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Hubo una vez una persona, como otra cualquiera, que a veces tenía problemas. En algunas ocasiones no sabía como enfrentarse a las cosas nuevas, a los cambios, a los sentimientos, a las situaciones...
Cuando esto le pasaba, la persona tenía una multitud de sensaciones e ideas en su cabeza que no sabía ordenar. Este hecho le desconcertaba y le hacía sentirse bloqueada, sin saber por donde tirar. Sus padres, sus profesores y sus amigos se preocupaban cuando le veían así, y procuraban ayudarle dándole consejos:

- Si yo fuera tú...- decía su amiga María
- Haz esto y no lo otro - decía su padre - hazme caso que yo he pasado por esto...
- Lo que tienes que hacer es... - interrumpía su madre
- Es mejor que... - aseguraba su colega de toda la vida

La persona escuchaba a todos ellos sin decir nada. Entonces creía que todo el mundo, menos ella, sabía a ciencia cierta lo que había que hacer en cada momento, sin riesgo a equivocarse. Además esta persona sabía que se lo decían por su bien, que estaban seguras de lo que decían, pero el caso era que, los consejos que parecían funcionarles muy bien a las personas que se los daban, a ella no le servían. Intentaba seguir los consejos que recibía, pero siempre por una cosa o por otra, acababan por no convencerle y los abandonaba.

Un día, mientras daba un paseo cerca de las ruinas de una casa que se encontraba a las afueras de la ciudad, la persona encontró algo. Era un objeto redondo que cabía en una sola mano. Se trataba de una brújula de latón vieja, oxidada y desgastada. En la ciudad se decía, que la casa en ruinas había pertenecido a una familia que hizo fortuna en América y que regresó cubierta de riquezas hasta que una noche, nadie sabe lo que pasó, cayeron en desgracia, y sus habitantes se marcharon cerrando la casa y dejando que, con el paso de los años, acabara cayéndose. También se decía que la familia habia sido féliz mientras tuvieron un amuleto en su poder, y que todo comenzó a desmoronarse el día en que lo perdieron.

La persona estaba muy excitada. Creía que había encontrado el amuleto de la familia y quería saber como funcionaba. Se alegró mucho porque pensó que era justo lo que le hacía falta. Ahora ya no tendría problemas para tomar sus decisiones puesto que tenía una brujula mágica que no le fallaría. Tras unas cuantas pruebas decidió que la manera de interpretar las decisiones de la brujula dependía de hacia donde marcara la aguja y para ello previamente debia asignar unos criterios. "Aguja al norte significa si, aguja al sur significa no, aguja al oeste significa que voy a decir la verdad, aguja al este significa que me voy a callar..." Pero como cada decisión era diferente, cada vez que la usaba debía aplicar previamente unos criterios específicos también diferentes.

La persona estaba encantada con la brújula, iba a todas partes sonriendo relajadamente y ya no se sentía bloqueada. De hecho ya no tenía que preguntarle a los demás sobre lo qué hacer, sino que ahora era la gente quien le preguntaba a ella, y claro, dotada de semejante don, la persona estaba encantada de ofrecer consejo e iba hablando con cada persona para conocer sus preocupaciones y ofrecerles una solución a sus problemas. Cuando ya habían pasado tres meses del hallazgo de la brújula la persona empezó a darse cuenta de que a su amigo Manuel le pasaba lo mismo que a ella antes de encontrar la brújula. Había hablado con él en varias ocasiones durante estos meses, le había escuchado y le había dado consejo, pero, como le ocurría a la persona antes de contar con la brujula en su poder, a Manuel parecía no servirle los consejos.

La persona se puso a reflexionar sobre este hecho y llegó a la conclusión de que la solución sería que cada persona tuviese una brújula propia, aunque claro, esto era imposible, ya que las brujulas mágicas no abundan. La persona se quedó en casa pensando para encontrar alguna solución. Había visto muy decaído a su amigo Manuel, y la persona sabía qué le pasaba puesto que ella había pasado por lo mismo, así que quería ayudarle. Por ello, decidió acudir al mejor relojero de la ciudad para ver si él era capaz de reproducir una copia de la brujula mágica para su amigo, costase lo que costase.

