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EPÍLOGO.

Muy pronto tendremos que regresar a nuestras celdas. Todo es confuso. Hoy ha sido una jornada tranquila. Radamantis continúa incomunicado por andar alborotando en el recinto. Jiménez hoy no quiso hablar. Qué raro. Siempre anda contento por la vida. Debe ser porque muy pronto me iré de aquí. Y ellos se quedan. Por un tiempo prolongado.
A estas alturas, todo es un remolino.
El día estuvo perfecto. Hoy vinieron dos personas a verme. Una de ellas se sorprendió de encontrarme en este lugar. Pero así es la vida. Nos discriminan tanto. Solo por estar en la cárcel nos marginan. Yo no robé, no maté, no cometí delito alguno, sólo no quise ir a la guerra. O la guerra o la cárcel me dijeron. Y aquí estoy. El cobarde, el escritor cobarde que no quiso pelear por su país. Me tildaron de traidor, de poco hombre, de maricón. Pero nada importaba. Ni siquiera mi vida. Yo no fui a la guerra por encontrarla un juego de hombres que quieren ser dioses. Y yo ya soy un dios. Solo necesito escribir. Además, ni el argentino, ni el peruano, ni el boliviano me han hecho alguna afrenta para derramar mi furia sobre ellos.
Y así, llevo siete años en la cárcel. Por traición a la patria. Ni siquiera sé quien ganó la guerra, ni siquiera sé si hubo tal guerra alguna vez. Aquí soy feliz. Temo volver al mundo. Me iré inmediatamente a España. Todavía me espera la cátedra de Literatura Chilena en la entrañable ciudad de Barcelona.
Como dije, hoy vinieron dos personas a verme. Una de ellas es mi compañera de universidad, o mejor dicho, fue mi compañera de universidad, no sé cómo me encontró en la cárcel, ni mi familia me ha encontrado. Mejor así, que crean que morí en la guerra, porque en parte he muerto. No totalmente, todavía soy consciente de que respiro, pero estoy muerto espiritualmente. Solo la escritura me permite vivir cada día. La escritura y mis dos amigos. Radamantis y Jiménez, dos lunáticos como yo, no diré que ellos sí merecen estar en la cárcel. Es cruel sentenciar eso después de compartir tantas historias con ellos. Ahora entiendo la melancolía de Jiménez. En el fondo, yo también estoy triste y aunque Macarena vino a darme fuerzas para que soporte estos dos días que me quedan de prisión y a inundarme de esperanzas con un futuro alentador, la verdad es que estoy desnudo. A mis treinta y dos años, no tengo familia, no tengo casa, no tengo hijos, ni un perro, solo la literatura, mis libros, mis conocimientos, demasiada experiencia, demasiado dolor, demasiado silencio.
Debo huir de Chile, soy una persona non grata. Macarena quiere que me instale en España, yo también he pensado en eso. Aunque las últimas cartas que me ha enviado un querido amigo de infancia me han abierto el apetito de ignorar Barcelona por unos años e irme a Roma. A santificarme, a conversar con el Papa o con el demonio. Cualquier cosa, lejos de Chile.
He dicho que han venido dos personas y en realidad no ha venido nadie. Lo que han llegado son dos cartas, muy parecidas, que hablan de los mismo. Cartas esperanzadoras para un hombre deprimido. Debo elegir entre el exilio en Roma a manos de mi amigo Álvaro o la cátedra en Barcelona en compañía de Macarena.
Maldición. No estoy todavía libre y ya tengo que tomar decisiones.
He decidido escribir. Qué ironía. Toda mi vida he realizado este acto. Esta vez, escribiré sobre ellos. Sobre ellos y sobre mí. Ninguno de ellos ya existe. Radamantis, Jiménez, Álvaro y Macarena son parte de un pasado.
Estoy viejo. Lleno de melancolía. He perdonado a todos y creo que todos me han perdonado.
No me arrepiento de nada. Fui cobarde. No fui a la guerra, pero escribí y estuve en la cárcel y conocí a gente inolvidable.
Todo es un remolino.
La noche está tranquila. Mañana salgo al mundo. A la supuesta libertad. Radamantis salió de la celda negra. Está demacrado. Ya no es el mismo. No el que conocí aquí en la cárcel, se parece a la loca suelta que era antes de llegar a la cárcel. Jiménez está muy callado. Temo por su vida. Siempre fue una persona alegre. Que irónico, digo siempre como si lo conociera de toda la vida. Creo que se va a suicidar.
Ojalá no lo haga esta noche. Quiero irme de aquí sabiendo que está vivo. Sé que nunca más voy a volver a ver a estas dos personas. Ellos se seguirán viendo, pero no hay una conexión entre Radamantis y Jiménez, ellos permanecen juntos por mí. Mañana se acaba nuestra amistad.
Quiero llorar. Muchos remolinos en la cabeza.
Remolinos de mierda.
Demasiados remolinos.
Permanecimos silenciosos unos instantes. Jiménez no soportó más tanto silencio. Comenzó a llorar. Yo trataba de ser fuerte. Trataba de luchar contra mis emociones. Trataba de verlos como eran realmente. Dos hombres culpables. Dos asesinos. Un maricón y un psicótico. Pero no pude. Ellos eran parte de mí. Eran mi desdoblamiento. Mi psicótico, mi maricón, mi asesino, mi pecador, mi demonio. Jiménez y Radamantis eran eso. El complemento perfecto.
Terminé llorando con ellos. En el fondo, los hombre lloran. Amargamente. Lloran, lloran, lloran.
Demasiados remolinos.
Y aquí estoy. Libre. Envuelto en remolinos. Sin saber qué hacer. Me despedí de todos. Prometí tantas cosas, espero no olvidarlas, espero no olvidarlos. Después de todo, la cárcel no fue un castigo, fue un aprendizaje. Todavía no sé quien ganó la guerra. Todavía no sé si hubo guerra.

Texto agregado el 16-04-2009, y leído por 88 visitantes. (1 voto)


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