mi mal es ese: encauzarte con la habilidad que requiere el dolor, entre entrañas y vómitos, botellas con agua fría y crema de café.
si acaso había una melodía ésa sería la mujer solitaria resonando entre las cortinas azules con sus contrabajos y alto sax, ésa sería la composición de la que estamos hechos todos para terminar siempre ante las letras y los discos que se fueron perdiendo siempre con las suposiciones.
-creo que ahora me quieres menos- pensaba entredientes, como si así las cosas estuvieran más nítidas cada tanto que chocamos contra los rompeolas que me gusta tanto mencionar, ubicándonos en el borde de un despeñadero (para no decir abismo, para no abusarme del abismo)

mi mal sigue siendo ese, entonces. enfríarme mientras oigo la forma del jazz por venir, mientras la aguja resuma los días de putas y tocadiscos y palabras (a ver si todavía quedan), que alguien llegue por la mañana a escribir sobre eso y lo haga público, maquilladas con la retórica abusada para que no se note o se note poco y sienta que no ha perdido el pudor por reconocer las extrañezas, las verdades que sólo las embestidas de la carne podrían otorgar, ir y venir siempre invitando a los vientos, a los gritos femeninos que se encierran como eco y sólo queda la imágen de un televisor encendido en algún lugar de una habitación: como constante incompleta, como vicio centrífugo.