En la relojería, la persona le contó al anciano relojero la historia de la brújula mágica y de cómo y dónde la había encontrado. Le explicó además que necesitaba otra brújula exactamente igual y con las mismas propiedades para su amigo Manuel, que se encontraba en la misma situación que ella antes de encontrar la brújula. También le dijo, orgullosa del aparato, que estaba segura de que la brujula no fallaba nunca , y así exactamente era como debía ser la copia de su amigo, ya que ahí residía su magia. El anciano relojero se quedó muy pensativo y le prometió a la persona que iba a estudiar la brújula para ver si podía hacer una copia para su amigo Manuel, y que volviera la semana siguiente. El único problema era que la brújula mágica debería quedarse durante una semana en casa del relojero para ser estudiada, y como es comprensible la persona no quería deshacerse de ella pues pensaba que la necesitaba para tomar sus decisiones. Tras pensarlo, como quería mucho a su amigo y le veía muy preocupado consultó la brujula y decidió que haría el esfuerzo y se fué de allí dejando por una semana, la brújula mágica en poder del anciano relojero.

Durante toda esa semana y según salió de casa del relojero, la persona se dió cuenta de la cantidad de decisiones que había que tomar en la vida. Tras tres meses de tranquilidad teniendo la brújula, la situación de tener que pasar una semana sin ella se le antojaba muy dificil pero volvió a recordar porqué lo estaba haciendo, y la voluntad de ayudar a su amigo pesó mas que su inseguridad. Pasaron tres días en los que la persona aguantó el tirón porque creía que así ayudaría a su amigo pero cuando llegó el cuarto día la persona estaba desesperada. Había dejado de tomar algunas decisiones importantes esperando al momento en que tuviese de nuevo la brujula en su poder, pero las obligaciones se le estaban acumulando. Para solucionar la situación y la angustia que esta le ocasionaba, pensó que podría comportarse como cuando tenía la brújula, ya que era la propia persona quien aportaba diferentes soluciones a una misma situación y la aguja señalaba una de ellas como la correcta. Siguiendo este razonamiento decidió que, pensaría en diferentes maneras de solucionar sus conflictos y, al no tener la brujula, elegiría al azar una de ellas y la seguiría.

Un poco más contento por tener una solución, empezó a poner en práctica el nuevo plan. Pensó en las diferentes maneras posibles de solucionar cada uno de sus problemas pero cuando llegó la manera de elegir una al azar se dió cuenta de que había razones que le pesaban más que otras. Este hecho volvió a desconcertarle y le tuvo pensando durante otros dos días en porqué sucedía esto, es decir, en porqué prefería unas opciones sobre otras y aún así no era capaz de decidirse por una de ellas. La persona se dió cuenta de que, reflexionando sobre este tema estaba empezando a conocerse mejor y se preguntó a sí misma "¿Por qué me ocurre esto?" y al momento se contestó diciendo "Porque no se cual es la mejor opción y tengo miedo de equivocarme". La persona, soprendida de haber obtenido una respuesta tan clara de sí mismo, de la cual no era consciente hasta ese momento, volvió a preguntarse "¿Y cómo quitarme el miedo a equivocarme?". Esta vez no supo que contestarse y estuvo todo el día dandole vueltas a este asunto.

Al día siguiente, mientras se dirigía a la cita en casa del relojero todavía no había encontrado una respuesta. Con los nervios de volver a reencontrase con la brújula y la desazón que sentía, pensó que ya no le hacía falta encontrar la respuesta a esa pregunta, porque lo único que necesitaba para tomar decisiones sin miedo a equivocarse era volver a tener la brújula en su poder. Cuando entró en la relojería, el anciano estaba excitado con el descubrimiento que había realizado. La aguja de esa brújula, como la de todas las demás, siempre había apuntado hacia el norte. La pequeña brújula de latón no era mágica. Debido a esto el relojero no podía darle una solución para su amigo.

En ese momento, la persona comprendió que había sido ella misma quien había estado tomando las decisiones, asignando el punto norte a la opción que inconscientemente prefería. Cayó en la cuenta de que la seguridad con la que había decidido durante los tres meses hacía alusión a la confianza que había depositado en la brújula. Se dió cuenta de que no había dudado al hacerlo porque había creído desde el primer momento que la brújula era mágica, que sabía la respuesta, que era imposible que se equivocara. Al momento razonó que la clave estaba en creer que podía hacerlo, en confiar en uno mismo. Y se dió cuenta de que esta valiosa información sólo era útil cuando cada uno llegaba a la conclusión por sí mismo, por eso no le había valido con los consejos de los demás.

Entonces la persona echó a correr, ya sabía cómo ayudar a su amigo.

Texto agregado el 20-04-2009, y leído por 143 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-05-2009 Es una deliciosa anécdota que en su sencillez dice cosas profundas con una gran frescura. 5* el-tabano
 
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