La señora Teresa entró a la habitación del bebé y éste no estaba. El marido, todo despreocupado, hojeaba el periódico mientras engullía un pan con queso. Bebía su fría cerveza y hacía comentarios acerca de la política, cuando Teresa ingresó como alma que lleva el diablo. El bebé ha desaparecido, fue lo primero que dijo, todavía sobresaltada. Por aquellos dias era muy común el robo de niños, y ambos empezaron la búsqueda a la vez que telefoneaban a la policía. Teresa abrió la puerta de la cocina, en donde se encontraba su hijo mayor, comiendo con sus amigotes del barrio. Éstos se chupaban hasta el último hueso, relamiéndose los dedos con profundo placer. La madre interrogó a su hijo, pero aquel no sabía ni donde andaba parado, tras haberse fumado cien kilos de marihuana que se reflejaban en los luminosos ojos de sus compinches, que seguían comiendo sin darle mucha importancia al asunto. La madre, resignada, comenzaba a irse cuando percibió un raro aroma. Miró a los muchachos de soslayo, e intentaba recordar a qué hora había horneado algo para comer.