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EL JARDIN DE ZEN



Me encontraba regando el jardín al amanecer, era parte de mi rutina solitaria, antes de salir a trabajar.

Mi casa se encontraba a cinco minutos del centro de la Ciudad. La fachada en blanco hacia juego con el pequeño jardín que asomaba a ambos lados de la entrada de la casa.


El jardín de Zen, como lo llamaba yo- pues me daba cierta paz y tranquilidad- estaba conformado por un pasto verde fresco, y por unos botones de rosas rojas, geranios, claveles y margaritas todas bien cuidadas, las cuales estaban siendo regadas por mí en esos instantes.


Había pasado un año desde mi abrupta ruptura con Mateo. No acostumbraba recordar; el pasado quedaba enterrado para mí literalmente. Sin embargo, cada que regaba mi jardín, añoraba muy a lo lejos su ser. Sobretodo al ver mis rosas. Era la última persona a quien había amado.


Por el momento me encontraba sola y dispuesta a una nueva relación. Si es que eso me deparaba el futuro.


Mi vida no había cambiado mucho desde entonces. Físicamente bajé un par de kilos, aún a pesar de eso, mantenía una buena figura. Cambié el color de mi cabello para darle un nuevo capitulo a mi vida. Empezaba de nuevo. Esta vez de pelirroja.


Luego de regar el jardín, terminé de ordenar algunas cosas dentro de casa y me dispuse a salir rumbo al trabajo. Ese día como muchos otros, volví a encontrarme en el paradero de bus, con ese tipo de traje y corbata que me miraba de reojo a un lado de la calle. Me observaba siempre hasta verme subir al bus.


Lo que hizo diferente el día fue que esta vez se acercó a mí. Dudó al dar el primer paso, el segundo fue más decidido, hasta que se detuvo justo a mi lado.


-Creo que ya nos conocemos.
-Pues no…
-Yo siento que te conozco de toda una vida.
-¡Qué gracioso!
-¿Trabajas camino a la ciudad?
-Si. ¿Ves mi uniforme? Soy cajera
-Estás en mi ruta. ¿Quieres que te lleve?
-Si nos conocemos de toda una vida…porqué no?



Sonreímos después de ese coqueteo desforzado, y nos dirigimos a su vehículo aparcado una cuadra más allá. En el camino me contó acerca de su trabajo, de la pequeña empresa que había formado junto a un amigo de universidad.


Lo veía muy interesante. Era apuesto y varonil. Dirigí la vista hacia sus manos mientras él conducía, para alertar un posible anillo de bodas. Advirtió mis pensamientos.


-No estoy casado.


Me ruboricé por mi actitud desconfiada. Al minuto siguiente soltamos una carcajada.


Desde ese día nuestras salidas se hicieron frecuentes. Nos encontrábamos para ir juntos al trabajo. Me recogía a la salida. Los tiempos quedaban cortos por lo entretenida de la conversación. Después de dos meses, éramos inseparables.


Desayunos, almuerzos, cenas juntos. En varias oportunidades ingresaba con retraso al trabajo por este motivo. Pero no importaba, estaba enamorada. Todo el tiempo con él era vivido al máximo. Por las noches pasaban las horas dentro de su auto frente a mi casa hasta que llegaba la hora de decirnos adiós.


-Creo que ya es tarde. Debo entrar a casa.
-No llegaste al final de la historia…
-Tengo el libro en casa.
-¿Me estas invitando a pasar?
-En realidad, no.
-¿Vives con alguien?
-Por supuesto que no, Carlos. Es difícil de explicar.
-Tómate tu tiempo.



Caminamos rumbo a mi casa, pasando por el jardín de Zen. Al contemplarlo se quedó impresionado del gran cuidado que le daba. Me detuvo frente a él.


-Delia, es precioso tu jardín.
-Si, lo es. Y me ha ayudado a superar algunas penas.
-Te refieres a tu ex novio, Mateo. Puedo preguntar?
-Sufrió un accidente y murió. No me gusta hablar ...
-Lo siento mucho, Delia. No quería incomodar.
-No lo has hecho. Es parte del pasado.



Al verme vulnerable ante él, me abrazó y nos besamos. No sé si fue la conversación, pero desde ese instante nos unimos más que nunca. De ahí en adelante me entregué por completo a Carlos. Me dejé llevar por mis sentimientos.


