Magdalena paseaba por entre las salvajes madreselvas, mientras una brisa suave y cálida acariciaba sus mejillas, trayéndole el dulce aroma de unos cerezos en flor en la lejanía, tras el río de díafanas y glaciales aguas...En ese idilio, empezó a divagar entre pensamientos que trataban de profanar su mente, con dardos de obsesión pasional que llegaban a ella; obsesión que logró controlar con gran calma y dulzura, que le hacía acallar aquella vocecilla que le hablaba en forma de acelerados latidos. Los mismos latidos que rimbombantes en su pecho, le hacían estar pensante, rondando atolondrada, despistada y confusamente entre los vicios de algo que ella desconocía: La acorrala, la fiebre le consume las manos, su respiración se agita, la adrenalina aumenta, su pecho parece que explotará como un volcan en plena erupción; un géiser de pasiones. Y ese afluente, ese torrente que se expulsaba desde el suelo, tomó nueva forma. Como un león se acerca a su presa, como un espejismo ante un humano, se acercó a ella sigilosamente. Y de un salto, se abalanzó a su cuerpo, tomándola con la fuerza de quien levanta con sus manos, una rama. Una fuerza que le hicieron hundirse en un nuevo sentir: Amor...¿Qué se ama cuando se ama? Ante ese verso que le hizo recordar el pasional placer, se distorsiona, se distiende en una realidad que no es más que una ficción...¿Es así el amor? Se preguntó con voz destemplada y fuera de lugar, ante aquel hombre que estaba con ella, en su regazo. Ese hombre que está a su lado, esperando algo de lo que no está seguro querer y que en el momento óptimo, no sabe que hacer. Con dedos temblorosos no sabe qué decisión tomar. No sabe qué será mejor para sellar aquel momento tan lleno de sentimientos. No sabe como un simple ósculo o la caricia semicontrolada de la mano escalofriante puede ser la que desencadenó la depravación de la pasión consumada ante el fuego del colchón. Consumada, al fin, en la irónica fantasía de la oniricidad de un sueño...