes sin precedentes.
Di media vuelta y vi que la tripulación ya estaba recobrando la confianza. El capitán se fregó su único ojo porque no acreditaba lo que estaba aconteciendo: el calamar, lejos de querer rendirse, intentó a toda costa mover uno de los tentáculos libres hacia la izquierda. Yo sabía que estos animales eran testarudos y orgullosos, pero nunca creí que un ejemplar tan culto pudiese llegar a tanto.
-¿Qué hará la bestia? -dijo el capitán para sí mismo. Y tan pronto como hubo pronunciado esas palabras, el número impar que hacían nuestros tantos ojos pudo contemplar un espectáculo aterrador, pero cargado de esperanza. El calamar hizo girar todo su cuerpo enredado para poder mover su tentáculo hacia la izquierda, cuando se oyó un fuerte ruido como un trueno dentro de su barriga. Entonces, Jimmi el trasvestista y su loro arranca pelos aparecieron a bordo. Estaban malolientes y levemente digerida su piel, pero estaban con vida. Oh, sí. El gran calamar había estallado y ahora se hundía entre miles de burbujas grandes como manzanas que emitían un ruido como un bli bli bli. Lo había logrado.

En mi camarote, Sebastiano y Jimmi se cubrían alegremente y el loro me arrancaba pelos del pecho, cuando dije, en tono relajado:
-Pude haberlo hecho mejor. En este momento podríamos estar comiendo una de las jugosas patitas de nuestro amigo, el calamar culto.

Texto agregado el 29-03-2009, y leído por 750 visitantes. (26 votos)


Lectores Opinan
11-05-2009 5 Dacler
02-05-2009 creativo quilapan
30-04-2009 A los simpatizantes del Club Platense en Argentina les dicen calamares no? 2* merell
19-04-2009 debes dejar lineas entre parrafos y dialogos... me duelen los ojos (1*)... repitelo Murov
09-04-2009 Eres "rara avis", harto ingeniosa y sorprendentemente procaz. Pero me gusta tu cuento, por lo extravagante;ya veo que te gusta escribir como si el vómito fuera tu tinta, pero tienes cualidades, aunque intencionadamente perturbadas. ¡Ya dicen que cada loco con su tema!. Pero te voy a dar cinco estrellas. Yo soy así de raro. emiliosalamanca
Ver todos los comentarios...
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]