Pasamos meses juntos llenos de euforia. Los fines de semana no eran suficiente para los dos, faltando los lunes al trabajo para quedarnos en casa degustando de una maratón de películas de horror. Comiendo en cama y haciendo el amor. Era la felicidad completa.


Le pedí que se mudara conmigo, aceptó. Aunque esperaba que la cercanía nos uniera más, pasó todo lo contrario. Tardaba al llegar a casa. Discutíamos incluso por cosas que antes se hubiesen arreglado con un simple beso. No me soportaba. Desaparecía los fines de semana por evitarme.


Él decía que yo había cambiado. Que lo absorbía demasiado. No le gustaba que me presentara a la salida en su trabajo. No recibía mis llamadas. Me consideraba una persona inestable, incapaz de resolver mi vida sin él. Lo único que yo quería era estar a su lado más tiempo. Hacerlo feliz. Por qué no lo comprendía.




Esa mañana lloraba desconsoladamente mientras discutíamos por enésima vez. No era cierto todo lo que decía. Yo sólo me había dedicado a amarlo. Pero él insistía en que no era la misma persona de la que se enamoró.


Me acerqué a Carlos para que no se marchara y me empujó tan fuerte que caí contra la pared. Carlos estaba de espaldas a mí colocándose la corbata. No se inmutaba ante mi dolor. Había dejado de amarme.


En un segundo intento desesperado por recuperar lo que teníamos, tomé unas tijeras de la mesa de noche y las clavé con todas mis fuerzas en su espalda. Quise hacerlo solo una vez para asustarlo y retenerlo a mi lado. No me contuve, las hundí en él una y otra vez. No recuerdo escuchar gritos, ni intentos por incorporarse. Lo había sorprendido en el ataque. No pudo defenderse. La sangre salpicada caía en mi rostro enfurecido. La escena transcurría ante mis ojos desde un espejo frente a mí.


Cuando yacía en el piso, le sonreí a esos ojos acusadores y agonizantes hasta que dejaron de existir. Al mismo tiempo dejé de ser la mujer solicita que lo amó. Se llevó todo lo que una vez le di. Era igual a todos. A ese padre que me abandonó. Igual a Mateo. Era sólo un maldito y despreciable hombre. Fue uno más en la tierra.
Ahora, uno menos.


Permanecí todo el día a su lado en un rincón de la habitación, en silencio sintiendo como se iba descomponiendo su cuerpo. El hedor que emanaba esa piel de hombre aprovechador. Me quedaba claro que lo tenía más que merecido. Lamí sus heridas y lo besé en los labios por última vez. Le susurré al oído que lo amaba.


Al anochecer lo arrastré envuelto en sábanas hasta mi jardín. El vecindario era muy tranquilo, por tal motivo pude trabajar sin sorpresas durante toda la noche. Cavando hasta alcanzar la profundidad adecuada. Planté unos tulipanes que había comprado un día antes, sobre la tierra húmeda para no levantar sospechas. Así fue como lo dejé descansando al lado de Mateo y los demás. Me traerían recuerdos los tulipanes en adelante.


Lloré en silencio aquella noche, me dispuse a olvidarlo. Al día siguiente teñí mi cabello de negro y empecé de nuevo, sin él. Pasó el tiempo, seis meses para ser exacta, cuando me encontraba regando mi jardín un domingo y un joven se detiene frente a mí.


-¿Delia? Mi tía vive en la siguiente cuadra. No exageró al describirte.
- Tú debes ser Eduardo, vi tu foto en su casa. Me han hablado muy bien de ti.
-¿Te gustaría tomar un café?
-¡Me encantaría!
-Espero no estar incomodando tus labores diarias.
-Puedo continuar más tarde...
-Mi tia agradece tus flores, lindo detalle.
-No es nada. Como ves, dispongo de muchas.
-Lo veo. ¡Es magnifico este lugar!
-La verdad es que sí. Aunque pienso mudarme.
-¿Cuál es el motivo de la mudanza?
-Necesitaré un jardín más grande.



Texto agregado el 20-04-2009, y leído por 163 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
14-07-2009 El dolor, con frecuencia no cabe en un jardín, se requieren flores para mitigarlo... lindero
 
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